Vittorio Sgarbi
Un gran energúmeno
El gobierno de Giorgia Meloni (hasta en la extrema derecha hay límites) se acaba de librar de su flamante secretario de Estado de Cultura, el inefable Vittorio Sgarbi (Ferrara, 1952), un historiador del arte reciclado en energúmeno televisivo cuyas numerosas salidas de pata de banco a lo largo de los últimos años lo han convertido, curiosamente, en un personaje extremadamente popular en su país. Criado a los pechos del difunto Silvio Berlusconi y sospechoso de turbios contactos con la mafia (como su señorito), Sgarbi se hizo famoso con unos programas de televisión en los que siempre conseguía acabar a la greña con los invitados, a los que insultaba sin tasa, viéndose a veces en la tesitura de acabar ante el juez por culpa de sus desaforados denuestos (le gustaba mucho tildar de capra, o sea, cabra, a cualquiera que se le ponía de canto). Pese (o gracias) a su carácter insufrible, el hombre hizo carrera en Forza Italia, el partido del Cavaliere, y ahora había logrado situarse muy bien en Fratelli d´Italia, donde ejercía de máximo responsable cultural de su país. Animado por su aparente impunidad, Sgarbi (que fue alcalde de diferentes poblaciones, incluido un villorrio siciliano controlado por el mafioso local, gran amigo suyo: pueden verlo en todo su esplendor en el descacharrante documental de Filmin Kim´s Video) se vio metido hace unos meses en un lío que, lejos de desvanecerse, ha ido creciendo hasta precipitar su dimisión.
Resulta que nuestro Vittorio se prendó de un cuadro de Rutilio Manetti (Siena, 1571 – 1639) que desapareció misteriosamente del castillo en el que se hallaba y acabó apareciendo, con algún pegote infame, en casa del señor Sgarbi, que le había añadido al original una vela que nunca había estado allí y que, según él, demostraba que su Manetti no tenía nada que ver con el que había desaparecido misteriosamente. Según Sgarbi, el señor Manetti había pintado el mismo cuadro dos veces, una con vela y otra sin. El lienzo, evidentemente, había llegado a sus manos de manera completamente legal, tan legal que nunca se molestó en explicarla. Luego se descubrió que solo había un cuadro, sin vela, y que la candela la había añadido él no se sabe cómo. Que un supuesto historiador y amante del arte manipule un cuadro del siglo XVII para su propio disfrute resulta, además de penoso, incomprensible: es como si yo trinco la Gioconda, le pinto un bigote y aseguro que Leonardo dibujó dos giocondas, una con bigote y otra sin.
Acostumbrado a salirse de rositas de todas sus anteriores trapisondas, Sgarbi creyó que ahora podría lograrlo de nuevo, pero parece que la paciencia de la sociedad italiana con semejante cantamañanas se ha terminado y el hombre ha tenido que dimitir, mientras espera a ver qué hace la justicia con él. A los periodistas que tiraron de la manta les ha deseado una muerte horrible en un sangriento accidente de tráfico (nueva querella). Y a los italianos en general ha venido a decirles que no le merecen y que se va a su casa porque no hay manera humana de desasnarlos. ¿Ha dicho su última palabra el amigote de Berlusconi? Sería muy deseable, por el bien de su país, pero algo me dice que dentro de poco lo volveremos a tener en la tele, llamando capra a todo el mundo y echando a un invitado del plató porque, directamente, Mi fai schifo (Me das asco). Genio, figura y cara dura hasta la sepultura.