Salvador Illa, en su discurso con motivo de la Diada

Salvador Illa, en su discurso con motivo de la Diada

Examen a los protagonistas

Salvador Illa

22 septiembre, 2024 00:00

El conciliador

El actual presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa (La Roca del Vallés, 1966), parece empeñado en reconciliar a los catalanes entre sí mismos y a éstos con el resto de los españoles, después del ridículo sindiós del prusés, en el que tantas energías (y dinero) se han desperdiciado. Por eso hace cosas como ir a Madrid a reunirse con el rey Felipe VI, pero un día antes recibe en la Chene a Jordi Pujol, presunto delincuente y patriarca de una famiglia de tintes mafiosos (no contento con ello, le presenta sus respetos, en vez de comprobar que aún conserva la cartera después del encuentro).

Conste que le reconozco la buena fe, pero no estoy seguro de que sus esfuerzos por apaciguar a los independentistas vayan a arrojar los frutos deseados: en los digitales del antiguo régimen se le pone de vuelta y media a diario, Lluís Llach lo tilda de postfranquista y se queda tan ancho (el avi Lluiset cada día rige menos, o digamos, si nos mostramos compasivos, que no está envejeciendo muy bien, aunque de joven, cuando cantaba, también nos resultaba insufrible a muchos), los partidos lazis lo consideran un enemigo de la Cataluña catalana…

Nuestro hombre se ha especializado en dar una de cal y una de arena en lo que afecta a la cuestión nacional, pero eso ya lo intentó Ada Colau y le salió un pan como unas hostias (con perdón). Puede que con Joan Tardà, que salió en su defensa tras el exabrupto de Llach (cuyo padre, por cierto, fue el alcalde franquista de Verges, así como el de Marta Rovira lo fue de Vic: nuestros más destacados patriotas suelen pertenecer a familias que están siempre con el que manda o que, como dirían los americanos, go with the flow) se pueda razonar de una manera civilizada (pese a su natural primario, dejó un buen recuerdo en el Congreso, donde era capaz de irse de cañas con gente del PSOE o del PP sin que se le cayeran los anillos), pero con los indepes del morro fort, me temo que no tiene nada que hacer, pues siempre lo considerarán un traidor a la patria y un españolista de la peor especie.

Es posible que parte de su actitud comprensiva hacia el lazismo se deba a los compromisos adquiridos con ERC, pero no sé hasta qué punto le favorece su defensa numantina de la amnistía para los golpistas de octubre del 17 o su insistencia en la inmersión lingüística.

Digamos que, con una actitud así, se corre el peligro de defraudar a un sector de los catalanes (los que ya no pueden más del nacionalismo obligatorio, el procesismo y sus consecuencias y la constante sobreactuación patriótica) sin ganarse a cambio ya no diré la estima, pero sí el respeto del sector lazi de la población. Illa parece caminar sobre el filo de una navaja y corre el inevitable riesgo de perder el equilibrio. No negaré que sus ánimos de reconciliación me parecen bien intencionados, pero, a efectos, prácticos, solo sirven para alimentar al lazismo, desde donde se le viene a decir que está muy bien recibir a Jordi Pujol o Artur Mas, pero que a qué espera para desplazarse hasta Waterloo a dar conversación al Hombre del Maletero. Yo de él no lo haría porque en algún lugar hay que trazar la línea roja. Para hablar con delincuentes, ya está su jefe, Pedro Sánchez, que acaba de enviar a Flandes a su fiel Santos Cerdán para ver si convence a Puchi de que deje de hacerle la puñeta en el Congreso (véase el caso reciente de los alquileres).

Personalmente, le agradecería al señor Illa que dejara de contemporizar con el enemigo. Más que nada porque nunca conseguirá que dejen de considerarlo un traidor (y porque no se puede razonar con irracionales).