Ignacio Galán
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Iberdrola se ha distinguido desde hace más de dos décadas por una decidida apuesta por las renovables, allá a primeros del presente siglo, cuando pocos daban una mínima parte de su patrimonio por el futuro de las energías limpias. La compañía no se ha quedado en buenas palabras; ha demostrado su compromiso con hechos y, además, de la manera más firme, a través de robustas inversiones que le han llevado a tener una cartera de más de 43 gigavatios de potencia instalada en renovables y a convertirse en la mayor eléctrica cotizada de la zona euro.
Cuando ahora llega el momento de dar un giro hacia las redes y a nuevos y atractivos negocios, como son los centros de datos, Iberdrola sigue dispuesta a invertir, pero no a cualquier precio. El peso de España en su cartera se ha ido diluyendo conforme han surgido oportunidades en el exterior. El mercado nacional parece emitir señales de cierto agotamiento para la empresa, que empieza a ver en la presión fiscal y una cierta falta de seguridad jurídica una suerte de obstáculos poco menos que insalvables.
No deja de ser cierto que la firme apuesta del Gobierno por la descarbonización requiere de un marco normativo que estimule las inversiones y que este debe ser debatido con los principales actores del sector. Pero no hay que olvidar que cada mercado tiene sus normas y que estas no pueden modificarse a conveniencia en cada momento.
En su día, Iberdrola encontró un entorno más que adecuado para desplegar su ofensiva renovable y siempre pudo ir por delante del resto, lo que le otorgó una, por otra parte merecida, ventaja. Pero no siempre es posible. En ocasiones, toca adaptarse o bien tomar medidas traumáticas. El tiempo dirá qué sucede en esta ocasión.