Bruguera, la casa de Francisco Ibáñez: todos los gatos son negros
La mítica editorial barcelonesa, que volverá a nacer como sello propio en otoño, es un referente para varias generaciones por su capacidad para combinar la alta y la baja cultura
4 mayo, 2018 00:00En el pasado, los niños sabíamos que si por el lomo de un ejemplar de cómic se paseaba un gato negro era señal de buen agüero. Sabíamos que la ancestral superstición sobre la mala fortuna que estos provocaban en realidad mentía. Siempre que el gato fuera, claro, el icónico de la editorial Bruguera. Primus interpares del gato Félix, hermano bastardo de Garfield, bisnieto del Gato con botas. Con su cola enroscada, sus formas redondeadas y su fondo blanco. Sabíamos reconocer aquel emblema primigenio de nuestro amor infantil y juvenil por el cómic y la literatura; cara y cruz de una misma filia que nos hacía acudir cada semana a las librerías-papelerías por si avistábamos alguno nuevo. Botellas al mar que llegaban a las orillas del kiosco para salvarnos del naufragio cotidiano. Del aburrimiento finisecular del barrio.
Penguin Random House lo anunció a bombo y platillo durante la celebración de la Feria del Cómic de Barcelona y la noticia nos removió el alma: Bruguera vuelve. El gigante editorial relanzará el sello dentro de su seno a partir del próximo otoño, animado tal vez por la incesante fiebre nostálgica que invade nuestra realidad, por su más que probable éxito comercial. No hay más que echar un vistazo a las listas de los más vendidos para encontrar a los diferentes libros que versan sobre la quincalla de EGB: páginas y páginas dedicadas a la glosa de la bondad de la carpeta con fotos de Duran Duran, al esbelto perfil de una pegatina de Fido Dido, al sabor proustiano del Frigurón y el Sugus de piña. Por no hablar de los shares de las series de televisión que profanan --otros dirán “se inspiran”-- en el legado ochentero más pop: los niños en bicicleta, los calentadores ahogando suavemente tobillos y la banda sonora con sintetizadores tenebrosos plagiando a John Carpenter. La evocación del pasado propio vende. La mistificación de ese mismo pasado vende mucho más.
La evocación del pasado propio vende. La mistificación de ese mismo pasado vende mucho más
La vuelta se iniciará con con la antología Lo mejor de Vázquez, colección inédita del considerado mejor dibujante --y mejor diletante-- de su generación. Páginas donde volver a disfrutar de las aventuras de Anacleto, la familia Cebolleta o las hermanas Gilda. Si Francisco Ibáñez siempre se dibuja aferrado a su mesa de dibujo, tal vez Vázquez se dibujara a sí mismo condenado a fatigar infinitamente la barra de un garito. El gran Vázquez era tan popular por su revolucionaria técnica y osadía técnica como por su caradurismo vital. Incluso aparecía en los tebeos de otros: exactamente habitando --hoy diríamos okupando-- la buhardilla del 13 de la calle Percebe.
Ibáñez, en uno de sus autorretratos.
Después se viene una delicatessen imperdible: Lo mejor de sir Tim O’Theo de Raf. La versión del ilustrador más injustamente olvidado de la escudería sobre el universo de la novela policíaca y la herencia de Conan Doyle, con guiones ocasionales del novelista Andreu Martín. Merecerá toda la repercusión del mundo. Pero la cosa no para ahí, el fondo es infinito, y sigue con Ibáñez, El Jabato de Víctor Mora, o volúmenes recopilatorios de Superlópez de Jan y Zipi y Zape de Escobar. También tiene programada la reedición de Calvin y Hobbes, del estadounidense Bill Watterson y Los Simpson, la serie creada por Matt Groening que comenzó a editarse dentro de la colección Magos del Humor en 2003.
Un gato negro para las ficciones pulpo
Algunos memorizaban las alineaciones de los equipos legendarios. El Madrid de Di Stéfano, El Brasil de Pelé o el Dream Team de Cruyff. Nosotros memorizábamos la plantilla de los míticos dibujantes de Bruguera: Ibáñez, Vázquez, Jan, Escobar, Mora, Cifré, Conti, Peñarroya, Purita Campos, Ambrós y Segura. Llevamos la historia entera de la editorial Bruguera tatuada en la piel de nuestra propia historia. Parece que la definición de Escuela Bruguera se la debemos a Terenci Moix. Excelsa dinastía que cultivó el cómic total, como la Holanda de los 60 el fútbol, y que consiguió que el género cómic alcanzara su punto álgido en popularidad e influencia.
El primer logo de 'El Gato Negro', antecedente de Bruguera.
