La eternidad en cinco viñetas: breve historia de la tira cómica
El universo de las tiras cómicas parece expandirse en todas las dimensiones excepto en la temporal, como una suerte de 'En busca del tiempo perdido' para todos los públicos
24 agosto, 2018 00:00A finales del siglo XIX, H.G Wells reinventa los viajes en el tiempo mediante su novela de ciencia ficción Time machine. Casi en las mismas fechas, escondidas en los confines de los periódicos norteamericanos, disfrazadas de historietas de monigotes, empiezan a aparecer otras máquinas temporales. Son de apariencia modesta, están hechas de tinta china y fechas de entrega imposibles y papel barato. Serán llamadas tiras cómicas –comic strips– y, contra todo pronóstico, pese a su humilde génesis y aparente caducidad, consiguen que el tiempo se pueda detener.
En el conocido texto de Paul Auster Cuento de navidad de Auggie Wren, un estanquero de Brooklyn le confiesa al narrador que tiene una obra artística en marcha. El estanquero –interpretado por Harvey Keitel en la película de Ang Lee Smoke- se dedica a fotografiar su negocio desde la misma esquina y a la misma hora, diariamente, durante años. Cuando el narrador finalmente la observa, tarda en comprender su relevancia. Solo con el pasar de las páginas, con el mudar de las estaciones y los años, con el cambio de negocios y personas, el narrador se va dando cuenta de la maravilla que ha conseguido reflejar el estanquero, nada menos que atrapar la vida. Algo parecido nos pasa cuando empezamos a leer tiras cómicas. Sólo fascinan por acumulación.
Los personajes de las tiras no cumplen años. En ellas el tiempo parece estar detenido para siempre. Mafalda se queda siempre en ese limbo mágico entre los seis y ocho años, algo parecido les pasa a Carlitos o Gardfield, no hacen más que persistir en su ser. Pero esa inmarcesibilidad no tiene que ver con la taxidermia ni con el botox. Nada de aguas estancadas. Por aquí no huele a cerrado. El agua de la fuente de la tira cómica sigue manando, clara y fresca, pero el río donde nos pegamos el chapuzón es siempre el mismo. Ahí te quedas, Heráclito con tus aforismos.
El universo de las tiras cómicas parece expandirse en todas las dimensiones excepto en la temporal, como una suerte de En busca del tiempo perdido para todos los públicos, Proust decía a todo aquel que le explicaba una anécdota: bien, bien pero cuéntamelo más despacio, más despacio. Los guionistas y dibujantes van entregando sus creaciones como una venganza orquestada contra lo horarios esclavos, como una manera de mantener intacta su infancia. Un forever young en cuatricomía. Lo que sigue es una historia abreviada de las tiras cómicas a través de algunas de nuestras favoritas. Viñetas que han conseguido marcar el ritmo del noveno arte desde sus escasísimos centímetros cuadrados y siguen tan lozanas como cuando fueron concebidas.
Krazy Kat (1913-1944) de George Herriman
Poco después del primigenio The Yellow Kid – tatarabuelo de la tira cómica y bautizador oficial de la prensa amarilla– nace la primera tira cómica que trasciende el género. Se llama Krazy Kat, la gata loca de George Herriman (Nueva Orleans, 1880–Los Ángeles, 1944). Apareció por primera vez en el New York Evening Journal de William Randolph Hearst. Este año le han dedicado la exposición retrospectiva Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat – nombre que honra al verso “Una rosa es una rosa” de Gertrud Stein, no a la canción de Mecano– en el Museo Reina Sofía. Otra muesca más en la cruenta batalla cotidiana que se libra para incluir las obras del género al mismo nivel que otras obras pictóricas, superando la consideración clásica del cómic como subproducto infantil al que no tomar en cuenta, asociado a la baja cultura.
Viñeta de Krazy Kat de George Herriman
Herriman reduce la trama de la tira cómica a casi una anécdota: las aventuras y desventuras de una gata –aunque el sexo no queda muy claro– enamorada de un ratón en el condado inventado de Coconino. Ignatz es el ratón irascible con una puntería de Guillermo Tell que no le gusta más que atizar con adoquines a nuestra protagonista. Los ladrillazos son tomados por ésta como muestras de amor. Para completar el triángulo sádico-amoroso tenemos a un policía enamorado a su vez de la gata que encarcela siempre al ratón. El gran poeta en minúscula e. e. cummings –desmayador de señoras– resumía su trama de la siguiente manera: “el perro odia al ratón y venera al gato, el ratón desprecia al gato y odia al perro, el gato no odia a nadie y ama al ratón”.
