La cultura de chiringuito es muy española. Esos pequeños bares a pie de playa, cuando no directamente sobre la arena, son el recurso perfecto para aquellos que van a la playa a pasar el día para broncearse a pesar de los riesgos.
Si bien es cierto que los precios suelen ser más elevados que en un restaurante más alejado de la playa, el hecho de no tener que andar y poder tener la toalla a la vista es un valor añadido en zonas turísticas. Claro que hay algunos que aportan mucho más. Tanto que se han convertido en bienes culturales protegidos.
El chiringuito más artístico de la Costa Brava
Uno de ellos se encuentra en un punto mágico de la Costa Brava, tal vez, el más conocido, Cadaqués. Allí, en el pueblo que vio crecer como artista a Salvador Dalí, se encuentra un lugar donde pasaron los artistas más vanguardistas de la historia.
Por el conocido Marítim pasaron genios de todos los gremios. De las artes plásticas están Dalí, Richard Hamilton y Marcel Duchamp, pero hay más. El actor Kirk Douglas, el filósofo Umberto Eco o el Nobel de literatura Gabriel García Márquez se pasaron por allí y contribuyeron a ensalzar su leyenda.
Las visitas de la 'gauche divine'
“Estábamos en el Marítim, el populoso y sórdido bar de la gauche divine en el crepúsculo del franquismo, alrededor de una de aquellas mesas de hierro con sillas de hierro donde sólo cabíamos seis a duras penas y nos sentábamos veinte”, recordaba Gabo en uno de sus relatos de Doce cuentos peregrinos. Una prueba más de que le dejó huella y que en los 60s y 70s era un hervidero. Pero también desde hacía años.
Abierto en 1935 por Pere Figueras, el local rápidamente se hizo famoso. Dalí amarraba su barca frente al chiringuito y en más de una ocasión se dejaba caer por allí. Hasta la mismísima Gala, le pedía a la esposa del dueño que besara los bigotes del artista.
Un bar familiar y bien cultural
Teniendo al referente surrealista como cliente estrella, costó muy poco que otros artistas, estrellas nacionales e internacionales se acercaran. Eso y el atractivo turístico de Cadaqués que conquistaba a las élites barcelonesas hicieron el resto.
Con todo este historial de estrellas que pasaron por allí, su último responsable, Huc Malla, el nieto de su fundador, emprendió el proyecto para proteger el negocio. En 2017, un año después de fallecer su abuelo, propuso al ayuntamiento que se reconociera el local. Dicho y hecho, tras un informe favorable de la Conselleria de Cultura, el consejo comarcal lo declaró Bien Cultural de Interés Local.
La carta del Marítim
Pero más allá de su historia, la comida también es importante. En el Marítim de Cadaqués uno puede disfrutar de unas buenas tapas. Desde unas bravas, calamares y croquetas, hasta un tataki de toro o una ventresca completa.
Los que quieran refrescarse también pueden optar por la ventresca de toro, un sashimi de chuletón o un ceviche peruano. Claro que tampoco faltan las anchoas de L’Escala, las ensaladas o las coques.
Cómo llegar
Llegar allí tiene la misma dificultad que llegar a Cadaqués. Muchas horas de trayecto y una carretera de curvas, la GI-614 que es tan peligrosa como conocida por los visitantes del pueblo.
Desde Barcelona se tarda más de dos horas, pero hasta la carretera de Cadaqués todo es autopista (AP-7), carretera nacional (N-II) y la comarcal repleta de rotondas que es el tramo de la C-260 que une Figueres con Roses.