Keir Starmer
Ni Blair ni Corbyn, por favor
Tras un montón de años de dominio conservador, los laboristas se han hecho con el poder en el Reino Unido. Yo diría que gracias, en gran parte, a la colaboración del inefable Boris Johnson, un político que nos hizo reír mucho (era el único que no distinguía una reunión de trabajo de una merienda alcoholizada en el jardín de Downing Street), y también a la recua de primeros ministros tories, a cuál más lamentable, que incluye a Theresa May, la fugaz Liz Truss y el voluntarioso millonario indio Rishi Sunak.
Con un poco de ayuda de ese energúmeno llamado Nigel Farage (quien acaba de hacerse con su escaño en el parlamento de Westminster), Boris Johnson perpetró el mayor error británico en siglos, el Brexit, que no ha traído más que problemas en una época en la que Britania ya no domina las olas (pese a lo que diga el himno) y en que la unión, aunque sea a regañadientes, hace la fuerza (o lo intenta) de la provecta y destartalada Europa. Tras la incompetencia perdonavidas de los conservadores, Gran Bretaña merecía un respiro, como han demostrado esas elecciones en las que los laboristas han arrasado. Lo que nos queda por ver ahora es a qué clase de Labour (o New Labour, según el inefable Tony Blair) laborista pertenece el señor Starmer (Southwarik, 1962). Personalmente, preferiría que no tuviese mucho que ver ni con Tony Blair ni con Jeremy Corbyn, quienes, cada uno a su manera, hicieron todo lo posible por hundir al partido en la irrelevancia.
Tony Blair llegó al poder como representante del New Labour y acabó convertido en una especie de Margaret Thatcher con traje de tres piezas. Durante su mandato, Londres acabó de convertirse en esa cueva de ladrones que no resistiría una auditoría de la UE y en una de las ciudades más caras del mundo (con Thatcher, por lo menos, los chicos de mi generación podían visitar Londres con cuatro duros en los bolsillos). De su amistad con George W. Bush más vale ni hablar. Como de su acercamiento al pop en busca de lo que él llamaba Cool Britannia y que no era más que una parodia sin excesiva gracia del Swinging London de los años 60: ¿o es que vamos a comparar a los Beatles y los Stones con Oasis y Blur? ¡Un poquito de por favor!
Jeremy Corbyn intentó que el partido laborista volviese a ser una propuesta política de izquierdas, pero nos salió levemente estalinista, carecía del menor encanto personal y no le caía bien a nadie. No sirvió ni para poner coto al sindiós del Brexit, pues, en el fondo, también él estaba a favor, como sus victorianos adversarios tories. Muy comprensivo con el mundo islámico y levemente antisemita, siempre me pareció el equivalente inglés de ciertos sujetos del continente que tanto daño han hecho a la izquierda (pienso en el español Pablo Iglesias y el francés, de origen extremeño, Jean-Luc Mélenchon, cuyo apellido original lleva el acento en la o, no en la primera e).
Keir Starmer acaba de tomar posesión del cargo de primer ministro y tiene derecho a sus cien días de confianza. De momento, aparenta cierta equidistancia razonable del modelo Blair y del modelo Corbyn, aunque me gustaría que se hubiese tomado más en serio la posibilidad de revertir el Brexit, cosa que parece que ni se plantea (aunque sí mejorar las relaciones de la UE por el bien de todos, ¡algo es algo!). Veamos cómo se va desarrollando su mandato. O, como dicen sus compatriotas, wait and see.