Nació en 1910 con otro nombre --El Gato Negro-- de la mano de Juan Bruguera, cuando este contaba apenas con veinticinco años de edad. Quería seguir la estela iniciada del TBO --el nombre no es un acrónimo, es la forma llamativa de decir fonéticamente: te veo--. Empezó publicando libros de chistes, folletines y sobre todo revistas de historietas. El primer gran éxito de la editorial fue la revista Pulgarcito, subtitulado Periódico infantil de cuentos, historietas, aventuras y entretenimientos.
La empresa nació en 1910 con el nombre de 'El Gato Negro' de la mano de un Juan Bruguera con sólo 25 años de edad. Sus libros eran ficciones para los que no podían permitirse una novela
Entre las décadas del 40-60, ya en manos de sus descendientes, es cuando el negocio acaba ocupando el lugar central en nuestro canon sentimental. El negocio se amplia y Bruguera se convierte en el centro irradiador de ficción popular; en el episodio sísmico editorial que acabó casi monopolizando las publicaciones españolas. Dueños de los cómics pero también de las novelas destinadas a los nuevos lectores, a los lectores no previstos, a los que que aprendieron a leer en la mili, tarde y en duras condiciones, casi contra su propio destino: las ficciones de los que no podían permitirse una novela.
Igual que las alineaciones de los equipos de fútbol, se memorizaban los nombres de los dibujantes de Bruguera: Ibáñez, Vázquez, Jan, Escobar, Mora, Cifré, Conti, Peñarroya, Campos, Ambrós y Segura
La mítica colección de novelas populares de Bruguera.
De la mano de las novelas de a duro, que se alquilaban y se vendían y compraban y prestaban en una suerte de bookcrossing antediluviano. Volúmenes de Marcial Lafuente Estefanía, de Corín Tellado. Bestsellers millonarios sin mayor pretensión que el entretenimiento. Las novelas del Oeste con Silver Kane o Curtis Garland --esos autores patrios que cambiaban sus nombres por seudónimos anglo para parecer más cool-- recientemente recuperados y reivindicados por autores contemporáneos como Robert Juan Cantavella --en su obra Asesino cósmico-- o en las crónicas enciclopédicas de la vieja escuela de Javier Pérez Andújar, eran novelillas hechas con la pulpa, la parte más económica del papel. Las ficciones pulpo. Tal vez porque el pulpo sea el animal más listo del mar, la ficción pulpo también encontró la manera de subsistir dentro de la botella al mar que llegaba a los quioscos. Pulp fiction peninsulares huérfanas todavía del Tarantino que las redima
Las novelas de a duro se alquilaban, vendían, compraban y prestaban en una suerte de bookcrossing antediluviano
Al calor de aquellos éxitos, también la sección de cómics ganó en espesor y horizonte: llegó el éxito sin precedentes de El capitán Trueno y ya en los años 60 la llegada de las hordas francobelgas que acabarán por conquistarnos: el teniente Blueberry y las aventuras galas de Uderzo y Goscinny. La expansión a latinoamérica --donde todavía existe una Bruguera primigenia--. Durante los 80, a su catálogo de excelencias, añade también la publicación de novelas literarias de éxito: Jorge Amado, Borges, Marsé o Juan Carlos Onetti.
Cubierta de 'El Capitán Trueno'
Si uno no ama a la editorial que en un mismo sello le dio a Ibáñez y a Borges, a Cortázar y a Escobar, a Onetti y a Vázquez, es que no tiene corazón. La colonia gatuna de Bruguera era amplia y heterogénea. Lo mismo leíamos un Zipizape que un premio Goncourt. Amalgama de supuesta alta y baja cultura. Aunque la verdadera alta cultura en el quiosco eran las revistas eróticas que se encontraban el las estanterías más alejadas de la mirada infantil, no sabemos si para que los amigos de lo ajeno no tuvieran tentaciones o para producir un efecto todavía más majestuoso a los monumentos de sus portadas. Como Praxíteles modificaba ligeramente la simetría de sus esculturas si estas eran colocadas a cierta altura, así operaban nuestros quiosqueros.
Todas las Brugueras, Bruguera
La historia de Bruguera contiene a su vez muchas historias. Una de las más consignada es la de su lucha obrera. El estajanovismo de Bruguera era proverbial. El camarada soviético Aleksei Stajánov --que dio nombre al vocablo para designar al trabajo sin medida ni cuartel-- podría competir en esfuerzo con el mismo Ibáñez. Atención a sus autorretratos. Muchos han denunciado las condiciones draconianas que imponían los jefes, aunque es de justicia reconocer que en todas las editoriales de la época cocían habas. La editorial Bruguera fue fundada por un comunista represaliado, que a lo largo de su probable exilio interior a su vez explotaba a sus dibujantes sin problemas de conciencia.
