Rita Lee, la patrona del rock brasileño
La artista brasileña, rebelde y sofisticada, estrella del tropicalismo y pionera del rock brasileño, lega una obra musical que, tanto con 'Os Mutantes' como en su extensa carrera en solitario, fue un ejemplo de transgresión y creatividad
14 junio, 2023 18:00Mucho se sabe de los amores platónicos, pero casi nadie habla de las familias platónicas: esas tías, tíos, madres, padres y hermanas de fantasía que configuran nuestra red de parientes perfectos y desconocidos.
Antes de componer mis propias canciones, aprendí a cantar y me acerqué a mi primera guitarra con un único objetivo: hacer sonar en la intimidad de mi cuarto adolescente algo de toda esa música que escuchaba en loop. Una de mis primeras versionadas fue Rita Lee. Eléctrica y sutil. Rebelde y sofisticada. Rita fue una tía elegida que se coló en mi panteón privado con su portugués brasileño.
Aprender un idioma es también paladear sus inflexiones, contagiarse de algunos fonemas nuevos, teñirse de las líneas melódicas de sus hablantes. Además, como dice Yásnaya Elena A. Gil en Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística: “Detrás del deseo de aprender una nueva lengua hay siempre un deseo de tender puentes con los otros o con el mundo que se recrea a través de cada lengua, para acceder a los artículos que se publican en mandarín, para cantar las canciones en francés, para entender los mangas en japonés”.
Me entero por un grupo de Whatsapp de que Rita Lee murió y se me llena el teléfono de links, fotos de todas las épocas, fragmentos de entrevistas, citas textuales, homenajes instantáneos y letras de canciones. Me quedo sin batería entre las estaciones de Figaró y La Garriga de la línea R3 de Cercanías y me lleno de una orfandad extraña y sin precedentes. A la vez, me acuerdo de un fragmento de su autobiografía, en el que pide que escriban en su propio epitafio: “Ella nunca fue un buen ejemplo, pero era buena gente”.
“Cuando muera, puedo imaginar las palabras de cariño de quien me detesta. Algunas radios pasarán mis canciones sin que les tenga que pasar dinero, los colegas dirán que se me extrañará en el mundo de la música; quién sabe, quizá hasta le pongan mi nombre a una calle sin salida. Los fans, esos sinceros, empuñarán las portadas de mis discos y corearán Ovelha negra, las cadenas de televisión ya deben tener preparado un resumen de mi trayectoria para mostrar en sus noticieros y alguna pequeña nota necrológica saldrá en ciertas revistas. En las redes virtuales habrá quienes digan: ‘Uh, pensé que la vieja ya estaba muerta, jejeje’. Ningún político se atreverá a asistir a mi funeral, ya que nunca he estado en la tarima de ninguno de ellos y me levantaría del ataúd para abuchearlos”. Así se imaginaba, así escribía su propia muerte Rita Lee en su libro autobiográfico (Uma autobiografía, 2014).
Rita falleció en su casa natal, rodeada de toda su familia, y dos días después, el planetario del parque Ibirapuera, en San Pablo, se llenó de fans que hicieron cola desde primera hora de la mañana para entrar al velorio de la mayor estrella del tropicalismo y el rock brasileño. La profecía se cumplía: sus seguidores cantaron a coro “Ovelha negra”. En el techo del planetario, mientras tanto, se proyectaba el cielo del día de su nacimiento, 31 de diciembre de 1947.
Icono del pop, el rock y la psicodelia, fue también una activista por los derechos de los animales y una notable representante musical de la lucha contra los estereotipos de género. “Yo no nací para casarme y lavar ropa interior. Quería la misma libertad que los chicos que jugaban en la calle con sus carritos de juguete”, dijo en una entrevista para la edición brasileña de Rolling Stone.
Su disco Fruto proibido, en la década del 70 —en plena dictadura militar— fue uno de los hitos de su carrera. Acompañada por la banda Tutti Frutti y con una sonoridad que recoge múltiples influencias (el blues, glam y hard rock), Rita le cantaba al amor, a las mujeres, a la libertad sexual.
Así como en otros lanzamientos, el álbum es un mordisco gozoso a esa fruta prohibida que incluye, por ejemplo, una canción homenaje a Dora Vivacquea, más conocida como Luz de fuego, bailarina y fundadora del Partido Naturalista Brasileño. Vivacquea —que bailaba con serpientes y jugaba, literalmente, con fuego— fue la pionera del naturalismo en Brasil: estableció la primera playa nudista en la Ilha do sol (Isla del sol).
