Javier Bardem
El triunfador
Coincidiendo con la entrega del premio Donostia en el Festival de San Sebastián, Netflix ha colgado la serie Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menéndez, en la que Javier Bardem (Javier Ángel Encinas Bardem, Las Palmas de Gran Canaria, 1969) da vida eficazmente a José Menéndez, el turbio patriarca cubano de una familia rica de Los Ángeles cuyos hijos le volaron la cabeza una noche de 1989 en su mansión de Beverly Hills.
Premio merecido y estimulante miniserie que nos recuerdan, por si hiciera falta, que Javier Bardem es uno de nuestros mejores actores y el más internacional. Junto a su mujer, Penélope Cruz, y sus dos hijos, Leo y Luna, nuestro hombre compone una especie de familia real del cine actual. Y uno no puede por menos que alegrarse de que las cosas le vayan tan bien. Entre otras cosas, porque la mayoría de los españoles lo hemos visto crecer ante nuestros ojos.
No creo exagerar si digo que a Javier lo descubrió mi difunto amigo Bigas Luna, quien empezó dándole un papel secundario en Las edades de Lulú y siguió otorgándole papeles protagonistas en Jamón, jamón y Huevos de oro. Hace unas noches, en un programa de TVE, Bardem se emocionaba hasta las lágrimas al ver unas imágenes de Bigas hablando maravillas de él. Bigas tenía muy buen ojo para los actores y no se equivocó con Bardem (aunque sí un poco con Jordi Mollá, al que me dijo que veía como a un nuevo Marlon Brando, y conste que Mollá me parece un actor muy notable).
Después de Bigas, todo empezó a ir rodado para nuestro hombre, convirtiéndose rápidamente en uno de los actores más carismáticos del cine español. Su salto a Hollywood, tras el de Antonio Banderas, se distinguió porque le caían mejores papeles que a éste, al que los americanos nunca le quitaron del todo la molesta etiqueta de latin lover (menos mal que él ya se ha encargado de buscarse proyectos en los que pudiera destacar más, como el solvente intérprete que es, aunque nunca he acabado de entender su amor por los musicales de Broadway). Gracias al psicópata del film de los hermanos Coen, No es país para viejos, Javier se hizo con el Oscar al mejor papel secundario en el 2007. Cinco años después, el 8 de noviembre de 2012, obtuvo su estrella en el Hall of fame de Hollywood Boulevard. Ahora reparte su tiempo entre Madrid y Los Ángeles y su nombre es de los que sirven para atraer público a las salas de cine.
El hombre parecía predestinado para la actuación. Su madre, Pilar Bardem, era actriz. Su tío, Juan Antonio Bardem, director de cine. Empezó a actuar de niño y no ha parado de hacerlo desde entonces (su hermano Carlos, también actor, no ha llegado tan alto, pero, a cambio, es el pogresista oficial de la familia, lo cual no ha impedido que algunas declaraciones de Javier hayan resultado ligeramente intempestivas, aunque parece que, afortunadamente, se está quitando).
He visto a Javier Bardem en un montón de películas y no hay ni una en la que estuviera medio mal o medio bien. Siempre consigue que sus personajes te resulten creíbles, pese a que su físico, ligeramente bestial, parecía condenarlo a interpretar a sujetos pocos recomendables (un crítico norteamericano dijo que tenía cara de toro bondadoso, y creo que no andaba desencaminado). Tras haberlo visto madurar en una pantalla, nos toca ahora verlo envejecer. Y algo me dice que sabrá hacerlo con suma dignidad.