‘Retrato triple de orfebre’, ejecutado por Lorenzo Lotto hacia 1525-1535. VIENA, KUNSTHISTORISCHES MUSEUM / MUSEO DEL PRADO

‘Retrato triple de orfebre’, ejecutado por Lorenzo Lotto hacia 1525-1535. VIENA, KUNSTHISTORISCHES MUSEUM / MUSEO DEL PRADO

Artes

Lorenzo Lotto: genial, extraño y solo

El Prado reivindica la modernidad de los retratos del pintor renacentista, que levantó un estilo propio basado en la hondura psicológica y el juego simbólico

30 julio, 2018 00:00

El historiador Bernard Berenson fue el primero que supo ver en Lorenzo Lotto el reflejo de la modernidad, ese paradigma de lo nuevo que pedía paso en la pintura y concentraba en su expresión el sol único de un interés renovado, de una época por hacer. “Su espíritu se asemeja más al nuestro que quizás el de ningún otro pintor de la época, y posee toda la capacidad de atracción y fascinación de un alma gemela que vivió en otro tiempo”, anotó en la primera monografía (Lorenzo Lotto. An Essay in Constructive Art Criticism, 1895) publicada sobre el maestro del Cinquecento italiano. 

Aquel texto, escrito en paralelo al nacimiento del psicoanálisis, vino a sacar del carril de los extravagantes a aquel pintor de vida atormentada situándolo como el primero preocupado por los estados de ánimo y, como tal, presentarlo a modo de creador avanzado, moderno. “Lotto fue, de hecho, el primer pintor italiano que se mostró sensible a los diversos estados del alma humana. Siempre nos produce la sensación de que es capaz de definir sus sentimientos, emociones e ideales en vez de limitarse a facilitar su transmisión (…). Ello hace de él un psicólogo”, argumenta el experto.   

‘Retrato de mujer como Lucrecia’, óleo pintado por Lorenzo Lotto hacia 1530- 1532.  LONDRES, THE NATIONAL GALLERY /MUSEO DEL PRADO

‘Retrato de mujer como Lucrecia’, óleo pintado por Lorenzo Lotto hacia 1530- 1532. LONDRES, THE NATIONAL GALLERY /MUSEO DEL PRADO

Retrato de mujer como Lucrecia, óleo pintado hacia 1530- 1532. THE NATIONAL GALLERY /MUSEO DEL PRADO

Y es que el artista, nacido en 1470, probablemente a la sombra de las molduras de un palacio en Venecia, realizó un camino en el arte que al final de la vida se contempla coherente, esforzado. Lotto mantuvo durante su existencia una obsesión permanente por su trabajo. Comenzó entre las corrientes de su tiempo para ir abriendo sendas nuevas que lo llevaron hasta el terreno propio de sus últimos cuadros, esa aventura de agudeza y profundidad donde la mano iba más sabia y más libre. “Solo, sin fiel gobierno y muy inquieto de mente”, llegó a definirse él mismo casi al final de sus días.

Aunque su biografía llegó a disparatar por el lado de la alquimia y el esoterismo, hubo en él un hombre culto y religioso, de lo que queda rastro en el fabuloso Libro di spese diverse que registra su trabajo en las dos últimas décadas de vida. Convencido de la excelencia de su técnica y de la originalidad de su arte, midió sus creaciones con dos gigantes de su tiempo –Tiziano, en Venecia, y Rafael, en Roma–, aunque con los dos salió derrotado. El primero le obligó a buscar trabajo en plazas periféricas (Treviso, Bérgamo y las Marcas). El segundo cubrió todo su trabajo en las estancias del Vaticano. 

A pesar de estos apagones, Lotto retrató a obispos, altos funcionarios y ricos mercaderes, aunque también a artesanos, profesionales y marginados, entre los que se situó en el único (y posible) autorretrato que ejecutó. Junto al hambriento, las viudas y las huérfanas, él es el pobre vestido de rojo y coronado con laurel que levanta la mano en busca de auxilio en la gran pala de altar San Antonino de Florencia repartiendo limosna procedente de la iglesia de los santos Giovanni e Paolo de Venecia. El hallazgo de su firma (“Laurentio Lotto”) sobre su cabeza parece confirmar definitivamente la teoría.    