Parte de sus aventuras parecen abrir la puerta al manifiesto surrealista que Breton perpetraría años después. Y la tristeza melancólica que destila toda la obra parece reflejar los problemas de Herriman en declarar sus ancestros africanos, por miedo a represalias racistas. El autor, además, desarrolla nuevas técnicas para el género en ciernes, dibuja onomatopeyas, revoluciona el espacio entre viñetas, y escribe en una jerga de español, inglés, francés y yiddish. La obra es lo más parecido a las vanguardias de principios de siglo. Si el taller Bauhaus realizara una tira de diario seguramente sería la de Krazy Kat. Jack Kerouac, T.S Eliot o Gertrud Stein fueron fans declarados. En la actualidad lo encontramos traducido en una deliciosa colección diseñada por Chris Ware.
Snoopy y Charlie Brown (1950-2001) de Charles Schulz
Un día de invierno, un tal Carlitos, en la tercera tira de la serie, adopta a un perro por cinco míseros dólares ahorrados y el resto es historia. No sólo del cómic. Peanuts –aunque Schulz odiaba ese nombre, se vio obligado a cambiar el original Li’l folks porque ya existía un cómic llamado así– se convierte en una de las tiras más longevas y populares. La protagonizan Snoopy, Carlitos Brown, Lucy, Peppermint Patty y compañía y estuvo publicándose en todo el mundo durante 65 años. Posee un carácter lírico y filosófico, sin perder un ápice de sencillez. Su éxito global y publicitario ha hecho que sus protagonistas se vuelvan figuras icónicas. Los primeros en alcanzar la universalidad y el habla popular: “Te lo juro por Snoopy”. Peanuts, más allá de sus connotaciones clasistas, es una obra majestuosa y parece que eterna. Una obra coral que crea un microuniverso al estilo de Yoknapatawa o Macondo. En 1984 se publicaba en dos mil periódicos diferentes.
Carlitos y Snoopy mirando al horizonte
Entre algunas de sus brillantes aportaciones, se encuentra la estandarización de las cuatro viñetas como forma habitual –el soneto de las tiras– o el hecho de que Schulz ocultaba siempre la cara y la voz de los personajes adultos. En sus numerosas apariciones en televisión, la voz de los adultos es representada por el sonido de un trombón apagado. Schulz estuvo dibujando hasta el día anterior a su muerte y se despidió con una sentida carta, mecanografiada por Snoopy, en su propia columna gráfica.
Snoopy es un monumento nacional al American way of life en su versión más honorable: memorabilia, mercadotecnia y talento. Sus diseños han viajado al espacio, han aparecido en un sinfín de productos, en la portada de la revista Time, Ronald Reagan se declaraba influenciado por Charlie Brown. La obra de una época, más que de una vida. 17.897 tiras que conforman la obra gráfica más larga de la historia protagonizada por nuestro loser favorito.
Mafalda (1962-1973) de Quino
A la estela de Peanuts nace Mafalda en Buenos Aires. Sabíamos que Borges y Bioy habían empezado su larga colaboración por culpa de un anuncio de yogures. Mafalda también se la debemos a un comercial, pero en este caso de electrodomésticos. La idea de Quino y un guionista era meter publicidad subliminal –caso prehistórico de product placement– en una tira infantil. La cosa no sale bien. Y quién sabe si para resarcirse de tal inicio interesado, años después, Mafalda se convierte en la protagonista de la tira progresista por excelencia. Un mix delicioso entre tira cómica y política. Una mezcla ganadora entre humor, conciencia y costumbrismo.
Mafalda y las bibliotecas
Mafalda, odidadora de dictaduras y de sopas, es un reflejo de una sociedad cada vez más politizada. Sus tiras se leen en familia. Se convierte en el Pepito Grillo de los países hispanoparlantes. Aunque también cosecha mucho éxito en Italia o Polonia. Mafalda es la tira favorita de profesores de ética y tutores. El chispazo inicial que prende en las mentes jóvenes el deseo de justicia. Mafalda expende sentencias y frasecitas con tal fruición que prefigura una gran tuitera: "¿No sería mas progresista preguntar dónde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a parar?"
