
El balcón del Jazz de Barcelona Barcelona
Está en Barcelona: el desconocido balcón del jazz que es un tributo a los músicos de la ciudad
Este obra de arte es un símbolo de la transformación de uno de los barrios más controvertidos de la ciudad condal
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Hay rincones todavía inexplorados de Barcelona. Aunque cueste de imaginar. La ola de turistas va siempre a los mismos sitios y por el camino se olvidan de observar.
Alerta, que eso también les pasa a los mismos barceloneses. Muchas veces, de tanto pasar por un lugar, uno no repara en aquello que le rodea y, si lo hace, se olvida de curiosear qué es.
Así, en una de las calles del siempre controvertido Raval, se esconde un pequeño homenaje a la música que pasa desapercibido para la mayoría de viandantes. Se encuentra en una sus calles principales, el carrer del Carme, concretamente en el número 23, muy cerca de la Rambla. Allí hay dos músicos de bronce tocan sus saxofones desde el balcón de un edificio del siglo XIX.
No forman parte de una actuación ni de una decoración especial e improvisada. Están ahí todo el año. Quietos, permanentes, como una nota sostenida que resuena en el imaginario urbano: un tributo discreto, pero poderoso, a los músicos de la ciudad.
¿Un decorado modernista?
A primera vista, el balcón puede parecer una fantasía modernista más, una excentricidad arquitectónica, entre tantas otras que decoran los edificios del centro histórico. Pero no. Su historia no es tan antigua ni responde a caprichos ornamentales.
La presencia de los saxofonistas tiene su origen en una necesidad práctica, una intervención municipal y, sobre todo, en una singular alianza entre memoria y reinvención.
Dónde está
El edificio que alberga esta curiosidad barcelonesa fue construido a mediados del siglo XIX por el arquitecto Daniel Molina, el mismo que firmó la Plaça Reial y otras intervenciones destacadas en la Barcelona de la época.
En 1874, el prestigioso farmacéutico Felip Comabella, académico de la Reial Acadèmia de Medicina i Cirurgia, fundó en sus bajos la farmacia que llevaría su apellido y que pronto se convirtió en un referente del sector. No en vano, Comabella obtuvo la medalla de oro en la Exposición Universal de Amberes de 1885, consolidando su reputación más allá de la ciudad.
Una farmacia centenaria
A la muerte de Felip, en 1901, su hijo Joan heredó el negocio. Con sensibilidad por la estética de su tiempo, emprendió una remodelación en clave modernista, acorde con el auge artístico del momento. Fue entonces cuando se diseñó el balcón del primer piso, coronado por un motivo decorativo central en forma de mortero de farmacia, símbolo de la tradición científica y médica de la familia.
La farmacia Comabella se mantuvo activa durante décadas y pasó a otras manos en 1946, cuando fue adquirida por Josep Maria Mas Grau. Hoy sigue abierta, regentada por su hija Montserrat Mas Docampo. Pero la historia del balcón tuvo un giro inesperado a principios del siglo XXI.
La llegada de los músicos
En 2006, la emblemática farmacia ya no ocupaba la planta superior, que había sido alquilada por un nuevo negocio: un taller de reparación de saxofones. Coincidiendo con la reforma del local, los responsables decidieron instalar un sistema de aire acondicionado.
Para ello, eliminaron el histórico mortero que decoraba el centro del balcón, a fin de hacer espacio para la maquinaria. Lo que parecía una simple intervención técnica pronto se convirtió en un caso administrativo.
Los músicos
Los servicios municipales del Ayuntamiento detectaron la desaparición del elemento ornamental y exigieron su reposición. Sin el mortero original, destruido durante la obra, los propietarios del negocio musical propusieron una alternativa más acorde con su actividad: dos figuras humanas tocando el saxofón, una frente a la otra, en pie, integradas en el balcón como si siempre hubieran estado ahí.
El consistorio aceptó la propuesta. Desde entonces, dos músicos anónimos tocan jazz en el Raval desde las alturas, como si velaran por el alma melódica del barrio.
Nuevo cierre
La ironía del asunto es que el taller cerró hace tiempo. Pero los músicos permanecen. En silencio, sí, pero también como testigos mudos de un barrio en constante transformación, donde la historia y el arte suelen darse la mano de las formas más insospechadas.
Su presencia convierte el balcón en una especie de altar laico a la creatividad popular, al talento callejero y a la memoria musical de una ciudad donde el jazz ha tenido, y sigue teniendo, una voz propia.