Mi telepatía con Marina Abramović
Abramović está presente en todas partes y se la podría considerar una 'artista Guggenheim', con un punto culminante: la retrospectiva en el MOMA en 2010
9 abril, 2022 23:00Marina Abramović (en adelante MA) presenta ahora en Madrid, en la Nave Sánchez-Ubiría, su película Las siete muertes de María Callas, con la oportunidad del centenario de la exquisita soprano, cuya Norma, cuya Lucía y cuya Margarita en Fausto son inolvidables. Esta película es la base, o el punto de partida, de su espectáculo en la próxima temporada del Liceo de Barcelona, que por cierto es muy prometedora y que merece ya un aplauso por su atrevimiento.
A sus setenta y cinco años la artista de origen serbio es imparable, está en todas las salsas. Hoy recibe el premio Princesa de Asturias, mañana te la encuentras en la calle Alcalá. A mí en realidad nunca me ha gustado demasiado, siempre me pareció una “artista Guggenheim”, salvo por un momento de su trayectoria, del que ahora hablaré, que compartió conmigo. Y es que siempre todo artista tiene algo interesante que ofrecer… ¿Todo el mundo? Espera: ¿Incluso Bill Viola? No, Bill Viola no.
“Nuestro momento” fue en el MOMA, en el año 2010, cuando el museo neoyorquino le dedicó una retrospectiva titulada La artista está presente, en la que ella, efectivamente, estaba presente. Yo estaba casualmente aquellos días en Nueva York y fui a verla por pasar el rato, pues había visto un documental sobre su performance de la muralla china: para romper de manera simbólica y grandiosa con su novio de toda la vida, un tal Ulay, cada uno se puso en un extremo de la muralla china y la fueron recorriendo, andando, hacia el centro, donde se encontraron, se dieron un fuerte abrazo, y se separaron para supuestamente no volverse a ver nunca más. Aquello me recordaba algo.
Una serie de dobles
También tenía la lógica curiosidad por saber cómo podía MA reproducir sus performances, una forma de arte directamente relacionada con la acción, un arte propiamente efímero, sin que fuese una parodia de sí mismo.
Me costó entrar en el museo, hubo que esperar pacientemente en la cola pues la expo tuvo un éxito increíble, cosa especialmente sorprendente tratándose de una artista de la performance, un género no tan popular entonces como ahora. Pero con MA se consagraba, ciertamente. Su retrospectiva fue un éxito inesperado y fenomenal.
El problema que se le planteaba a MA era no sólo el sentido de resucitar acciones pasadas, sino además, precisamente, cómo repetir simultáneamente las performances que había realizado durante los 30 años anteriores, pues ella no tenía el don de la ubicuidad. No podía estar en todas las salas al mismo tiempo, aunque seguro que con lo narcisista que parece ser le hubiera encantado.
La solución posmodernísima que halló me encantó: sencillamente contrató a una serie de dobles. En una sala veía a una sosías de MA comiendo la famosa cebolla, en otra sala a otra falsa MA tendida entre diversos objetos sobre una mesa, como un cuerpo abandonado a su suerte con el que el público podía hacer lo que le apeteciese… Etcétera.
Fui pasando de sala en sala y puedo decir que desde que vi aquella galería de espejos y trampantojos por la que deambulaba atónito y encantado, encontrándome con una MA y otra y otra, todas simultáneas y falsas, le he cogido a MA un poco más de respeto.
En medio del vestíbulo, sentada ante una mesita, representando, o mejor dicho realizando su nueva performance, la novedad de la exposición, y que le daba título, La artista está presente, estaba, efectivamente, ella, MA. Estuvo allí durante siete horas cada día, durante cuatro meses. En la silla de enfrente se podía sentar quien quisiera, durante el rato que le apeteciera, y así permanecer ante ella, pero eso sí, en silencio. Algunos pasaban allí sentados unos minutos, otros pasaban largos ratos, luego muchos al salir decían que había sido una experiencia fantástica de conexión mental y espiritual irrepetible.
¿Murallas chinas?
Yo me senté un par de minutos ante MA, y como no podía decir nada me concentré en pensar con la máxima intensidad y en intentar transmitirle mis pensamientos mediante telepatía.
Lo primero que pensé fue: “Mire usted, Marina, con todo respeto, sus acciones en mí no encuentran resonancia, no encuentran reverberación, prefiero a Jordi Benito, que era un performer barcelonés muy salvaje, que creo que sufrió la influencia del Teatro de las Orgías y los Misterios de Hermann Nitsch y de las cosas salvajes de los accionistas vieneses… Desgraciadamente Jordi Benito ya hace tiempo que nos dejó…”
Creo que mi mensaje no le llegaba, porque MA no parpadeó. Entonces me puse a pensar con gran concentración lo siguiente: “Mira, Marina” --ya la tuteaba mentalmente--, “tu performance de la muralla china me parece un poco paseísta y así como turística. Para murallas prefiero lo que hizo Juan Eduardo Cirlot. Como él mismo contó, en 1960 sintió la llamada de algo o de alguien que quería verle en Carcassonne. Tomó un tren --¡nada de pasarse los días andando entre chinos y turistas!--, dio la vuelta a las murallas, una, dos, tres veces, esperando ser contactado por el ser que lo había convocado; no se le presentó nadie, y en el camino de vuelta se cortó la mano con un cristal, lo que interpretó como un castigo por haber ido allí prematuramente, por intentar penetrar así como así los misterios de Carcassonne. ¡Aquello sí que fue caminar por una muralla en busca de una revelación, Marina! ¡Aquello sí que fue una verdadera y comprometida performance!”.
Contacto ultramental
MA no me respondió. Me miraba, eso sí, intensamente, creo que se dio cuenta de que había tras mi frente una actividad mental intensa, efervescente. Sospechaba que yo intentaba transmitirle algo.
Alguien, un chico que estaba a mi espalda, esperando turno, tosió, como dándome prisa para que le cediera mi silla, pero yo frunciendo el ceño todavía le envié a MA un mensaje, un mensaje terrorífico, que es mejor no revelar aquí. Ella tampoco lo pilló, aunque entreabrió los labios, como un poco sorprendida.
Quizá fueron figuraciones mías. Me levanté y me fui.
Ahora que escribo estas líneas pienso que cuando la comisaria Chus Martínez invitó al escritor Vila-Matas a la Documenta (13), que se celebró dos años después de la retrospectiva de MA en el MOMA, con la encomienda de que se sentase a escribir, durante varios días, en un restaurante chino de Kassel, un restaurante chino de lo más común y corriente, por donde podrían ir pasando los visitantes de la muestra para verle escribir o “buscar, mirando al techo, inspiración”, como en la bonita canción de Serrat, debía tener en mente, fue influida, por El artista está presente.
Acaso pensó Chus --se lo tengo que preguntar-- que esa performance de MA era claramente superable. Y en efecto, aunque ignoro si el novelista se sentó mucho rato en aquel restaurante chino, el caso es que de ahí salió su estupendo libro de Kassel, que para mí es una de sus mejores novelas, y donde Chus, además sin pretenderlo, queda inmortalizada como personaje. Ahí sí se dio el contacto ultramental.