Cuando se habla de la Cataluña vaciada, muchas veces uno se remite a la situación actual. Por toda la comunidad hay repartidos pueblos o bien con escasos habitantes o, directamente, abandonados, con casas derruidas, ignorados y dejados morir.

Las razones que se suelen atribuir es la dejadez de las Administraciones, la falta de inversión, la falta de recursos (cajeros, internet, servicios públicos, transporte…), pero hay historias mucho más oscuras. Algunas de estas localidades fueron arrasadas por la Guerra Civil, como Corbera d’Ebre, otras, directamente, fueron azotadas por las enfermedades y epidemias que azotaron Cataluña.

Uno de estos lugares que vieron poco a poco desaparecer al pueblo y también a sus habitantes, fue La Mussara. Este rincón ubicado en el municipio de Vilaplana, en el Baix Camp (Tarragona), ya no tiene el calificativo de localidad. La enfermedad la llevó a la muerte. Y de forma tan trágica como literal.

La Mussara, a primera vista, puede parecer solo otro de los tantos pueblos olvidados que salpican la geografía catalana. Sin embargo, su historia está marcada por un trágico episodio que provocó su abandono. Y no, no fue la guerra.

Superviviente de guerra

El municipio y sus habitantes sobrevivieron a los ataques de los militares alzados tras el Golpe de Estado franquista, pero en torno a 1950, una serie de infortunios los azotó de forma cruel. Hasta entonces, y a pesar del hambre de la posguerra, sus habitantes, aunque pocos, seguían adelante.

Esta población, como bien conocen los de la zona, es muy fértil para la vid. De allí salen grandes vinos incluso a día de hoy. Ya sus vecinos, a principios del siglo XX se dedicaban a ello. Lo que no esperaban es que, tras superar la guerra, una enfermedad se les vendría encima.

Caída en la posguerra

Que nadie se asuste. Sus vecinos no padecieron ninguna enfermedad diferente a las que solían azotar Cataluña en la época, sucedió en sus viñedos. Una devastadora plaga de filoxera, un parásito que ya a finales del siglo XIX se convirtió en una de las mayores plagas que afectaron a la viticultura europea, provocando la destrucción masiva de viñedos en países como Francia, España e Italia.

Años después, en 1950 este pulgón, de apenas un milímetro de longitud, que se alimenta de las raíces y hojas de las vides, azotó de vuelta a Cataluña y causó un daño devastador en los viñedos de La Mussara, unos viñedos que sustentaban la economía local. 

La Mussara: el pueblo abandonado más aterrador de Cataluña Pixabay

El impacto de la enfermedad

Esta situación ya hicieron que muchos se fueran del pueblo en busca de nuevas oportunidades, temiendo no poderse recuperar nunca o apostando por profesionalizarse en otro ámbito laboral. Los que se quedaron sufrieron un poco más.

A la filoxera se le sumó una prolongada sequía, por lo que la falta de oportunidades laborales empujaron a los habitantes a buscar un futuro mejor en otros lugares. Poco a poco, La Mussara quedó desierta, dejando atrás no solo viviendas vacías, sino también un aura de misterio que sigue alimentando las leyendas locales.

El mistero de La Mussara

La historia de este punto de la geografía catalana realmente pone los pelos de punta. Más si se tiene en cuenta que hasta hace no tanto sus edificios y sus vecinos seguían en pie. La Mussara es un pueblo conocido ahora por los amantes del misterio.

La localidad se ha convertido en un lugar casi mítico. Sus ruinas, envueltas por una espesa niebla que parece nunca disiparse, son escenario de numerosos relatos de fenómenos paranormales. Los pocos valientes que se aventuran a explorar sus ruinas aseguran haber escuchado psicofonías, susurros que parecen venir de los antiguos muros y ecos del pasado que resuenan entre los árboles del bosque circundante. 

Nueva y terrorífica vida

Este ambiente tétrico y enigmático ha hecho de La Mussara un destino codiciado para los aficionados a lo sobrenatural y a la exploración de lugares abandonados. Tanto es así que durante la temporada de Halloween, el pueblo se transforma en un escenario aún más inquietante. 

Las calles desiertas y los edificios en ruinas crean el entorno perfecto para una experiencia auténticamente aterradora, donde la imaginación vuela y el pasado parece cobrar vida entre sombras y ecos. Muchos ven en estas supercherías una oportunidad que, pese a lo frívolo, sirve para recordar parte de la historia de Cataluña.

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