Entre un Van Gogh y un retrete de oro
A Donald Trump le apetecía tener colgado un lienzo de Vincent Van Gogh en la pared de su despacho, así que le pidió uno prestado a la directora del Museo Guggenheim de Nueva York. Pero ésta, que no lo traga, le dijo que se olvidara del Van Gogh, pero que, si quería, le podían prestar la célebre pieza del artista italiano Maurizio Cattelan titulada América y que consiste en un flamante retrete de oro macizo como aquellos que, según dijo Lenin en un momento de delirio, acabarían teniendo en sus hogares todos los trabajadores rusos. A mí la obra de Cattelan no me parece el colmo de la originalidad, pues resulta claramente derivativa y dudo que se hubiese llegado a fabricar de no haber existido antes el famoso urinario de Marcel Duchamp, pionero del arte conceptual.
A Trump, directamente, la cosa le ha sentado como un tiro. Ciertamente, la oferta del retrete puede interpretarse como una invitación grosera a irse a cagar, pero si tenemos en cuenta que Trump no debe de distinguir un Picasso de un Dalí (o de un maestro palmero), podría haberse tomado las cosas de otra manera. En vez de ofenderse, debería haber calculado las ventajas que le aportaba el retrete sobre el cuadro de Van Gogh.
No, Donald, lo de la jefa del Guggenheim no era una ofensa, sino el regalo que más te conviene y por el que deberías haber dado las gracias si no fueses un gañán
El retrete de Cattelan se ha mantenido en funcionamiento durante unos meses en el Guggenheim neoyorquino para que los visitantes lo utilizaran, uniendo el arte a lo práctico con esa desfachatez admirable que distingue a los norteamericanos (nunca olvidaré a aquel camarero de Las Vegas que, al preguntarle yo cuántos Picassos tenían en su hotel, me respondió: "Unos doce millones de pavos"). De la misma manera, el retrete de oro de Cattelan podría haberse instalado en el cuarto de baño de Trump y convertirse en el trono definitivo para el tuiteador en jefe de la nación.
Los cuadros en la pared, aunque sean de Van Gogh, llega un momento que ya ni los ves. No son algo necesario para tu supervivencia diaria. El retrete, por el contrario, es una realidad tangible en la que debes plantar tus posaderas una vez al día, por lo menos. No se me ocurre un sitio mejor para que el presidente de la nación más poderosa de la tierra se comunique con la humanidad a través de su canal favorito, Twitter. Si tenemos en cuenta que lo que le sale del cerebro no se diferencia mucho de lo que le sale del trasero, y que el oro del retrete es como el que se encuentra en la fachada de todos esos horrendos edificios de cristal negro que son las Trump Towers, tendremos una síntesis perfecta entre el hombre y el arte. No, Donald, lo de la jefa del Guggenheim, a la que se le da muy bien la psicología, no era una ofensa, sino el regalo que más te conviene y por el que deberías haber dado las gracias si no fueses un gañán.