El modernismo catalán tiene cinco exponentes que corresponden a cinco apellidos: Gaudí, Puig i Cadafalch, Jujol, Domènech i Muntaner y Sagnier. De su mente salieron creaciones como la Sagrada Famila, la Casa de les Punxes, Can Negre, el Palau de la Música y el Templo del Sagrado Corazón de Jesús, más conocido como la iglesia del Tibidabo de Barcelona.

Su fama es más o menos conocida, aunque la historia y sus edificios han hecho que Antoni Gaudí se haya convertido en el gran referente, el genio modernista. Claro que por eso empezaron a correr rivalidades. Prueba de ello es la conocida Manzana de la Discordia un lugar en la que se concentran hasta cinco casas de este estilo y que unió y separó a algunos de estos grandes maestros. Además de erigirse allí la casa más dulce del modernismo.

Un toque dulce

La casa que recibe este nombre no es otra que la Casa Amatller, la casa colindante con la Casa Batlló de Gaudí. Esta construcción de Puig i Cadafalch es una de las primeras obras modernistas de Passeig de Gràcia, pero esconde un pasado bañado en chocolate. Un alimento que también se encuentra en sus paredes. Pero mejor ir por partes.

Esta obra, diseñada por el renombrado arquitecto Josep Puig i Cadafalch entre 1898 y 1900, ahora fascina por su estilo gótico catalán con influencias flamencas, pero su origen lo conecta con una rica familia de la burguesía catalana, los Amatller. Los que sean más golosos saben que este nombre está asociado a maestros chocolateros catalanes cuya historia se remonta al siglo XVIII.

La historia de Ametller

Antoni Amatller i Costa, el propietario que encargó la remodelación del edificio donde está ahora la casa que lleva su apellido, fue el impulsor de una de las fábricas de chocolate más grandes de Europa. Era 1797 cuando Gabriel Amatller abría su primera tienda de chocolates en el Born, cerca de la iglesia de Santa Maria del Mar. Desde entonces no dejaron de crecer.

Se calcula que ya en 1915, la fábrica Amatller producía ya 11.000kg de chocolate diarios, lo que consolidó a la familia como uno de los referentes en el comercio del cacao en Europa. Su éxito fue tal que pudieron comprarse una casa en el centro de Passeig de Gràcia, cerca de la calle Aragó.

Una casa llena de chocolate

El pla Cerdà había convertido el Eixample en el barrio donde vivir. Todo el mundo se peleaba por hacer crecer sus viviendas a lo alto y tener un edificio que reflejara su posición. Así, en 1898, los Amatller decidieron hacerse con una casa de 1875 y darle un nuevo aire. Y sí, para ello contaron con el alumno aventajado de Domènech i Montaner, Puig i Cadalfch.

La idea era hacer algo completamente diferente pero conectado con la familia. El arquitecto modernista cumplió con su cometido. Este legado chocolatero se refleja en numerosos detalles del edificio, comenzando por el vestíbulo, donde las esculturas evocan la producción de chocolate, y continuando en el salón familiar, donde se homenajea el comercio del cacao entre América y Europa, un nexo esencial para la industria chocolatera.

La Manzana de la Discordia

Este edificio modernista, con su llamativa fachada triangular y escalonada inspirada en la arquitectura flamenca, se alza imponente como un testimonio de la unión entre arte y oficio. Además de su imponente diseño arquitectónico, las baldosas de cerámica, las figuras escultóricas y la presencia de Sant Jordi como patrón de Cataluña, dan fe del gusto estético de Antoni Amatller y su amor por el arte y la cultura, elementos que, junto con el chocolate, definieron su vida y su legado.

La Casa Amatller fue la primera obra modernista de esa zona, un área que poco a poco se llamaría la Manzana de la Discordia. Más allá del mito griego, este nombre viene porque la burguesía catalana empezó a competir por quién tenía su casa más original y así poco a poco aparecieron la Casa Lleó Morera, de Domènech i Montaner, la Casa Mulleras, de Enric Sagnier, la Casa Bonet, del menos conocido Marceliano Coquillat y, por último, la mítica Casa Batlló de Gaudí.

La rivalidad Gaudí-Cadafalch

La presencia de estos cinco edificios muestran la rivalidad entre familias de la burguesía catalana. Un nivel de competencia que parece que se trasladó a sus principales referentes. La leyenda cuenta que Puig i Cadafalch y Antoni Gaudí estaban enfrentados, que competían por ser el máximo exponente del modernismo. Claro que la historia, lo desmiente.

La rivalidad era meramente artística. La obra de uno y otro hacían que quisieran superarse en sus ideas, llevar la arquitectura aún más lejos. Y lo consiguieron. La realidad de este siglo XXI lo demuestran, sus obras ya son monumentos.

Chocolate, arquitectura y arte

La Casa Amatller y la Casa Batlló son sólo un ejemplo de ello. Parece mentira que el hogar de unos maestros chocolateros se haya convertido en un lugar de culto, un atractivo turístico más de Barcelona y, además, centro de arte.

Actualmente, este edificio alberga el Instituto Amatller de Arte Hispánico, una institución que custodia más de 30.000 títulos relacionados con la historia del arte español y una fototeca de 360.000 imágenes. Además, la Casa Museo Amatller permite recorrer los pasillos de este palacete, preservado con su mobiliario original, y disfrutar de una taza de chocolate, como homenaje a su rica tradición.