La última foto de Robert Capa

La última foto de Robert Capa

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La última foto de Robert Capa

Antes de pisar la mina que lo mató, el mítico reportero fijó por última vez el avance de unos soldados en Indochina, un encargo con el que regresó en 1954 a la fotografía de guerra

22 febrero, 2018 00:00

"La guerra es como una actriz que envejece. Cada vez es menos fotogénica y más peligrosa", aseguraba Robert Capa (1913-1954), cuyo nombre solo abunda en la condición de mito. Él, que fundó el linaje de los fotógrafos de trinchera, aceleró su vida entre combates hasta los cuarenta años como si para existir necesitara la certeza de una súbita emboscada, de un mortero inminente, de una bala que pasa rozando la línea de flotación de las sienes. Su sitio predilecto para el avistamiento del delirio era el perímetro del fuego cruzado. Puede olerse aún la pólvora en sus imágenes. Fue el primer reportero que pisó de este modo una guerra.

Pero Capa había envejecido al ritmo de las batallas en las que estuvo. Algunos decían que ya no era el mismo que deambuló por el frente de Madrid, que reía en los naipes del toque de queda, que amanecía abrazado a Gerda Taro, que aguantaba burlón los bombardeos de la Gran Vía con la córnea derecha encaramada al visor de su Leica. Madrid, Plaza de Callao, Hotel Florida, plagado de espías y periodistas; Ernest Hemingway, zampándose de tres bocados un cochinillo aliñado con tres botellas de tinto; Arturo Barea e Ilse Kulcsar; John Dos Passos, traficantes de armas, oportunistas, buscavidas, rojos y menos rojos, un batallón de ilusos, horas de puro romanticismo.

Fotógrafo de guerra sin guerra

Tampoco se parecía en nada a aquel tipo que entregó sus rollos del desembarco de Normandía y, casi sin dormir, volvió a embarcarse rumbo al frente. “La cámara vacía me temblaba en las manos. Era un nuevo tipo de miedo el que me sacudía el cuerpo de pies a cabeza y me crispaba la cara”, anota el reportero en su autobiografía Ligeramente desenfocado (La Fábrica) sobre lo que ocurrió el 6 de junio de 1944 en la playa de Omaha. Pero tras la caída nazi, Capa se convierte en un fotógrafo de guerra sin guerra y empieza a aceptar encargos de revistas ilustradas y de viajes. En uno de ellos se embarca a la Unión Soviética con el escritor John Steinbeck.

Por un tiempo encuentra refugio entre los focos de Hollywood, enganchado a la belleza abisal de Ingrid Bergman desde que ambos se cruzan en París una noche de junio de 1945. “Decían que Capa tenía algo especial que los demás no tenían. Creo que se trata de algo que no tenía. No tenía miedo”, desveló la actriz, que aparece con su belleza rotunda y discreta entre las fotografías de la exposición Robert Capa en color, detenida ahora en las salas del CaixaForum Sevilla. Pero de ese mundo de cartón piedra sale rápidamente. “Hollywood es la mayor mierda que nadie haya pisado jamás”, llega a decir el fundador de la agencia Magnum.

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Ava Gardner, en el rodaje de 'La condesa descalza', Tívoli, Italia, 1954 / ROBERT CAPA / ICP / MAGNUM PHOTOS

De Japón a Indochina

Con todo, los encargos se van sucediendo. En 1954 recibe una invitación del grupo japonés Mainichi Press para viajar a Japón durante seis semanas armado con cinco cámaras, quince objetivos y una cantidad ilimitada de película para fotografiar lo que le venga en gana a cambio de cederles los derechos de publicación de las instantáneas. Recibido como un héroe, Capa se pasea por los mercados, observa a la gente visitando templos y santuarios, toma instantáneas del Día de los Niños en Osaka. Mientras, no muy lejos de allí, en Indochina, la posición francesa en la aldea de Dien Bien Phu está a punto de caer.

Justo en ese momento, la revista Life se queda sin fotógrafo para cubrir la guerra entre el ejército galo y el Viet Minh. La prestigiosa publicación piensa en Capa como relevo, al que ofrece 2.000 dólares por treinta días de trabajo. Para convencerlo, el editor Ray Mackland recurre a uno de sus amigos, John G. Morris, quien está convencido de que no irá a aquella carnicería. Le manda un telegrama con la propuesta y espera la respuesta. Pero aquella misma noche, Capa ya trabaja en los detalles del nuevo destino. "¡Bob, no tienes por qué hacer ese trabajo, no es nuestra guerra!", le grita inútilmente Morris por teléfono.

En la siguiente secuencia, Capa ya conversa en el aeródromo de Luang Prabang, en Laos, con un alto mando del ejército francés sobre la repatriación de casi un millar de soldados heridos. Camina relajado, con las manos en los bolsillos, calzado con botas altas y ataviado al más puro estilo de un corresponsal de guerra. Al cuello lleva la cámara Contax II. Michel Descamps, corresponsal gráfico de Paris Match, le tira una fotografía. Él no lo sabe, pero será la última imagen del mítico fotógrafo en vida. A los pocos días se incrusta en un convoy militar.

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Jóvenes visitantes esperan para ver la tumba de Lenin en la Plaza Roja de Moscú, 1947 / ROBERT CAPA / ICP / MAGNUM PHOTOS

Mina mortal

Capa dispara sus cámaras desde un Jeep en unos campos invadidos por la maleza. El automóvil avanza despacio al paso de los soldados que van desactivando minas. Lleva al cuello una Nikon S cargada con película en color Kodachrome y en la mano su vieja Contax II, en blanco y negro. A lo lejos un tanque, una aldea y el grupo de soldados franceses de espaldas. Parece disgustado. Quiere mejores fotos y se baja del vehículo. Pero, de pronto, una explosión. El fotógrafo está en el suelo. La mina le ha destrozado la pierna izquierda y le ha alcanzado el pecho.

John Martin Mecklin, redactor de Life, es el primero en llegar hasta él. Le grita, pero a duras penas pronuncia algo mientras se agarra con fuerza a su cámara. Organizan la evacuación pero no se puede hacer nada. El médico militar sólo puede certificar su muerte el 25 de mayo de 1954. Tres semanas después es enterrado en el cementerio cuáquero de Amawalk. Dirck Halstead, un joven de 17 años que trabajaba en un periódico local cercano, es el único que toma imágenes del enorme cajón repatriado desde Hanói: "Restes Mortels. Capa Robert. Réporter Photographer. Décedé 25-5-1954. Nord Vietnam", se lee en él.

Robert Capa, el fotógrafo que se inventó a sí mismo moviéndose en los grises infinitos, muerto como murió su amada Gerda Taro con la cámara en la mano. El fotograma número once es su último disparo, el que pone fin a miles de disparos, testimonios de los momentos más importantes de la historia del siglo XX. Sus dos últimas fotos son segundos continuos de una misma escena fotografiada en blanco y negro y color: un grupo de soldados franceses caminan de espaldas por un descampado en algún lugar de Vietnam. A lo lejos, hay un tanque. Clic. Se acabó.