Sandra Ollo, en su despacho, antes de la entrevista con 'Letra Global' / LENA PRIETO

Sandra Ollo, en su despacho, antes de la entrevista con 'Letra Global' / LENA PRIETO

Examen a los protagonistas

Sandra Ollo

7 julio, 2024 00:00

Misión Cumplida

La concesión del Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural a El Acantilado, empresa fundada en 1999 por Jaume Vallcorba Plana (Tarragona, 1949 – Barcelona, 2014), solo puede calificarse de justa y necesaria. También lo hubiera sido en vida del amigo Vallcorba, pero las distinciones llegan cuando llegan y en España somos muy aficionados a reconocer los méritos de la gente cuando ya no está. Aunque, en cierta medida, el acertado criterio de Vallcorba sigue vivo gracias al de su viuda, Sandra Ollo (Pamplona, 1977), que es a quien le ha tocado recoger, con todo merecimiento, el galardón.

No estamos hablando aquí de una Tita Cervera que hereda maravillas pictóricas y las
administra con mayor o menor acierto, si no de una mujer cuyo criterio literario y olfato editorial le ha permitido prolongar más que dignamente la carrera de una empresa cultural que siempre estuvo muy marcada por la personalidad de su fundador, creador en 1979 de la editorial de libros en catalán Quaderns Crema (que llegó a publicar una revista, magnífica en fondo y forma, que ya no existe) y que, veinte años después, fundó para todo el mercado de habla hispana El Acantilado (tras ese esfuerzo tristemente fallido, pese al asesoramiento de Francisco Rico, que fue Sirmio).

En catalán, Vallcorba tuvo el olfato de publicar a Quim Monzó y Sergi Pàmies, dos de los tipos más interesantes de la cultura local, así como de encargarse de editar a grandes poetas (prestando especial atención a J.V. Foix). Ya en castellano, yo siempre le agradeceré al amigo Jaume -un tipo peculiar, vestido con trajes de Saville Row, que hablaba alemán, tenía cierta fama de roñica (a mí, una vez, me invitó a un menú, pero son muchos los que a día de hoy siguen sin creerme) y, además de muy culto, resultaba extremadamente simpático y estaba en posesión de un fino sentido del humor entre británico y austrohúngaro- que me enganchara a Joseph Roth, Arthur
Schnitzler y Stefan Zweig, al que, erróneamente, consideraba el aburrido escritor de biografías de gente famosa que solía leer mi tía de Madrid cuando aparecía por el Maresme en verano a pasar unos días de vacaciones con su hermano y su familia.

Pasé una larga etapa ejerciendo de lector austrohúngaro, dada mi tendencia obsesiva a tragarme todo lo que encuentro de los autores que me cautivan (Simenon me tuvo preso varios años, hasta conseguir reunir más de doscientos de sus libros).

Jaume nos abandonó antes de tiempo, pero nos dejó en muy buenas manos. Siendo Barcelona como es, no faltaron los apocalípticos que previeron un rápido final para un Acantilado sin su creador, pero Sandra Ollo ha sabido seguir las directrices del difunto, añadirles las suyas propias y conseguido que la editorial siga siendo una de las más interesantes de España. Me alegro por ella -además de culta y lista, es una mujer muy agradable- y no le deseo una larga vida a la editorial porque estoy convencido de que la tendrá.