Sherlock Holmes y la pandilla de Scooby Doo
La serie 'Los irregulares' puede ser interesante para una audiencia joven que no haya leído nunca un relato de Holmes
10 abril, 2021 00:00Los devotos de Sherlock Holmes y el doctor Watson nos tragamos cualquier cosa que guarde la más mínima relación con los personajes de Arthur Conan Doyle. A veces, tenemos suerte y nos encontramos con joyas como el Sherlock ambientado en época actual y protagonizado por Benedict Cumberbatch y Martin Freeman. En otras ocasiones, nos sentimos estafados, como en el caso de Elementary, en la que Holmes era un neurótico sin gracia alguna y el doctor Watson una mujer asiática. Pero nada nos había preparado para la serie de Netflix Los irregulares, de la que me tragué cuatro episodios (bueno, en realidad me quedé sopas a mitad del cuarto) y en la que, como Ignatius J. Reilly, detecté tal carencia de teología y geometría que consiguió sacarme ligeramente de mis casillas.
Como bien saben los lectores de los relatos de Holmes y Watson (frecuentemente agitados por la turbia presencia del perverso profesor Moriarty), los irregulares de Baker Street son unos personajes secundarios de los textos de Conan Doyle, una pandilla de golfillos londinenses que, de vez en cuando, se acercan por el número 221 B de dicha calle, donde habitan el detective cocainómano y su amigo el médico, para pasarles información de esos bajos fondos por los que se mueven como pez en el agua. Otorgarles el protagonismo que se ha sacado de la manga el creador de la serie, Tom Bidwell, era una operación arriesgada que tal vez se haya resuelto de manera satisfactoria para una audiencia juvenil que jamás haya leído un relato de Holmes, pero que puede enervar notablemente a quienes le consideramos prácticamente de la familia, tanto en su versión literaria como en la audiovisual, de Basil Rathbone a Benedict Cumberbatch, pasando por Peter Cushing o Jeremy Brett.
Los presentes irregulares de Baker Street son un grupo multirracial que resultaría totalmente verosímil en el Londres actual, pero que en el victoriano ejerce de indigesto anacronismo. Entre una pandilla de adolescentes con cara de acelga británica, destacan una china y un negro. De hecho, hay en la serie un overbooking de negros que no resulta creíble en la época en que se desarrolla la historia. ¡Hasta el doctor Watson es negro, y las parejas raciales mixtas son tan comunes como en la actualidad! Para acabarlo de arreglar, los irregulares están especializados en asuntos paranormales, totalmente ausentes de las aventuras de Sherlock Holmes, donde lo más parecido a un ser fantástico fue el terrorífico mastín de los Baskerville, que al final resultaba ser una engañifa. Estos irregulares están más cerca de la pandilla de Scooby Doo que de los personajes esporádicos de las viejas aventuras de Holmes y Watson. Como insulto final, Holmes es presentado como un drogadicto tarambana con pendiente y Watson como un estricto dominante con muy malas pulgas y cierto tufillo homosexual (o sea, guay). Su relación recuerda poderosamente la de James Fox y Dirk Bogarde en El sirviente, lo cual es, cuando menos, absurdo.
Los irregulares es, hablando en plata, una idea de bombero que algunos hubiésemos preferido que nunca se rodara, aunque es probable que funcione entre un público adolescente que no sienta absolutamente nada por las criaturas surgidas de la pluma de Arthur Conan Doyle. Los devotos de Holmes y Watson, por el contrario, nos la tomamos como un insulto. Por lo menos, yo.