La extraña ‘deconstrucción’ española a ojos de una francesa
Laurence Debray, hija de intelectuales de izquierda, deja constancia en 'Mi rey caído' sobre el rey Juan Carlos, de la incomprensión foránea sobre la revisión constante del pasado de España
9 abril, 2022 23:00Un alto cargo en el Gobierno español, con orígenes familiares fuera de España, despliega sobre la mesa estadísticas y gráficos, y con el rostro asombrado lanza preguntas retóricas sobre cómo no se ha interiorizado todavía el cambio tan profundo del país en una sola generación. Un cambio que no se explica con crecimientos del PIB, sino que va mucho más allá, con un sustrato cultural de gran calado. La sociedad española hoy no debe envidiar en nada a las sociedades de los países europeos de su entorno. Pero ese pasado reciente se tortura de forma constante, hasta el punto de cuestionar transformaciones culturales como fue la Movida en los años ochenta.
Esa consideración es necesaria estudiarla para abordar el libro de Laurence Debray, Mi rey caído, (Debate), en el que la hija de intelectuales progresistas franceses, reflexiona sobre la figura del rey emérito Juan Carlos, y reprocha a España que no haya sabido diferenciar la evolución del país, ligada al monarca, con los trapos sucios personales del ex jefe de Estado. Y es que en los últimos años, que coinciden con la crisis económica que arrancó en 2008, lo que ha imperado es una autocrítica casi destructiva de todo el andamiaje español de los últimos cincuenta años.
¿Qué pasó con la Movida?
¿Se puede llegar a entender? El caso de la crítica a la Movida, que para Debray es el símbolo de una España moderna, que quiere pertenecer al mejor club europeo, es ilustrativo. Lo ha planteado el periodista Víctor Lenore, en su obra Por qué odiar los años 80. Lenore considera que aquel movimiento, como símbolo de una generación de jóvenes que quería divertirse, que quería aprovechar al máximo los vientos de libertad, fue poco más que un movimiento de ‘pijos’, con el que la incipiente clase política, liderada por los socialistas, se beneficiaba para dejar atrás los clixés izquierdistas, obreros y revolucionarios. Si había que modernizarse, era mejor apostar por Almódovar o Joaquín Sabina que por los cantautores antifranquistas, se podría decir. Y, ciertamente, los cantautores pasaron al olvido, salvo los que podía convenir salvarlos, como Joan Manuel Serrat, que apoyaba las campañas socialistas en las elecciones, aunque eso sería muy injusto para artistas, como el propio Serrat, que construyeron carreras profesionales sólidas.
Es una lectura crítica de esa transición política. Pero, ¿hasta el punto de denigrarla, de considerar que el jefe del Estado que la conducía, el rey Juan Carlos, fue poco más o menor que un ‘fantoche’ que se dedicaba a sus negocios y a sus amantes?
Laurence Debray nació en París en 1976, con España ya enfrascada en esa dura transición, tras la muerte de Franco en 1975. Es hija del activista político y ensayista francés Régis Debray y de la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos. Los dos quedaron retratados en el libro de Laurecene: Hija de revolucionarios (Anagrama). Esa ascendencia familiar marca a Debray, porque, ya en Sevilla, donde se traslada su madre, conoce una España muy distinta a la corte de intelectuales de París. La vitalidad del país, desde Sevilla, va de la mano de la actividad del rey Juan Carlos, con una enorme proyección exterior. Es la etapa de Felipe González y el jefe del Estado, con cumbres internacionales constantes, con las reuniones periódicas con los jefes de estado y de gobierno de los países latinoaméricanos y europeos. Y la joven Laurence conecta con su segundo país, asombrada por un rey borbón con mucho menos boato que los presidentes de la república francesa, fuera el mitificado Mitterrand o más tarde Hollande o Sarkozy.
¿Qué hace el rey en Abu Dabi?
