El boniato de Miguel Gallardo
Gallardo ha sabido contar su historia, sobre su enfermedad, con una gran maestría, y lo más importante, con humor
16 diciembre, 2020 00:00Siento una profunda envidia por mi viejo amigo Miguel Gallardo (Lérida, 1955), ilustrador, dibujante de comics y uno de los creadores --junto a Juan Mediavilla y Felipe Borrallo-- del personaje estrella del underground barcelonés de cuando la transición, Makoki. Cuando yo me infarté en octubre de 2016, lo único que saqué de tan molesto incidente fue una crónica que apareció en El Periódico de Catalunya. Miguel, por su parte, se ha cascado un libro estupendo tras deshacerse del tumor cerebral que le amargó (un poco más) la vida durante el año del coronavirus, Algo extraño me pasó camino de casa (Astiberri Ediciones).
Gallardo lleva años sirviéndose de la realidad para elaborar sus comics, y el público se lo agradece más que cuando se dedicaba en exclusiva a la ficción con álbumes sensacionales como Pepito Magefesa o Perro Nick (recién reeditado por La Cúpula). Su libro más vendido es María y yo (sobre su relación con su hija autista), que lleva nueve ediciones y hasta fue adaptado al cine hace unos años (la historia continuó en María cumple veinte años). De hecho, yo diría que hay dos Gallardos, el historietista vocacional cuyas obras, a excepción de las aventuras del loco de los cables en la cabeza y sus piltrafas del arroyo, nunca acabaron de conectar con el público (aunque entusiasmaron a la crítica) y el narrador de la vida cotidiana que, conservando el amor de los enterados, ha logrado conectar con una audiencia más amplia (no es el único en España: aquí se imponen los comics con alguna referencia social, el arte por el arte no es lo nuestro). De ahí que no resulte extraño que este hombre que cuenta todo lo que le pasa haya decidido narrarnos el desagradable proceso que llevó a la extracción del tumor que se le había instalado en la cocorota y al que él se refiere en el libro con el término, entre despectivo y seudo entrañable, de “el boniato” (hay una página hilarante en la que Miguel habla con su boniato, que se muestra francamente indignado por ser tildado de tal, cuando él se considera un tumor digno de respeto y hasta de un poco de temor).
Explicar con sentido del humor un episodio que ha estado a punto de costarte la vida requiere cierto cuajo, pero a Miguel le sobra, como ya ha demostrado en sus dos libros sobre su hija. Otro hubiera incurrido en el melodrama lacrimógeno terminado con un canto a la belleza de la existencia, pero Gallardo se ha conformado --que no es poco-- con reciclar su desgracia en una tragicomedia propia de alguien que se enfrenta a la vida con lucidez, virtud que nunca ha hecho feliz a nadie, pero que sirve para morirse algo menos tonto de lo que se era al nacer.
Si el 2020 ha sido un asco para todos nosotros, en el caso de Miguel, el asco ha venido por partida doble al vivir una tragedia personal (el boniato) dentro de una tragedia generalizada (el coronavirus). Enfrentarse a ambas cosas con la gracia y el tronío que contienen las páginas de Algo extraño me pasó camino de casa tiene, pues, un mérito también doble. A Gallardo le detectaron el tumor justo antes de la primera oleada de la pandemia, lo que le lleva a pensar que igual se salvó por los pelos, ya que, en plena expansión del virus, igual se lo hubieran quitado de encima en los hospitales: hasta esa siniestra reflexión está explicada de manera irónica y en un tono flippant, que dirían los ingleses. Quien fuera el pilar del underground barcelonés y, por extensión, español, lleva unos años reciclado en autor de unos dietarios gráficos estupendos. Algo extraño me pasó camino de casa es la nueva entrega de la serie, pero espero que no sea la última. ¿Principal beneficio personal del autor tras su aventura con el boniato?: la adquisición de una boina de la acreditada casa Elósegui --¡la ilusión de mi vida!, dice Miguel-- que le confiere cierto parecido a don Miguel de Unamuno. No hay mal que por bien no venga. Más o menos.