Miguel Gallardo / EP

Miguel Gallardo / EP

Artes

Miguel Gallardo

27 febrero, 2022 00:00

Maestro de la ironía

Tras vencer a dos tumores cerebrales (que él había rebautizado sarcásticamente como boniatos), Miguel Gallardo (Lérida, 1955 – Barcelona, 2022) fue derrotado por el tercero y definitivo hace unos pocos días, dejando muy tristes a amigos, conocidos y aficionados al mundo del cómic y la ilustración, por el que se había movido como pez en el agua desde finales de los años 70 del pasado siglo. Puede sonar a tópico, pero nunca escuché a nadie hablar mal de Miguel, y si hemos de hacer caso a los efectos causados por su muerte en las redes sociales, resulta indudable que era un hombre querido por sus semejantes. Su indudable bonhomía, además, era perfectamente compatible con un uso magistral de la ironía (y hasta del sarcasmo) en sus cómics y en su manera de interactuar socialmente. La última foto suya que vi lo mostraba en el hospital, ya sentenciado, casándose con su novia, Karin, y ataviado con camisa blanca, pajarita roja y una gorrilla a lo Hugh Hefner para afianzar el seudónimo que se había puesto a sí mismo desde hacía un tiempo, Capitán Gallardo. Es una imagen que me llegó al alma, pues era tierna y triste a la vez, así como una declaración de amor que coincidía con una despedida definitiva. Genio y figura hasta la sepultura: el artista le declaraba su amor a una mujer sin resistirse a seguir haciendo el ganso en el buen sentido del término y auto homenajeándose en una doble vertiente, la humana y la profesional, como hizo en su último libro publicado, Algo extraño me pasó camino de casa (2020), dibujado después del primer boniato y que demuestra cómo la vis cómica de Gallardo resistía las pruebas más exigentes: no todo el mundo es capaz de ironizar sobre algo que ha estado a punto de costarle la vida (y que se la ha acabado costando).

Conocí a Miguel a finales de los años 70, cuando el underground. Creo que fue en la revista Disco Exprés, donde él dibujaba las aventuras de Makoki y yo escribía artículos sobre música pop. Nunca fuimos amigos íntimos, pero sí buenos compañeros de viaje que no dejamos de cruzarnos durante algo más de cuatro décadas (y tuvo el detalle de convertirme en el villano de uno de sus álbumes, Pepito Magefesa, bajo el poco disimulado seudónimo de Jamón Despaña: creo que ése fue mi momento álgido en el mundo del cómic y siempre se lo deberé a Miguel). El impacto artístico y social de Makoki y su pandilla está fuera de toda duda, y la gente seguía pidiéndole dibujitos al respecto cuando él ya había pasado a otras cosas que, me temo, costaban un poco más de digerir para su público (pienso en el citado Pepito Magefesa y en Perro Nick, dos propuestas excelentes que denotaban, por el mismo precio, unas referencias artísticas que iban de la alta cultura a la popular, sabiamente mezcladas por obra y gracia del prodigioso sentido del humor de nuestro hombre).

Un sentido del humor (compatible con la ternura) que le llevaría a producir su libro tal vez más vendido, María y yo, sobre su relación con su hija autista, que se tradujo a un montón de idiomas, contó con una adaptación cinematográfica y (casi) le convirtió en el portavoz del autismo en España. El simpático gamberro que hacía el ganso con Makoki a finales de los años 70 se había convertido en un padre de familia que afrontaba la condición de su hija con una mezcla ejemplar de humor y sensibilidad, esquivando la sensiblería y ofreciendo una imagen constructiva de algo que no solo tenía que ser un problema, sino también una aproximación alternativa al amor.

A Miguel Gallardo se le concedió hace unos días un importante galardón barcelonés. Lamentablemente, no tuvo tiempo de recogerlo.