El Roto, Andrés Rábago, en una imagen de archivo

El Roto, Andrés Rábago, en una imagen de archivo Rtve

Examen a los protagonistas

El Roto

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Persona non grata

La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fundada el año del Señor de 1752, es una noble institución que no acepta a cualquiera en su seno, como acaba de descubrir el pintor, ilustrador y comentarista social gráfico Andrés Rábago (Madrid, 1947), alias Ops, alias El Roto, que ha visto cómo le daban con la puerta en las narices al proponerse como miembro (en realidad, lo proponían unos amigos de mérito, como el cineasta y escritor Manuel Gutiérrez Aragón).

Visto desde fuera, da la impresión de que la entrada de El Roto en la Academia debería haber sido un mero trámite, pues es un tipo con una excelente reputación artística, periodística y social, pero parece que dentro de la Real Academia de Bellas Artes había unos cuantos socios que se la tenían jurada o que, por lo menos, lo miraban mal, y que son quienes han conseguido rechazarlo (se habla de llamadas de este grupo de sediciosos a otros miembros de la institución para que le sacaran bola negra al ilustrador).

No encuentro motivos de peso para tenerle manía al señor Rábago. Para empezar, no es un sectario ni alguien que se pase la vida haciendo comentarios sobre la superioridad moral de la izquierda. Es, sí, un tipo de izquierdas, pero difícilmente se puede considerar un antisistema a alguien que lleva un montón de años colaborando en El País, diario institucional donde los haya (aunque ahora se haya convertido en el club de fans de Pedro Sánchez, condición que su amenazado mandamás, el empresario francés de origen armenio Joseph Ourghoulian, pretende revertir, ¡que Dios le ayude!). Lo digo porque intuyo que el rechazo a El Roto es menos artístico que ideológico: todo parece indicar que hay gente dentro de la Academia a la que le molesta su obra.

Estas mezquindades son muy españolas, y es una lástima que no desaparezcan de la esfera pública. Andrés Rabago ha acumulado méritos suficientes como para pasar sin despeinarse los controles de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Aunque él niegue dedicarse al humor gráfico, es en esa especialidad como más y mejor lo hemos conocido. Primero bajo el seudónimo de Ops, con el que se doctoró en cripticismo, y luego apodándose El Roto, personaje más asequible y también más eficaz. Superviviente de la purga de disidentes del sanchismo emprendida por El País, su presencia diaria, con la que consigue en una viñeta lo que otros no logran con artículos de tres folios, El Roto mantiene su independencia y, en cierta medida, conserva la maltrecha reputación del diario que lo acoge.

Como pintor es menos conocido, pero su obra es larga y notable. No se trata de un artista strictu sensu (algo que tal vez ha sublevado al sector más rancio de la academia), pero sí de alguien que se ha encontrado a gusto en distintos géneros, sin distinguir entre artes supuestamente mayores y menores (otro motivo para concitar el asco de los rancios). Por no hablar de su condición de voz de la conciencia de la sociedad española, papel que ha interpretado sin incursiones en la moralina y el sermón.