Si uno no ama a la editorial que en un mismo sello le dio a Ibáñez y a Borges, a Cortázar y a Escobar, a Onetti y a Vázquez, es que no tiene corazón
Los problemas de cotización de los dibujantes, proyectados en una viñeta.
Bruguera fue también responsable de la llegada del fordismo a la tira cómica. Así como Henry Ford instaló la cadena de montaje en los talleres de Chicago para hacer de los automóviles un objeto asequible a casi cualquier bolsillo, así Bruguera ataba sus dibujantes y guionistas a sus mesas de trabajo de la mítica redacción en Barcelona para hacer crecer la cuenta de beneficios en una producción pantagruélica. Muchos de ellos, como bien narra Paco Roca en su excelente El invierno del dibujante (Astiberri, 2010), salieron para intentar armar una alternativa cooperativa llamada: Tío Vivo. Al problema principal --el de la distribución altamente controlada por Bruguera-- se le sumó que los personajes no pertenecían a sus autores. No por culpa de Pirandello o Unamuno o la posmodernidad. Sino porque los contratos redactados dejaba bien claro que los personajes --al igual que los originales-- pertenecían a la antigua casa editora. Solo unos números después, los utópicos dibujantes volvieron apesadumbrados pero orgullosos a la casa primigenia.
Bruguera fue responsable de la llegada del fordismo a la tira cómica. Ataba a sus dibujantes y guionistas a sus mesas y obtenía por contrato la propiedad de personajes y originales
En las películas infantiles clásicas predomina una premisa común en la trama. Unos grandes inversores amenazan con arrebatar el espacio propio de los infantes --un colegio, un parque, una plaza, una reserva natural--. La peor de nuestras pesadillas lectoras se dio cuando anunciaron que Bruguera iba desaparecer. Recordamos escuchar de niños la noticia en el Telediario entre otras catástrofes. Los bosques se quemaban. En el cuerno de África asolaba la hambruna. Y la editorial Bruguera tenía problemas económicos. Con el fin de Bruguera se murieron también, si me permiten la cursilería, unas cuantas infancias. Luego supimos más cosas. La de Bruguera también es una historia de la lucha sindical. La memoria de aquellos años se puede encontrar en diferentes publicaciones y en el documental interactivo Editorial Bruguera, una història de la classe obrera. Una de las antiguas sedes de la editorial es ahora el Centro Cívico El Coll-La Bruguera, sita en el barrio barcelonés de Vallcarca, que lucha por reivindicar la memoria histórica de la compañía.
Portada de una de las novelas del oeste de Silver Kane.
Después de ser absorbidos por Ediciones B, en el 2006, el gato vuelve a renacer. En forma de pequeño sello literario de Grupo Z bajo la dirección de Ana María Moix. Con un gato más estiloso sobre fondo morado y con la puesta en marcha del Premio de Novela Editorial Bruguera. La aventura no duró más que cuatro años.
El universo expandido del cine
Así como Marvel y DC tiene su mercadotecnia, también Bruguera tiene la suya. El ambiente de aquella editorial o sus personajes se han visto reflejados en diferentes obras cinematográficas con múltiples enfoques. Así, destacamos El gran Vázquez de Óscar Aibar y protagonizada por Santiago Segura se centra en la intrahistoria de la editorial a la vez que suma dibujos animados a la narración mítica de la vida pícara del autor. Y otras se dedican a ampliar el universo de los propios personajes de ficción, como los Mortadelos de Guillermo Fesser, el Anacleto, agente secreto de Javier Ruiz Caldera que ahora espera el futuro estreno de Superlópez con Dani Rovira interpretando a nuestro bigotudo volador favorito.
Penguin Random House promete combinar los clásicos del sello histórico con nuevos lanzamientos, como Inés Jimm
Pero no solo de nostalgia vive el lector. La nueva Bruguera promete también nuevos lanzamientos como Inés Jimm, basado en la obra de una joven promesa de la ilustración y a partir de 2019 la convocatoria del Premio Bruguera de Cómic y Novela Gráfica dotado con 12.000 euros. Más allá de la excelente operación de marketing, desearíamos que en esos nuevos títulos encontremos las historias y las ilustraciones que también nos expliquen nuestro presente.
Bruguera vuelve con la coartada de la nostalgia, pero estamos deseando que también nos produzca nostalgias futuras. Borges --como hemos visto también autor de la casa-- decía que sentía nostalgia de la primera vez que sentiría nostalgia de una determinada vivencia. Algo sucedido nos pasa con este nuevo desembarco felino. Pese a lo que diga el refranero popular, en el anaquel de nuestra memoria todos los gatos son negros.