Laurence Debray decidió tomar como objeto de estudio al rey Juan Carlos. Prueba de ello es su biografía, Juan Carlos de España (Alianza, 2014), y el documental, Yo, Juan Carlos, rey de España (2016). Y con su reciente obra, Mi rey caído, da cuenta de esa relación, que le lleva a visitar al monarca en Abu Dabi, un exilio que Debray no comprende ni comparte. Su lugar está en España, considera, una opinión que es la misma que defienden los ex presidentes del Gobierno español, desde Felipe González, a José María Aznar y Mariano Rajoy. Sin embargo, el emérito sigue en Abu Dabi, aunque no tiene ninguna cuestión judicial, ahora, que se lo pudiera impedir.
Lo que Debray expone, con crudeza, aunque sin desmentir en ningún momento su simpatía por el personaje, es la mirada que los propios españoles tienen sobre su historia reciente, y hasta qué punto la sociedad española será o no capaz de valorar lo que ha conseguido.
La autora habla de Podemos, que engarza con esa crítica de Lenore sobre la Movida. Es decir, hay en España una nueva generación que cuestiona ese pasado reciente, que considera que podía haber sido todo de otra manera y que destaca más la carencia que el logro, los errores que los aciertos. La mirada foránea, sin embargo, es más complaciente, más comprensiva. ¿Se equivoca Debray tras esos ojos azules de francesa hija de intelectuales?
La autodenigración como deporte
Sus palabras son contudentes y clarificadoras, para quien conecte con ellas, claro: “Hoy, Podemos acomete contra esta obra maestra política –la Transición—puesto que, como en toda creación, hubo olvidos, imperfecciones, concesiones. El país podría enorgullecerse de ser un modelo de transición de terciopelo, celebrar cada aniversario con entusiasmo. En Francia, la conmemoración se ha convertido en un deporte nacional. En España, es la autodenigración. No existe un relato nacional. Los españoles no aman su pasado, un pasado subdividido en regiones. Al criticar la obra política, los populistas condenan, evidentemente, a sus autores. Es un proceso digno de la Inquisición, con la fogosidad de los convertidos que ocultan sus chanchullos para denunciar mejor los de los demás, que preconizan la pureza para disimular mejor sus acciones comprometidas, poseídos por la radicalidad de la inexperiencia”.
La crítica desde fuera hace daño. Le sucede a todas las naciones. ¿Pero, en qué se equivoca Debray? ¿Le falta la conciencia de los ciudadanos españoles que se consideran humillados por los desmanes del monarca, cuando, en plena crisis económica, viajaba para cazar elefantes en Botsuana?
Debray señala que el rey emérito no ha sabido entender el cambio de siglo, que el siglo XXI es mucho más exigente, que fiscaliza a los hombres y mujeres públicos con una mayor severidad. Y que hoy, por situarlo con el mismo ejemplo, no se puede ir de cacería ni matar animales indefensos. Pero, ¿debe el rey permanecer en Abu Dabi? ¿Qué indica como país?
“Yo continúo pensando que pasar de una dictadura a una democracia, rápida y pacíficamente, en plena crisis ecnómica, y bajo la amenaza del terrorismo, es como un milagro. Un milagro que Juan Carlos ni siquiera se atribuye a sí mismo”, remacha Debray en uno de los capítulos del libro.
Eso es lo que está en juego, lo que se dirime en España. Desde fuera, no se entiende esa ‘deconstrucción’ del pasado reciente. Tampoco la entiende una buena parte de la sociedad española. Almódovar, pese a Víctor Lenore, que no percibe que el director de cine tenga mucho que contar en sus películas, sigue siendo un referente. Muchos grupos de la Movida, es cierto, no trascendieron, pero la creatividad dio sus frutos. España, más allá del PIB, es otro país al de 1975. Un país bastante mejor. Como el resto de países europeos, en realidad. Y Laurence Debray lo quiere recordar. Una francesa que tenía el póster en su habitación del rey Juan Carlos, y que su padre lo retiró para colocar el de Mitterrand. ¡Que cosas!