David Madí
Quién te ha visto y quién te ve
David Madí ha sido un hombre muy importante en el inframundo lazi durante un montón de años, pero no parece estar viviendo sus mejores momentos. Tal vez debería releer el clásico de Dale Carnegie Cómo ganar amigos e influir en la sociedad, ya que sus amigos y patrocinadores, como Artur Mas, del que llegó a ser prácticamente su alter ego en la penumbra, empiezan a estar para el tinte y sus habilidades para conspirar en bien de la patria y de su propia cuenta corriente no funcionan con la misma eficacia que antes. Madí es, sin duda alguna, un liante muy habilidoso. No hay fregado procesista en el que no haya estado metido, pero no solo no ha pasado jamás por el talego, sino que lo ha hecho por la dirección de importantes empresas españolas. Ejemplar a la hora de compatibilizar las aspiraciones a la libertad de Cataluña con el lucro personal, Madí fue durante años el spin doctor por excelencia del lazismo, pero últimamente se le ve un tanto desinflado.
Obligado por las circunstancias, lleva un tiempo entregado a menesteres que él mismo habría considerado vergonzosos en sus años de esplendor en la sombra. ¿Conseguir contratos para una empresa de ambulancias? Pero, hombre, David, ¿qué haces metido en algo tan cutre y tan exento de épica, con lo que tú has sido? Sus últimos percances judiciales, a causa del llamado caso Voloh, se han saldado un poco a la manera de Laura Borràs. El juez Aguirre considera que, efectivamente, Madí mantuvo contactos con políticos de ciertas campanillas para favorecer a compañías que asesoraba o para las que trabajaba directamente (como Aigües de Catalunya, negocio modelo Roberto el de las Cabras que no ha salido según lo esperado), pero que no sacó nada porque nadie le hizo caso, señal de que ya no pinta tanto como antaño. Decirle a la Geganta del Pi que pida el indulto es insinuarle que su relevancia es mucho menor de lo que ella cree. De la misma manera, no emprender acciones legales contra Madí pese a sus evidentes trapisondas (o conatos de) es soltarle en las narices que ya no es el titán de antaño y que, francamente, no merece la pena enviarlo al trullo porque, por mucho que lo intente (y vaya si lo intenta), su capacidad de seducción financiera está bajo mínimos.
No descarto que el basureo de Borràs y Madí forme parte de una nueva estrategia judicial basada en el desprecio a quienes se consideran héroes de la república de los ocho segundos. Es una manera de decirles: “Sois de una inutilidad tal que no merece la pena ni enviaros a la cárcel, por mucho que os lo merezcáis”. Evidentemente, si nos ponemos en plan Dame pan y llámame tonto, el destino judicial del señor Madí es preferible al que le habría tocado si el juez se lo llega a tomar en serio (y lo mismo podemos decir de la señora Borràs). Puede que desde un punto de vista de mártir de la patria sea mejor ir al trullo (aunque sea por chorizadas y corruptelas y no por haber contribuido lo más mínimo a la independencia del terruño) que ser ninguneado por un juez español, pero la cosa, inevitablemente, tiene sus ventajas, aunque escueza un poco cuando has sido alguien o, por lo menos, has creído serlo.