Pero antes de este disco, Lee había liderado Os Mutantes, banda pilar del tropicalismo, que encarnó una sonoridad de vanguardia en el Brasil en los años sesenta, llevando el rock psicodélico y la experimentación a su máxima expresión. La bossa nova, el pop británico y el rock estadounidense se daban cita en estas canciones que buscaban burlar la censura, trasluciendo un estado de resistencia permanente. Con un estilo provocador y, sobre todo, lúdico, una lata de spray se convertía en un instrumento a la altura de unas guitarras eléctricas que hablaban en voz muy alta y que no se ceñían al canon de la época, en lo que a producción musical se refiere.
Desde su primera banda, formada junto a dos amigas, a los dieciséis años (Teenage Singers), la polifacética cantante, multi-instrumentista, compositora, actriz y escritora, autodenominada patrona de la libertad, se destacó por una actitud transgresora. En los años sesenta, cuando empezó su carrera musical con Os Mutantes, Lee se identificaba con el rock como género que, según sus propias palabras, representaba el desacato a la autoridad.
En una entrevista de principios de los noventa, la vemos decir —con un tono de voz delicadísimo— que a ella siempre le gustó el rock pesado. “Ahora hay varias chicas liderando bandas y me parece genial, pero en la época de Os mutantes era muy difícil… Cuando me decían que las mujeres no podían tocar rock and roll, que para hacer rock había que tener cojones, yo cogía mis ovarios y mi útero y allí iba, a hacer rock and roll”.
Algunos de los protagonistas del movimiento Tropicalista como Gal Costa, Tom Zé, Gilberto Gil y Caetano Veloso junto con Os Mutantes lanzaron, en 1968, un manifiesto de canibalismo creativo que inauguraba un movimiento musical basado en la conjunción de ideas de otras culturas: el álbum Tropicália: ou Panis et Circencis. Volvía a aparecer una propuesta antropofágica, como en el arte modernista brasileño, que buscaba un lenguaje moderno a partir de devorar, digerir y transformar todas las influencias artísticas externas mezcladas con la reinterpretación de las culturas indígenas brasileñas.
Hija de padre estadounidense y madre italiana, a Rita Lee Jones le gustaba recordar que ella era “hija de gringo” y que todo lo que sabía sobre música brasileña, lo había aprendido de esas compañeras y compañeros de ruta de los primeros años de su carrera.
Hasta sus canciones aparentemente más ligeras, como el hit Lança perfume, le cantan a la liberación, el antiautoritarismo y la experimentación en un contexto de dictadura. El mítico lanzaperfume se convirtió, desde principios del siglo XX, en una de las drogas más populares del carnaval. Venía en un envase de cristal que, además de perfume, contenía cloroformo y éter. Se prohibió en Brasil en 1961, casi veinte años antes del lanzamiento de este clásico bailable que se convirtió en un éxito internacional. Con una melodía algodonada y una letra que podría parecer naíf, Lee fundó un rock de carnaval, festivo, con letras llenas de humor y sexo.
“Si no puedo bailar, no es mi revolución”, proponía la escritora anarquista Emma Goldman y algo de ese espíritu hay en la voz cantada y en la voz hablada de Rita Lee: una invitación a la fiesta como forma de resistencia, una delicadeza única que invita a mover el cuerpo mientras se le planta cara a la brutal hipocresía de esos años de represión, persecuciones y tortura sistemática.
La cantante enfrentó con total transparencia su relación con las drogas. En una entrevista dijo, con su habitual desparpajo: “No soy Magdalena arrepentida. Creo que las mejores canciones que compuse fueron bajo el efecto de las drogas, y las peores también”. Fue una de las compositoras más censuradas de la dictadura militar en Brasil y se convirtió en un modelo para las músicas de varias generaciones: “Un faro, una diosa, patrona de la libertad, reina, maestra, genia, incomparable” en palabras de Marisa Monte, una de las máximas referentes de la canción popular brasileña.
También habló abiertamente sobre el vínculo con su cuerpo y con el paso del tiempo: “… de repente me vi envejeciendo y envejecer para mi fue una sorpresa porque nunca fui vieja en la vida”. Hace apenas tres años, en una entrevista, le preguntaban si todavía tenía ganas de probar cosas nuevas a sus 72 años. Respondió que, por supuesto, deseaba ser abducida por un ovni para encontrarse con nuestros hermanos de las estrellas.
En Nem luxo, nem lixo, uno de sus grandes hits, lanzado en 1980, Rita Lee dice que su sueño es ser inmortal (“meu sonho é ser imortal”). Claramente inmortal, pienso, mientras el tren se vuelve a poner en marcha. Y escucho su voz, desprejuiciada, libre y deseante. Que tu música nos encienda siempre, Rita. Gracias infinitas, hasta las estrellas. Gracias.