No merece la pena ser generoso con los enemigos del Estado porque, en vez de agradecértelo, se vienen arriba y siguen con su tradicional matraca. Véase el reciente caso del perdón para los golpistas catalanes de octubre del 17: les concedes una amnistía y no solo no te dan ni las gracias, sino que te dicen que ya era hora de que repararas tu error y que no piensan bajarse del burro, pues se sienten más autorizados que nunca para pedirte un referéndum de autodeterminación y seguir dando la chapa con lo de la independencia del terruño.
Para colmo, consigues que se vuelvan a unir (afortunadamente, solo de manera puntual: no tardarán mucho en volver a tirarse del moño) y que se pongan más farrucos que nunca. Tú ya puedes ir hablando de convivencia y reconciliación entre españoles de bien, que la convivencia y la reconciliación no se intuyen por ninguna parte: digamos, más bien, que vuelve la burra al trigo.
No sé lo que les va a durar la euforia (probablemente, hasta que el poder judicial se ponga en marcha), pero, de momento, los lazis están que se salen. Y se ponen exigentes (Marta Rovira diciéndole a Salvador Illa que la visite en Ginebra si aprecia en algo su nominación) o amenazantes (el súper chaquetero Toni Comín declarando que o Puigdemont llega a presidente de la Generalitat o el PSOE ya se puede despedir de su apoyo a nivel español).
Un presidente que hubiese optado por la amnistía de buena fe merecería nuestra compasión, pero no es el caso: todos sabemos que Pedro Sánchez se la sacó de la manga porque necesitaba los siete votos de los de Puchi para conservar la poltrona. Así pues, que lo zurzan. Pero que no nos zurzan también a los demás, especialmente a los catalanes que tuvimos que aguantar la chulería y el matonismo de los indepes durante años para que ahora un arribista como Sánchez nos diga que lo hace todo por nuestro bien, como si ese hombre se parara a pensar alguna vez en alguien que no sea él (o su santa esposa, presunta víctima inocente del fango fascista).
La amnistía se ha aprobado en el Congreso por una mínima cantidad de votos a favor, pero eso no quiere decir que su aplicación sea inmediata. Van a proliferar los recursos de inconstitucionalidad (puestos en marcha por todas las comunidades donde gobierna el PP y algunas en las que lo hace el PSOE), los fiscales del prusés son correosos y se resisten (por mucho que los pongan verdes Pérez Royo y Martínez Pallín, siempre dispuestos a interpretar el papel de amigo de los lazis disfrazado de demócrata con fundamento), la judicatura en general va a poner todos los palos que pueda en la rueda de la amnistía (¡ánimo, muchachos!) y más de la mitad de los españoles está en contra de dejar libre de polvo y paja a esa pandilla basura que acabó en el trullo (de donde salieron antes de lo debido) o dándose el piro al extranjero: el que la hace la paga, chicos. O debería pagarla si no tuviéramos de presidente a un megalómano obsesionado con mantener el poder a cualquier precio.
Pero ya se sabe que, hecha la ley, hecha la trampa. Usted amnistíe a quien más le convenga, que nosotros obraremos en consecuencia, le están diciendo los leguleyos al Trilero Máximo. O si usted se pasa la justicia por el arco de triunfo porque le conviene a su idea de la política, nosotros podemos pasar de su idea de la política y seguir intentando aplicar el Código Penal.
Así pues, que aprovechen los golpistas estos momentos triunfales, pues nadie sabe lo que van a durar. Y en cuanto a Sánchez, que se apañe como buenamente pueda: si quiere conservar el Gobierno tendría que facilitar la presidencia de Puigdemont, algo que (quiero creer que) no se puede permitir (y si lograra hacerlo, adiós a la reconciliación y la convivencia de pegolete que nos ha intentado colar). Tampoco es su único frente abierto: ahí están Begoña, Koldo y el siniestro Ábalos para buscarle problemas.
Y lo más triste de todo esto es que solo puede acabar con la sustitución de Sánchez por Núñez Feijóo, que no sé a ustedes, pero a mí me hace tanta ilusión como una colonoscopia.