Mis queridos socios: 2 / Sento
El valenciano Vicente Llobell me pareció el compañero adecuado con su dibujo estilizado y rebosante de glamour para 'Velvet nights', esa historia que incluía una buena cantidad de 'tongue in cheek'
La primera versión de Velvet nights fue un relato incluido en mi primer libro de ficción, La vida mata, que Beatriz de Moura, factótum de Tusquets Editores, tuvo a bien editarme a principios de los años 80. Con el libro ya publicado, me quedé con la impresión de que Velvet nights se había quedado a medias, inacabada, terminada antes de tiempo con la excusa, tal vez, de un final abierto. Y entonces me dio por terminarla, pero en otro soporte, como, por ejemplo, el cómic. Sólo necesitaba el dibujante adecuado para terminar una historia que, en cierta medida, había dejado a medias. Y el valenciano Sento (Vicente Llobell, 1953) me pareció el socio adecuado con su dibujo estilizado y rebosante de glamour que tan bien le iba a esa historia que incluía una buena cantidad de tongue in cheek.
Sento, además, era un buen amigo. De toda la cuadrilla de valencianos que aterrizaron en la redacción de Cairo era el que me resultaba más cercano (lo cual no quita para que Miquel Beltrán o el difunto Micharmut me cayeran de maravilla; con Daniel Torres nunca hubo manera de cruzar una cierta barrera que a mí me parecía que él plantaba, como si una relación cordialmente superficial ya le bastara). Había seguido su carrera desde sus comienzos en Barcelona: su breve paso por El Víbora, donde nunca encajó (¿demasiado finolis para el planeta Berenguer?), las historias de Barrachina que publicó en Bésame mucho, algunas cosillas en Madriz… Pero Cairo fue el tebeo que le sentó como un guante. Cuando le propuse Velvet nights, aceptó de inmediato. Y así acabamos fabricando la historia en Alcoy, donde estaba destinada su mujer, Elena, como profesora de arte en un instituto local.
Había algo delirante en el hecho de planificar en el cuartel general de las fiestas de moros y cristianos una aventura que sucedía mayormente en Las Vegas, ciudad en la que no habíamos estado ninguno de los dos (yo la visitaría en el año 2005 y hasta me casaría con mi novia de entonces, que me plantó tres años después, lo cual no es mucho tiempo para una boda normal, pero para una de Las Vegas es una duración digna). Nuestra única fuente de inspiración gráfica era un libro de Mario Puzo sobre Las Vegas profusamente ilustrado, y de esas fotografías en color sacó Sento los fondos de muchas viñetas. Después de dibujar el Strip o algunos casinos y bares, salíamos a la calle a beber licor café, un matarratas local que allí gozaba de mucho predicamento, pero que no tenía nada que ver con los sofisticados tragos que se apretaban los protagonistas de Velvet nights. En cualquier caso, recuerdo haber pasado unos días muy agradables en aquel pueblo al que no he vuelto jamás. El libro fue publicado por entregas en Cairo y luego sacó el álbum Norma Editorial.
Aunque lo pasamos muy bien fabricando Velvet nights, yo me quedé con ganas de seguir colaborando con Sento, pero él, no tanto. Ya me había pasado con Montesol. La situación no era exactamente la misma, pero Sento no tenía ganas de embarcarse en un nuevo thriller y quería recorrer otros caminos. Lo entendí perfectamente y quedamos tan amigos. Sento se consagró a otro tipo de historietas (destaquemos el álbum Cazando millonarios, publicado en 1990) y también a colaborar con un maestro fallero con el que hizo aportaciones más que notables al género.
Hubo que esperar hasta el año 2013 para que nuestro hombre emprendiera la que yo creo que es su obra más ambiciosa, una trilogía basada en la vida (Guerra Civil incluida) de su suegro, el doctor Pablo Uriel, con cuya primera entrega ganó el premio FNAC-Sins Entido (esta editorial madrileña, ya desaparecida, fue quien lo publicó). Le siguieron, autoeditados, Atrapado en Belchite (2015) y Vencedor y vencido (2016). Afortunadamente, los tres tomos fueron reunidos posteriormente en un solo volumen por Astiberri: Doctor Uriel (2017).
Al igual que Montesol, Max o Keko, Sento también recibió la llamada del Museo del Prado y pudo dibujar Historietas del Museo del Prado (2019), álbum de tono costumbrista en el que aparecían como personajes trabajadores del museo, incluyendo a su exdirector, Miguel Zugaza.
Hace bastante que no hablo con él y no sé muy bien en qué anda. Sé que el siguiente destino de Elena, después de Alcoy, fue Sagunto, y que ahí siguen los dos llevando lo que yo diría que es una apacible y agradable vida de jubilados. Siempre fueron muy buena gente y estoy convencido de que lo siguen siendo. Personalmente, siempre les agradeceré aquellos días en Alcoy en los que reconstruíamos Las Vegas en un cuarto de su apartamento mientras, en el exterior, la gente le daba al licor café y se caía de bruces ante la tribuna de autoridades que bendecía con su presencia el desfile etílico de las filaes de moros y cristianos.