La buena vieja izquierda
Sé que voy a quedar como un carcamal, pero lo que ahora llamamos izquierda en España no se corresponde con lo que uno ha esperado (y a veces obtenido) siempre de la izquierda. O sea, si la izquierda son Irene Montero y Ada Colau, apaga y vámonos, que yo seguiré echando de menos a Jorge Semprún. Nos acaba de dejar un representante de la izquierda de toda la vida, Nicolás Redondo, a los 95 años de edad, el hombre que estuvo al frente de la UGT entre 1976 y 1994, tras haberse afiliado al sindicato y al PSOE en 1945, cuando pintaban bastos en España para el progresismo (lo pagó con diversas detenciones, seis procesos judiciales y hasta un destierro a Las Hurdes en 1967) y fue siempre una piedra en el zapato del franquismo.
Era vasco (Baracaldo, 1927), pero nunca les rió las gracias a los nacionalistas, ejemplo que no siguieron sus sucesores, especialmente el actual mandamás de UGT, Pepe Álvarez, sindicalista profesional (apenas ha trabajado en su vida) cuya actitud ante el prusés estuvo entre ponerse de perfil y seguirles la corriente a los burgueses malcriados que pusieron en marcha el sainete.
El difunto señor Redondo jugó un papel fundamental en el célebre congreso de Suresnes que nombró a Felipe González líder del PSOE en 1974, pero eso no le impidió plantarle cara en 1988 montándole una huelga general de padre y muy señor mío (hubo otras dos con posterioridad, en 1992 y 1994). Dejó la dirección del sindicato en 1994, cuando su hijo, Nicolás Redondo Terreros, lideraba el socialismo vasco, y le pasó el testigo a Cándido Méndez, quien tal vez no fuera una lumbrera, pero comparado con Pepe Álvarez era prácticamente el insurrecto Espartaco (el de la película con Kirk Douglas, no Espartaco Santoni).
Durante su larga carrera política, nunca protagonizó ningún escándalo ni dio un mal ejemplo, lo cual condujo a algo tan improbable en España como que la derecha le tuviera un respeto. Recuerdo a mi difunto padre, que no era más de derechas porque no entrenaba lo suficiente, señalándome a Redondo en la pantalla del televisor y diciéndome: “Ese será de izquierdas, pero no se ha metido ni un duro en el bolsillo”.
Cuando ves en qué se han convertido actualmente la UGT y el PSOE (en un sindicato conformista y el club de fans de Pedro Sánchez, respectivamente), echas de menos a gente como Nicolás Redondo, Jordi Solé Tura, Jorge Semprún y hasta Javier Solana o el lúcido Alfredo Pérez Rubalcaba, el hombre que aseguraba, y tenía razón, que en España se entierra muy bien. No sé si hemos enterrado muy bien a Nicolás Redondo, un personaje cuya mera existencia debía de resultar algo molesta para los actuales mandamases de UGT y el PSOE.
Sindicato y partido han entonado el pésame de rigor, los diarios han publicado necrológicas más o menos sentidas y eso ha sido todo. Para sociatas acomodaticios y sindicalistas de mariscada, no debía resultar nada cómodo tener que convivir, aunque fuese a distancia, con alguien cuya presencia les recordaba lo que se supone que debe ser la izquierda. Así pues, descanse en paz el viejo sindicalista y nosotros a lo nuestro, sea eso lo que sea.