Celebrado pronto como un pictor celeberrimus, el artista bombeó desde su paleta y sus pinceles un estilo muy original en los lienzos de temática religiosa y en los retratos, donde supo satisfacer con huella propia las necesidades que nuevos individuos y grupos sociales tenían en fijar su imagen. “Él reflejó como ningún otro una Italia en profunda transformación, sacudida e inquieta también por lo que sucedía en una Europa que cambiaba a su vez de forma dramática”, explica el director del Museo del Prado, Miguel Falomir, comisario también de la exposición Lorenzo Lotto. Retratos

Detalle del retrato del joven esposo Micer Marsilio Cassotti, con el Cupido con gesto irónico. MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Detalle del retrato del joven esposo Micer Marsilio Cassotti, con el Cupido con gesto irónico. MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Detalle del retrato del joven esposo Micer Marsilio Cassotti, con el Cupido con gesto irónico. MUSEO DEL PRADO

La muestra –abierta en la pinacoteca madrileña hasta su marcha a la National Gallery de Londres, a partir del 30 de septiembre– huronea en este sendero tan singular a través de treinta y ocho pinturas, diez dibujos y una estampa, así como una quincena de esculturas y piezas similares a los representados en los retratos, reflejo de la cultura material de su época. Porque, en sus encargos, Lotto añadió a la exacta descripción física y psicológica de los personajes un lenguaje propio en el que miradas, gestos y objetos se entrecruzan para revelar los sentimientos más profundos de los retratados.

Ocurre así en el Retrato de Micer Marsilio Cassotti y su esposa Faustina (1523), uno de los tres que de él se conservan en España, donde es posible hallar un rastro de humor, de ironía. De esta forma, un burlón Cupido mira al contrayente con una sonrisa mientras coloca el anillo a su amada y unce a ambos con un yugo como a un par de bestias. “Lotto representó el momento culminante del capricho del nuevo esposo, quien contrajo matrimonio sólo un año después de haber sido emancipado por su padre. Parecía  advertirle de que el matrimonio es siempre una carga”, desvela Falomir.

Otros juegos similares dispensan el Retrato de Andrea Odoni (1527), donde este coleccionista de piezas clásicas aparece rodeado de algunas de ellas mientras toca el crucifijo que lleva en el pecho como símbolo de su elección por la fe cristiana, o el Retrato de mujer inspirada en Lucrecia (hacia 1530-1533), que arrastra interpretaciones múltiples. Desde la condición de cortesana de la mujer representada hasta un guiño de contenido onomástico, ya que ella podría ser una dama de la nobleza veneciana, Lucrezia Valier, ligada aquí por el nombre a su modelo romano.   

Un visitante observa el ‘Retrato de matrimonio’ de Lotto que se conserva en el Hermitage. SAN PETERSBURGO, HERMITAGE / MUSEO DEL PRADO

Un visitante observa el ‘Retrato de matrimonio’ de Lotto que se conserva en el Hermitage. SAN PETERSBURGO, HERMITAGE / MUSEO DEL PRADO

Retrato de matrimonio, que se conserva en el Hermitage. HERMITAGE / M. PRADO

Pero, acaso, la propuesta más compleja que ofrece la exposición del Museo del Prado sea el cuadro del obispo Bernardo de Rossi (1505), del que se ha conservado también la cubierta, convirtiéndose en una pieza única. Así, la soberbia imagen de media figura del prelado, realizada con toda maestría y precisión en el manejo de las técnicas pictóricas y ópticas del Cinquecento, iba tapada –bien mediante raíles, bien mediante unas bisagras centrales–, por una segunda tabla, también pintada, cuyo contenido es una visión alegórica del alma humana en tres escenas. 

Con este despliegue, la recuperación de su trabajo pone en valor a un creador sugerente más allá de cierta tosquedad. Lorenzo Lotto se revela aquí como uno de los fundadores del largo acueducto de la modernidad. Un hombre convulso que terminó sus días triste y arruinado, exprimiendo lo que su fama aún le permitía recaudar. Para reunir algo de dinero, llegó a organizar una lotería para deshacerse de las pinturas de su almacén, aunque el resultado fue desastroso. Con todo, Giorgio Vasari anota en sus Vidas que “esos últimos años transcurrieron muy felices y, lo que es más, le hicieron, según se cree, conseguir los bienes de la vida eterna”.