Sin título (1987), lienzo de Manuel Salinas en la Colección BBVA

Sin título (1987), lienzo de Manuel Salinas en la Colección BBVA

Artes

Manuel Salinas, radical abstracto

El pintor, fallecido a los ochenta años a causa del coronavirus, deja una carrera artística marcada por la indagación en las abstracciones y por la absoluta independencia

2 febrero, 2021 00:00

A Manuel Salinas la pintura le ofreció todo, pero no calmó su apetito. A pintar le sumó la filosofía, donde se internó de joven. Y, acaso por esa costumbre de echarse a pensar aún tierno, sumó a su vida el hábito de decir las cosas de otro modo. Salinas falleció este domingo en Sevilla a los 80 años, empujado por la pandemia pero, hasta entonces, vivió, pintó y rugió con una insólita fuerza de ideas en el circo del arte: “Siempre me he topado en este país con una cultura politizada y condicionada a una determinada ideología, resultante de un arte subvencionado”, aseguró en el discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de Sevilla que tituló, intencionadamente, El arte por el arte.   

La abstracción radical fue su territorio. La figuración, una brevísima escuela. El color, la mancha, materia, los planos, los trazos enérgicos, los grandes planos. Todo eso lo descubrió del expresionismo abstracto de la escuela de Nueva York, más algún eco proveniente de grupos españoles con influencia en los cincuenta como El Paso. “Pintar es un trabajo duro, todo pintor pinta siempre el mismo cuadro. Un cuadro es como una firma, tiene que hablar por sí solo, sin explicaciones, sin ideas preconcebidas, sin títulos añadidos”, confesó Salinas (1940-2021), quien ha firmado uno de los más hermosos y coherentes capítulos de la pintura abstracta española de las últimas décadas. 

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El pintor Manuel Salinas, fotografiado en una de sus más recientes exposiciones / EFE

En el comienzo de sus comienzos estuvo, sin duda, el caldo intelectual de la familia. Su padre, el pintor Manuel Salinas Benjumea, y su madre, la barcelonesa María Asunción Milá Sagnier, hija del conde de Montseny, una de las pioneras en la lucha contra la pena de muerte. De formación autodidacta, pasó por Barcelona y París, evitó los estudios artísticos oficiales –rasgo común a muchos de su generación: Gerardo Delgado, José Ramón Sierra, José María Bermejo, Juan Suárez e Ignacio Tovar– y se internó en la exploración formal y cromática ya en los setenta, cuando la figuración había dejado de interesarle tras casi diez años de carrera.  

Como sostiene Juan Manuel Bonet, Manuel Salinas fue de todos los pintores sevillanos abstractos el más tardío, “el que más se ha perdido antes de encontrarse”. Así, en el cambio de vías, sus primeras obras manifiestan dudas, indecisiones. Unas veces es como si tratasen de traducir el barroquismo de sus anteriores jardines sombríos al nuevo lenguaje pero, en otras ocasiones, se apoya en la geometría o en las curvas elípticas para crear un lenguaje propio. Los mejores resultados de esta etapa no son, a juicio de la crítica, los lienzos, sino los diseños de muebles, algunos de los cuales, como una mesa de metacrilato, llegarían a fabricarse. 

Expuso por primera vez de forma individual en la galería sevillana La Pasarela en 1965, aunque su vertiente abstracta no pudo verse en su ciudad natal hasta 1982, convocado por la galería Imagen Múltiple. En ese periodo colgó sus lienzos en Bogotá, Casablanca, Barcelona y Madrid y afiló experiencias para abrir en la capital hispalense el centro de arte M11, junto a Bonet, Quico Rivas, Diego Carrasco y Alberto Corazón. En este espacio, que contaba con una biblioteca especializada y un taller de creación y editorial, pudieron verse durante sus dos años de existencia (1974-1976) los trabajos de Luis Gordillo, Manolo Quejido, Manolo Millares, Alberto Sánchez y Equipo Crónica. 

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Sin título (1982), lienzo de Manuel Salinas en la Colección BBVA

“Comprobamos que había gran interés en la ciudad por aprender a comprender el arte moderno. Esta corriente que trajimos a Sevilla entró por Cataluña. El pueblo griego de Cadaqués en la Costa Brava fue en los setenta un centro internacional de arquitectura y de pintura, donde encontré, entre otras figuras, a Marcel Duchamp”, explicó Salinas sobre una aventura que intentó replicar sin éxito, ya en la década de los noventa, con la apertura de un museo de arte abstracto en la capital andaluza. La falta de apoyo de las administraciones y la fuga de los patrocinadores dieron al traste con un proyecto del que sólo se llegó a realizar, a modo de prólogo, una exposición de Julian Schnabel.  

Por lo demás, la singular expedición de Salinas en el arte refleja el voraz apetito de quien considera la pintura también una búsqueda. En los ochenta le tocó el turno a los cuadros monocromos para dejar paso a las grandes bandas verticales construidas con una sobria y desnuda gama de blancos, grises y negros. Posiblemente, entre lo mejor de sus producción, está una serie de medio formato hecha en lino que se mostró al público por primera vez en la exposición celebrada en Sofía (Bulgaria) en 2003. El lirismo intenso que poseen deriva de la orquestada presencia de negros, celestes y azules. Son variaciones de pintura pura, su más persistente obsesión. 

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Catálogo del centro de arte M11, diseñado por Alberto Corazón

Radicado de por vida en Sevilla, Salinas fue un artista de muchos sitios. “Difícil es todo en esta ciudad, aunque es magnífica”, dijo el pintor de su ciudad natal, que le concedió la Medalla de Oro en 2016. Quienes más lo trataron aseguran que siempre tuvo algo de niño en estado de felicidad entre las cuatro paredes del taller, rodeado de botes de pintura, barnices y el rumor enjabonado de los cuadros a medio hacer. Solía mirar con sonrisa de chispero al recién llegado y lanzaba una voz de sonoridad magnífica para explicar sin demora el porqué de esas manchas. La vida en el estudio le gustaba. El silencio, más. Diríamos de él que fue un vanguardista tranquilo. Un radical abstracto.