Hay que esmerarse para encontrar un aspecto positivo de la trayectoria política de Víctor Terradellas. Independentista rusófilo, desestabilizador y conspirador, lo único que le ha salvado hasta ahora es que la justicia no ha visto reproche penal en sus maniobras palaciegas para llevar a una hipotética Cataluña independiente a los pies de la Rusia de Vladímir Putin.
Víctor Terradellas (Reus, 1962) será recordado como una de las figuras más funestas del desastroso procés independentista. Quizá no solo tanto por acción como por asociación: en su afán de demostrar que la autonomía podía sobrevivir desagregada de España, el activista y empresario se juntó con la más cuestionable rama de buscavidas.
Confió en, por ejemplo, el presunto empresario Jordi Sardà Bonvehí, un monitor de esquí ruso parlante de Sant Vicenç de Castellet (Barcelona) que se creía espía del Kremlin. Terradellas se iluminó con la figura de Sardà, y le creyó a pies juntillas, aunque ahora se desmarque de él.
Además de que la causa judicial por la trama rusa ha quedado en nada, positivo de este directivo podría ser que intentó lanzar iniciativas solidarias como IGMAN-Acció Solidària, aunque esta asociación filantrópica también terminó desdibujada por el nacionalismo.
Por si no fuera suficiente y una vez la Audiencia Provincial de Barcelona ha dado carpetazo a la investigación por las conexiones rusas del procés, Terradellas sigue erre que erre con la obsesión de entregar Europa al gigante euroasiático.
Soslayando que si algo ha hecho la Unión Europea en los últimos años es intentar protegerse de la injerencia rusa, pues el Kremlin intentó interceder en diversos asuntos comunitarios.
El desafío catalán de 2017 fue uno de ellos, y Terradellas fue uno de los culpables de que así fuera.