
El castillo modernista del centro de Barcelona WIKIPEDIA
No es Montjuïc: el castillo modernista del centro de Barcelona
Esta obra fue creada expresamente para la Exposición Universal como café
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Montjuïc no es el único castillo de Barcelona. La capital catalana oculta una fortaleza erigida en pleno siglo XIX que poco tenía que ver con las construcciones defensivas de la Edad Media.
Este castillo es toda una joya arquitectónica creada por uno de los grandes nombres del modernismo catalán. ¿Gaudí? No, Domènech i Montaner, el creador del Palau de la Música, entre otros edificios.
Esta falsa fortificación es una de las joyas que se encuentra en el parque de la Ciutadella de Barcelona, un pulmón verde de la ciudad. Allí, en uno de sus extremos se alza una construcción robusta, de reminiscencias medievales, pero revestida de la innovación arquitectónica que caracterizó el nacimiento del modernismo catalán: el Castell dels Tres Dragons.
Este nombre popular no tuene que ver con Sant Jordi, sino que proviene de la sátira teatral de Serafí Pitarra (1865). Otro de los grandes misterios de este impresionante castillo que, lamentablemente, empieza a deteriorarse.
¿Castillo o restaurante?
Otro dato curioso es que, a pesar de llamarse castillo, este edificio fue concebido como el Cafè-Restaurant de la Exposición Universal de 1888. Este evento que transformó Barcelona, marcó un punto de inflexión en su proyección internacional.
La ciudad buscaba dejar atrás su pasado amurallado y dar la bienvenida a la modernidad, y para ello apostó por obras como esta, proyectada por el joven arquitecto Lluís Domènech i Montaner, a quien escogió Elies Rogent, director de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, por encargo del alcalde Francesc de Paula Rius i Taulet.
Problemas
El arquitecto modernista, por aquel entonces, no era tan conocido, así que fue toda una apuesta. Además, fue todo un resto. Tuvo que levantar un edificio que debía ser una de las joyas permanentes de la Exposición en apenas ocho meses.
Las dificultades económicas casi frenaron el proyecto, y los plazos llevaron al arquitecto a dimitir cuando comprendió que no podría acabarlo tal como lo había concebido. A pesar de ello, se inauguró en agosto de 1888, pocos días antes de clausurar la Exposición.

Castell dels Tres Dragons
Después de la Expo
Como suele pasar con estos eventos, tras realzarse llegó la gran pregunta: y ahora, qué se hace con todo lo construido. A diferencias de otros edificios de las Expo, el falso castillo pudo sobrevivir,
Fue testigo de múltiples transformaciones a o largo de sus más de 100 años. En 1892, con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América, se reconvirtió en Museo de Historia, incorporando motivos heráldicos.
Música y guerra
Más adelante, albergó la Escuela Municipal de Música (1903) y en 1927 recuperó su vocación museística como Museo de Historia Natural, función que mantuvo durante gran parte del siglo XX.
Uno de los momentos más duros, llegó durante la Guerra Civil. El edificio modernista sufrió los bombardeos del conflicto bélico, pero fue restaurado a partir de 1946. Ya en 1984 fue adaptado por Alexandre Cirici, quien le añadió un edificio subterráneo.
Necesidad de reforma
En 2011, muchas de sus colecciones fueron trasladadas al edificio Fórum, conocido inicialmente como “Museu Blau”, mientras que el Castell dels Tres Dragons quedó como sede científica del Museo de Ciencias Naturales.
Ya en 2024 se anunció el inicio de una rehabilitación de su fachada, que comienzan este 2025, y por el que se ha destinado ocho millones de euros.

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Castillo pionero
Pero más allá de estos datos históricos, este falso castillo destaca por su estructura sólida, casi defensiva, que emula a los castillos medievales sin caer en el historicismo. Domènech i Montaner optó por un diseño funcional y racional, que algunos estudiosos consideran incluso protomodernista, a caballo entre el eclecticismo y el incipiente modernismo.
Esta denominación no es baladí. Según Oriol Bohigas, esta obra marca un giro hacia un modernismo más racionalista, frente al posterior modernismo de corte más expresionista.
Escuela modernista
Si tiene la categoría modernista es por sus formas y el uso de ciertos materiales, clave para este giro estilístico. El edificio se construyó con ladrillo visto y hierro laminado, materiales asociados hasta entonces a la arquitectura industrial, pero que el arquitecto integró de forma armoniosa con las artes decorativas.
Este enfoque se convirtió en la semilla de lo que sería el modernismo catalán, especialmente a partir de la labor del “taller dels tres dragons”, que acogió a artesanos y artistas como Alexandre de Riquer, Josep Llimona, y Antoni Rigalt.
Formas únicas
Sobre su forma, la planta del edificio es rectangular, con cuatro torres en los ángulos, todas distintas, en una evocación de la “despreocupación medieval” por la simetría. Destaca la imponente torre de homenaje, octogonal, coronada por una cubierta piramidal y un pináculo que sostiene una giralda heráldica.
Las fachadas combinan aberturas verticales, arcos apuntados ciegos y escudos cerámicos que representan personajes y elementos relacionados con el vino y la naturaleza, añadiendo un toque narrativo a la construcción.

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Inspiración medieval
El arquitecto modernista también jugó con el volumen, creando una doble fachada que permitía circulación y ventilación, y que facilitaba el acceso a terrazas intermedias entre las torres. El remate superior de todo el edificio está decorado con merlones cerámicos vidriados, de color amarillo, que rompen la horizontalidad del volumen cúbico.
Uno de los elementos más originales es la entrada principal, concebida como un cuerpo sobresaliente que recuerda a un puente levadizo medieval. En su diseño, Domènech i Montaner había previsto cubrirlo con una lona para reforzar su monumentalidad, aunque nunca llegó a ejecutarse.
Distribución
El interior se estructura en dos plantas de 450 metros cuadrados, con una galería perimetral que permite el acceso a las terrazas. Los espacios están articulados por columnas cilíndricas y arcos de hierro, que quedan a la vista como parte de la estética constructiva. En origen, la luz interior se tamizaba a través de vitrales de colores, muchos de los cuales se perdieron en la Guerra Civil.
La planta baja albergaba el vestíbulo y la cafetería, mientras que la planta superior era el comedor. También había comedores privados en las torres, mientras que otras zonas se destinaban a la cocina, despensa y refrigeración. El suelo de ambas plantas estaba revestido con parquet de melis, dispuesto en espiga, y la escalera principal, de mármol y baranda de madera con motivos vegetales, recibía luz de una claraboya central.