Rafa Nadal, tras ganar Roland Garros

Rafa Nadal, tras ganar Roland Garros

Examen a los protagonistas

Rafa Nadal

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Jubilarse a los 38 años y con la vida más que solucionada es algo que da mucha envidia. Es el caso del tenista mallorquín Rafael Nadal Parera (Manacor, 1986), que hace unos días colgó la raqueta tras un desangelado partido de la Copa Davis y ahora se dispone a dedicarse al ocio (y al negocio, pues ha puesto en marcha unos cuantos, incluida una academia consagrada a la enseñanza del tenis a la que se apuntan los hijos de los ricachones con casa en Mallorca) junto a su esposa (y novia de toda la vida) Xisca Perelló. Yo me alegro por él, ya que siempre me ha parecido un chaval muy simpático y muy educado que se ha hecho rico gracias a sus propios méritos y habilidades y sin explotar a nadie (que se sepa).

Pero el pobre Rafa siempre ha contado con un número considerable de haters, que suelen ser los mismos -no sé muy bien por qué- que los que no soportan a Amancio Ortega, el mandamás de Zara, a Juan Roig, el jefazo de Mercadona, o a cualquier otro de esos magnates que cada vez que dan dinero a alguna causa noble, salta un montón de gente a espetarles que menos hacer caridad y más pagar impuestos (o menos explotar a trabajadores del tercer mundo). Los españoles somos de una ética admirable: si hay que echar una mano, económicamente hablando, no hay quien nos saque un euro ni poniéndonos boca abajo, pero si un capitalista se paga un ala de hospital o ayuda a los damnificados por unas inundaciones, lo ponemos verde, lo tildamos de hipócrita y reforzamos nuestra autoestima a base de hacernos el roñica digno mientras nos ciscamos en el cochino burgués que solo aspira a lavar su sucia conciencia con intempestivas obras de caridad.

A Nadal, no entiendo por qué, siempre le han tenido mucha manía los podemitas o aspirantes en general a militar en la extrema izquierda (preferentemente, de boquilla). Si ha participado en alguna actividad benéfica, se le han echado encima por filisteo (y si no, por presunto roñoso e inmune a las desgracias del pueblo). Aunque es de un pueblo de Mallorca y su familia no es precisamente rica, siempre me lo han presentado como un pijo infame de cuyos éxitos no había que alegrarse, so pena de ser considerado un reaccionario.

Cierto es que el hombre parece más bien de derechas, votante del PP, monárquico y de orden pero, que yo sepa, todas esas características no pueden considerarse exactamente lacras. También se siente muy español, y ahí ha chocado siempre (o han chocado ellos con él) con los independentistas catalanes, que se han sentido a menudo muy ofendidos por su escaso (tirando a nulo) compromiso con los (llamados) Países Catalanes. El hecho de no ser un pogresista, tirar hacia la derechona, pasar de los lazis (para colmo, es hincha del Real Madrid) y no hacerle ascos a tratarse con la realeza, parece haber convertido a Rafa Nadal en una especie de monstruo pequeño burgués para los izquierdistas profesionales que tanto abundan en España (e incluyo a los indepes, que se creen progresistas y de izquierdas por serlo).

Yo no le conozco de nada, pero siempre me ha caído bien. Juega al único deporte que puedo seguir sin aburrirme (aunque en los partidos de dobles ya me pierdo un poco; sólo disfruto de las competiciones de uno contra uno, aunque a veces ese uno sea un toro). Me parece un tipo simpático, amable y bien educado que se ha forrado gracias a sus propios méritos. No es que sea mi contertulio ideal para hablar de lo divino y de lo humano, pero no le voy a tener manía por ser de derechas, votar al PP, tratarse con los borbones y ser del Real Madrid. Curiosamente, es esa manera de ser la que le ha ganado el odio de los que ni siquiera son capaces de reconocerle que sea el mejor tenista de todos los tiempos.

Pero esa gente… ¿no tiene nada mejor que hacer que detestar al pobre Rafa?