'El informe de Brodeck', de Manu Larcenet

'El informe de Brodeck', de Manu Larcenet

Artes

Los combates extraordinarios de Manu Larcenet

Tardó unos años, pero Carlos Robles dejó atrás los 'mortadelos' y los 'tintines' en cuanto descubrió la obra del historietista francés, su autor favorito de cómics

7 agosto, 2017 23:00

Soy incapaz de lanzarme entusiasta ante la irrupción de cualquier novedad desde que mi padre, después de valorar pros y contras y marear mucho la perdiz, decidió comprarse un reproductor de video casero sistema Betamax. Al principio la cosa no nos fue mal. La calidad de imagen era excelente y en el videoclub del barrio había más o menos las mismas copias para los otros formatos contra los que competía: el segundón del VHS y el Video 2000 con su petulante estilo aristocrático eran meras comparsas ante la elegancia compacta de las cintas Beta.

Más temprano que tarde nos fuimos dando cuenta de que el viento de la historia soplaba en dirección contraria: los VHS —pese a tener peor calidad de imagen, repetía mi progenitor— permitían la grabación de casi una hora más que los otros formatos y además, decían en voz baja los expertos, la industria pornográfica le había dado el espaldarazo definitivo al apostar definitivamente por él. En casa sobrellevamos como pudimos la carestía de estrenos y la subsiguiente extinción del formato.

Y se hizo la luz

Aquella experiencia con el gran derrotado de las tecnologías ochenteras me hizo ir desde aquel entonces con pies de plomo también en cultura. Sin llegar a los extremos de mi amigo J. —que practica una suerte de Teoría de las Especies Literaria de Martin Amis por la cual leer autores todavía vivos que no sean amigos denota falta de inteligencia— yo me impuse la norma de esperar cinco años antes de catar cualquier posible novedad cultural. Por buena que dijesen que fuera. Mi particular seguro anti-hype.

Por eso, cuando todos mis colegas me avisaban de que algo nuevo y valioso estaba sucediendo en el cómic a principios de siglo, que me dejara de monsergas y leyera aquellas obras maestras, pensé que no sería para tanto. Que otra vez exageraban. Que ya había leído mis víboras y mis cimocs y mis mortadelos y mis tintines. Que la superioridad de la literatura “seria” era evidente.

Cuando finalmente la veda se levantó en casa pasamos uno de los mejores años de los que tengo recuerdo. Nuestros anaqueles recibían —vía amigos, vía biblioteca, vía librería— con los brazos abiertos esos autores hasta entonces varados por mi restrictiva política de llegadas. 

El favorito

Como la primera cerveza después de ocho días de ruta en alta montaña en el mes de agosto. Como una noche de sueño completo después de dos años de bebé demandante. Íbamos a obra maestra por semana. Nuestro particular dream team del arte secuenciado lo componían: Manu Larcenet, Joann Sfar, Lewis Trondheim, Alan Moore, Liniers, Alison Bechdel, Guy Delilse, Jiro Taniguchi, Joe Sacco, David B. y Art Spiegelman. El nivel general de las obras era tal, su vanguardia en el narrar tan perfecta y adictiva, su poderosa manera de abordar el ensayo y la crónica tan deslumbrante, que dejaban a sus primas hermanas literarias en absoluta inferioridad. Caímos de bruces del caballo que decía que los tebeos eran el cine de los pobres para convertirnos a la nueva fe comiquera. Nuestra hibris fue tal que llegué a reformular el errado clásico de Josep Pla que dicta que leer novelas más allá de los cuarenta es de puro cretino por otro que decía: “El lector adulto que no lee tebeos es un perfecto zanguango”.

Pero, entre todos, el francés Manu Larcenet (Issy-les-Moulineaux, 1969) se convirtió en nuestro favorito. Autor de una prolífica obra mutante y por lo menos dos obras maestras: Los combates cotidianos y Blast. La norma del lustro (NDL) tiene varios beneficios, para qué negarlo —me he ahorrado el enrevesado timo de Lost, o la compra de Minidisc y Laser Disc—. Pero también handicaps importantes.

En la mente del asesino

Encima de mi mesa esta la nueva obra de Larcenet publicada por Norma, El informe de Brodeck. Puedo oler el poderoso aroma de sus tintas en blanco y negro. Adapta una novela de Philippe Claudel que se hizo con el Goncourt des Lycéens 2007 —el premio concedido por los bachilleres y estudiantes de secundaria franceses— y que aquí publicó Salamandra. El arte de Larcenet cambia en cada obra, incluso muta durante la misma obra y en esta ocasión se acerca a maestros de la pintura clásica. Su portada ya constituye un acontecimiento estético en sí misma. La sinopsis narra que Brodeck, poco después de acabar la Segunda Guerra Mundial, recién salido de un campo de concentración, regresa a su pueblo, cerca de la frontera con Alemania. Una noche llega al hostal cuando los hombres del pueblo, todos menos él, acaban de cometer un brutal asesinato. Se le obliga a escribir entonces un “informe” sobre el suceso con la idea de que se les “comprenda y perdone”. No debe narrar la bestialidad del campo de concentración que acaba de abandonar, debe explorar la violencia de sus vecinos. Debe narrar la experiencia del único extranjero del lugar, a quien llaman De Anderer (El Otro, en alemán), con la siniestra mirada de los asesinos sobre su texto. 

¿Se podría recomendar una obra sin haberla leído todavía? ¿Sería acaso un caso único de precrítica? Sobran los motivos. Parece que la ley de los cinco años va a pasar a mejor vida. Corren tiempos de insumisión por mi sofá. Mi sombra ya cubre la primera de sus 328 páginas.