Los animales saben perfectamente a quién atacan, cada especie zoológica sabe que le corresponde un tipo de humano. A la gente notable la muerde un tigre de bengala, o un tiburón, o un oso grizzly o por lo menos un perro de raza peligrosa. A otros, menos importantes, les muerde una oca, una rata o un chucho callejero, en este mismo escalafón se han dado incluso casos de mordiscos perpetrados por congéneres. Y así vamos descendiendo en la escala de la valía humana hasta llegar al último estrato, el de las personas más prescindibles y baldías, que son atacadas por un pez. Es el caso del (dicen que) abogado Jaume Alonso-Cuevillas, a quien mordió un mero en el brazo mientras practicaba submarinismo en una reserva natural. Un mero mero, es decir, un simple mero. Más abajo de eso, ya sólo cabe ser atacado por una lagartija.

Que te ataque un mero no vale para convertirte en mártir, ni siquiera en mártir del procés, que son los mártires más baratos que se conocen. Pero sirve para salir en los papeles, que no es poca cosa ahora que el procés está de capa caída y casi nadie recuerda a sus protagonistas. Gracias al mordisco del mero, Cuevillas apareció en los medios, algo que no conseguía desde que declaró su amor a Puigdemont, si ha llovido desde entonces. Claro está que no ha de ser fácil que ese bicho te muerda, uno debe intentarlo con ganas, ya que los meros suelen ser mansos. He consultado a expertos en fauna marina y me han asegurado que los meros raramente atacan si no se les molesta. Las islas Medes, donde se sumergió Cuevillas, están llenas de cuevas --valga la redundancia-- donde se oculta gran cantidad de fauna marina. Uno no puede meter la mano donde le plazca, aunque esas cosas los políticos no las entienden, será por la fuerza de la costumbre.

Los mismos expertos descartaron, además, que el ataque tuviera motivaciones políticas, puesto que precisamente las profundidades marinas fueron el único lugar donde los independentistas no dieron la tabarra en su momento, así que el mero no tenía motivo alguno para estar enfadado con Cuevillas. A menos que hubiera llegado a sus oídos la afición del picapleitos en cuestión a no pagar en los restaurantes --famoso fue el episodio que protagonizó en uno de Girona--, en cuyo caso el mero pensaría “de aquí no se va por las buenas” y quiso retenerlo de la única forma que pudo, con la boca, puesto que esos animales carecen de manos, incluso de patas (según los mismos especialistas consultados).

Hay que buscar otros motivos que expliquen tan tremendo ataque. Se ha podido leer estos días en la prensa que los meros suelen atacar de abajo arriba, pero no muerden, sino que se tragan por entero a sus presas, lanzándose a por ellas cuando las tienen encima, por ello es muy raro el ataque a un ser humano. A no ser, claro, que dicho ser humano sea de un tamaño tan diminuto que el mero crea que se lo puede zampar de un solo bocado. Es muy probable que sucediera eso, que el pobre mero tomara a Cuevillas por una anchoa --habituales en aquellas aguas de la Costa Brava-- y pretendiera tragárselo de una dentellada, el tamaño y la inteligencia del letrado se prestan a la confusión. En ese caso, además de compadecernos del abogado de Puigdemont --a quien deseamos desde aquí una pronta recuperación y nos congratulamos de que el mero no consumara su objetivo gastronómico--, hay que hacerlo con el mero, que se las prometía muy felices con la pitanza y se quedó con la miel en la boca. Con la miel y con el brazo de Cuevillas, bien es cierto, aunque tuvo la delicadeza de soltarlo cuando, al cabo de un minuto de estar degustándolo, se dio cuenta por el sabor de que la anchoa no era tal. Para que vean ustedes lo educados que son los meros.