Jardines y sagas empresariales (3)
Los Rama, Oriola-Cortada, Godó y el gran indiano Salvador Samà, entre el gusto neoclásico y el último barroco
20 octubre, 2019 00:00Los parques privados fueron, en su momento de auge, plantaciones algo alejadas del centro de las viviendas de sus dueños. No eran jardines, sino pulmones verdes cuya misión fue en parte la de evitar la presencia dominante de la casa. Estos parques tienen casi todos el mismo denominador: con el paso de generaciones, dejaron de pertenecer a una saga familiar para convertirse en públicos. Sus diseñadores primaron el signo decorativo; el paseo voyeur de media tarde, el picnic de termo con pastas de té y las vivencias junto al lago o bajo la bóveda del clásico templete. El Casal de Rama, en Ripoll, exponente de la Cataluña húmeda, responde fielmente a estos principios estéticos, aunque fue terminado hace escasamente cuarenta años (muy marcado por el jardinero Antonio Vinuesa).
Estos parques separaron la voluptuosidad de la posesión del deber de la conservación. En el Casal de Rama hay vehemencia satírica en los árboles desmayados por encima de la balaustrada que separan el parque del bosque, símbolo de la continuidad de la naturaleza a partir del jardín como miniaturización del medio. Es la transición entre cultura y naturaleza. Donde acaba lo tectónico, el verde sigue en pendiente, con árboles, arbustos y pequeños estanques ordenados por un eje de empedrado que alcanza la carretera que une Ripoll con Sant Joan de les Abadesses.
En el Casal de Rama, la memoria se remonta al origen de este tipo de parques con un comienzo situado en la frontera cronológica entre el Rococó y el Romanticismo. En sus terrazas en semicírculo se ve la mano del arquitecto Duran i Reynals (años cincuenta del siglo pasado) partiendo de la influencia estética muy anterior, ofrecida por el conde del Valle de Marlés, Mariano Oriola-Cortada. Este último fue alcalde de Vic, en los años de auge de la influyente Universidad conservadora de la llamada ciudad de los ángeles, cobijo de catalanes ilustres, como el obispo Torras i Bages y el filósofo Jaume Balmes. Rama comparte antigüedad en el país con el Laberinto de Horta, nacido bajo el nombre de Laberinto de Teseo y Ariadna, tal como lo concibió el marqués de Alfarràs (ver el segundo capítulo de esta serie Jardines y sagas empresariales).
En la otra punta del país, al sur de Tarragona, el Parque Samà va mucho más lejos en lo simbólico, tratando de combinar la ironía (una isla romántica y cursi en el centro del lago) con lo sublime, el rococó que enloqueció a Samà i Torrents, descendiente del indiano y pionero Salvador Samà i Martí. Este último, origen real de la saga, se convirtió en uno de los grandes emprendedores en la isla de Cuba, después de iniciarse en los negocios de dos de sus tíos (Pau i Josep Samà) de los que heredó los negocios. Rechazó la trata de esclavos --así consta en la biografía recopilada por fuentes familiares-- y empezó de dependiente en un almacén. A los pocos años sus intereses se expandían en sectores como los ferrocarriles, navieras, puertos, bienes raíces y finanzas. Fundó la Sociedad de Beneficiencia y la Real Caja de descuento, convertida en Banco Español de la Habana. En 1857 fundó la Sociedad Anónima de Navegación a Vapor (vapores, bergantines, goletas y muelles), el auténtico antecedente de la Trasatlántica de Antonio López, primer marqués de Comillas. La compañía cubana de Samà llegó a poseer un dique flotante en Estados Unidos, donde comercializó la Piedra Artificial Robertsoniana, muy utilizada en Nueva York y la Costa Atlántica por maestros de obra y urbanistas de su tiempo. Además, aquel primer Samà levantó ferrocarriles, vías férreas y comunicaciones desde Compañía Territorial Cubana.
Su sobrino y descendiente, Samà i Torrents, marqués de Marianau, ordenó su parque-rizoma privado al maestro de obras Josep Fontserè (autor del Parque de la Ciudadadela de Barcelona). El jardín Samà, situado entre Cambrils y Montbrió del Camp, tiene una entrada y cinco salidas a lo largo de un itinerario de cuatro puertas de escapada antes de la meta final, frente a una estatua de Heracles, que personifica el triunfo del valor y el coraje del héroe. Al descubridor de hoy, su hacedor lejano en el tiempo le impele a buscar sin esperanza la salida y a descansar en la plaza del cocotero, situada en el centro del laberinto reconstruido y plantado en el año 2017 con motivo del Día Mundial del Turismo.
Hoy, el Samà es un parque con memoria; un huerto mediterráneo, “un bosque poético o un palacio melancólico”, como le gustó llamarle a Samà i Torrents. Expresa sobre todo la nostalgia de otros mundos y tiempos, como la Cuba española o la Francia cartesiana, mucho más que la Inglaterra exageradamente floreada. Su silueta y su cartografía revelan la influencia de Jean-Claude Nicolas Forestier, el gran paisajista francés, discípulo del barón Georges-Eugène Haussmann, que dejó una enorme huella en Cataluña. La inspiración tranquila de este pulmón buscó las raíces del clasicismo, modelado después del arrebato barroco. Casi al final de sus días, Samà i Torrents se emboscó en su verdes matizados de violetas y lilas para unir “sensibilidad e ingenio”, según dejó escrito en su legado familiar.
La tradición paisajística catalana salto desde el jardín claustral de intramuros en monasterios y castillos de caza hasta el jardín burgués de inspiración noble, durante el XIX. Sin una aristocracia como la francesa, Cataluña no fue un país de jardines. El Cuerpo Militar de la Nobleza mantuvo una clara inclinación ruralista desde la Guerra de Sucesión; sus principales linajes, los Moncada, Albi o Cerdanya se refugiaron en sus mayorazgos de alta montaña. Así los jardines modernos aparecieron mucho más tarde, en plena Revolución Industrial, fruto de la burguesía al calor del mundo textil y los negocios de ultramar.
En un tono de discurso intelectual mucho menor (comparada con Samà o Rama), el entorno de la Torre Godó, en Teià, muestra la vocación italianizante de los llamados parques privados. Así se refleja en el conjunto ornamental del margen izquierdo de la Riera de esta localidad del Maresme, donde los hermanos Carlos y Bartolomé Godó, editores de La Vanguardia, levantaron su enclave vacacional. Una masía del setencientos fue transformada según los cánones del estilo ecléctico, siguiendo la etapa del llamado mal gusto arquitectónico del primer tercio del siglo pasado. Y sin embargo, el trazo del paisajista Rubió i Tudurí en el jardín de la mansión, dotado de una imponente explanada de hortensias, ofrece elegancia al conjunto. La casa reformada está situada sobre un estanque circular que también sobresale a un bosque de palmeras, pinos y cipreses. En su momento, el conjunto consiguió un escalonado de “inspiración mesopotámica”, tal como el propio Rubió calificó a este tipos de jardines, en su libro El jardín latino.