Bernard Pivot
El lector ejemplar
Hay cosas que sólo pasan en Francia (y que dan mucha envidia). Por ejemplo, que un periodista cultural se convierta en una estrella de la televisión con programas consagrados a la literatura. Ése fue el caso del recientemente fallecido Bernard Pivot (Lyon, 1935 – Neuilly sur Seine, 2024), un hombre que tras ejercer de becario en su ciudad natal y de dedicarse un año a la información económica, se estrenó como cronista literario en el suplemento cultural del diario parisino Le Figaro y luego se instaló en la televisión nacional, donde dirigió dos programas magníficos, Apostrophes (1974 – 1990) y Bouillon de culture (1991 – 2001), emitidos por TF1 en prime time y no relegados a un canal secundario y a una hora absurda, como suele suceder en España con este tipo de propuestas.
Durante casi 30 años, el señor Pivot fue el gran prescriptor de las letras francesas. Si te invitaba a sus programas, la venta de tus libros crecía de manera exponencial. El hombre cultivó dos registros: la cobertura de novedades con una tertulia de literatos que acababan de publicar algo y las entrevistas personales a figuras fundamentales de la literatura internacional (aunque barriendo para casa en general). Recuerdo con especial agrado la que le hizo a mi admirado George Simenon y que está al alcance de mis compatriotas gracias a las ediciones en video de Editrama, compañía regentada por el cineasta Gonzalo Herralde. En ambos casos, Pivot dominaba el arte de alternar su gran erudición con una actitud campechana de français moyen que mantenía al público enganchado al televisor (aquí solo logró algo parecido, hace muchos años, Joaquín Soler Serrano con su programa A fondo, del que recuerdo una magnífica conversación con Josep Pla, que apareció disfrazado de payés, como solía, con la boina calada y un pitillo de picadura colgando de la comisura).
Bernard Pivot llegó a ser tan popular que hasta llegó al mundo del cómic con el álbum de René Petillon Les disparus d´Apostrophes, en el que el inútil de Jack Palmer, investigador privado de una torpeza inverosímil, se veía obligado a investigar un caso relacionado con el programa. Pivot se hizo famoso leyendo, opinando sobre lo leído y hablando en público con escritores, algo que, desde España, no es que resulte especialmente admirable, sino que resulta prácticamente inverosímil. ¿Será verdad que los franceses leen más que nosotros? Eso me temo. Creo que era José Luis de Vilallonga quien contaba que, cuando se moría un literato ilustre en París, la portera de su edificio le informaba antes que nadie mientras se mostraba muy contrita: puede que nunca hubiese leído nada del difunto, pero su fallecimiento la había afectado profundamente.
Bernard Pivot ha tenido una vida larga (89 años) y aparentemente tranquila. Le han pagado por leer, actividad estimulante donde las haya, por hablar con figurones de la literatura y por aconsejar a sus compatriotas desde la pantalla del televisor acerca de lo que tenían que comprar en su próxima visita a la librería. Si esto no es una buena vida, que baje Dios y lo vea