Calvin y Hobbes (1985-1995) de Bill Watterson
La Catedral de la tira cómica, su opus magna. En Calvin y Hobbes de Bill Watterson se concentran todas las virtudes y sabiduría de las tiras anteriores y éste las lleva a un nuevo estadio de excelencia. Leer sus obras completas se parece a leer una microhistoria del cómic universal, en ella encontramos dibujos realistas, expresionistas, costumbristas, mudos, solo textuales, metaficcionales, todas la tira la tira.
La serie se demora en las peripecias de Calvin, un niño de seis años, y su tigre de peluche Hobbes. El primer asombro del lector de sus tiras es el descubrimiento que para Calvin, Hobbes es un tigre real: lleno de energía, con ganas de juerga, cínico y un poco pedante. El nombre de la pareja es un homenaje irónico a los filósofos Jean Calvino y Thomas Hobbes. Tras su dibujo alegre y expresivo se esconde una de las obras narrativas más sofisticadas de finales del siglo XX. La tira es un compendio de sabiduría, está plagada de referencias –procedimiento que luego copiaron Los Simpson-- de cultura popular y de citas sobre temas trascendentales a la vez que de gags físicos, puro cine de los años 30.
Tira de Calvin y Hobbes
Al poder inherente a su obra se le suma la decisión de Watterson de hacer un Salinger. No sabemos la cara que tiene el dibujante más importante de lo que va de siglo. Además, debido a sus profundas convicciones anticomerciales, siempre se ha negado ha ceder los personajes de sus obras para mercadotencia, películas o publicidad. Nada de peluches o tazas. La única forma de acercarnos a Calvin y Hobbes es a través de sus cómics. Su caso es el contrario del de Gardfiel. El gato naranja va perdiendo carisma cada vez que se suma una nueva marca comercial a su nombre. Cada vez es más un logotipo y menos un personaje de ficción.
Acusado de divismo por algunos, Watterson defiende su trabajo como arte y gana espacio en los periódicos a través de cláusulas especiales. Poco antes de su definitivo abandono de la vida pública –parece que sigue pintando y dibujando pero no conocemos nada de su trabajo– declaró : “Los aullidos de ultrajados editores me han convencido de que la tira dominical más grande mejoraba estéticamente las tiras de los periódicos, e hizo que fueran más divertidas para los lectores. Las tiras cómicas son un medio visual. Una tira con mucho dibujo puede ser apasionante y aportar algo de variedad. (...) En el negocio de la prensa el espacio cuesta dinero, y sospecho que la mayor parte de editores creen que la diferencia no compensa los costes. Desgraciadamente es el pez que se muerde la cola: ya que no hay espacio para mejoras gráficas, las tiras no son más que simples dibujos y si son simples dibujos, ¿para qué necesitan más espacio?”
Tom Gauld
La fragmentación del mercado actual se nota en todo. Parece imposible que en la actualidad se produzca un éxito masivo como el de Peanuts o Calvin y Hobbes. Perdemos cuota de pantalla pero ganamos variedad. Las tiras se reproducen viralmente en las redes, a veces sin control ni contexto. Una de las más interesantes de la última hornada son las tiras culturales y cómicas del escocés Tom Gauld (Aberdeen 1976) para The Guardian.
Tira de Tom Gauld
Declara que llegó a encontrar su voz, su verdadero estilo, después de desechar uno mucho más ampuloso y autorreferencial. Gauld observó que los dibujillos que dejaba al margen de sus libretas, la marginalia, los apuntes como en un cuaderno de letra microscópica de Robert Walser eran lo que más gustaba a sus lectores. No hay intelectual del siglo XX que no cite lo que le gustan las Variaciones Goldberg de Bach interpretadas por Gould, apuesto a que no habrá aquí intelectual del XXI que no se pirre por las variaciones de Gauld.
Sus dibujillos tienen algo de los que garrapateó Kafka en sus cuadernos. Figuras negras de palos que son un poco como el Cuttlas de Calpurnio. Su lenguaje es tan posmoderno que se ríe del posmodernismo: lleno de diagramas, de encuestas inventadas, de mapas, instrucciones o anuncios falsos. Juega con el mundo libresco de forma excepcional y sencilla. Continuaciones de clásicos: Charlie y la fábrica de chocolate renegocia los contratos con el sindicato de Umpalumpas. O las críticas de usuarios de Airbnb del castillo de Drácula.
El universo entero cabe en cuatro o cinco viñetas. Bien lo sabemos los que solemos abrir los periódicos, casi inconscientemente, por la página de las tiras cómicas, y solo después de ese doping de endorfinas, somos capaces de encarar el resto.