Josep Lluís Alay
El amigo de los canacos
Aunque en el mundo lazi no escasean los personajes ridículos, yo diría que uno de los más grotescos es Josep Lluís Alay, director de la oficina de Carles Puigdemont (otro que tal baila). Para empezar, su (supuesto) trabajo es de traca: nada menos que dirigir la oficina de un fugitivo de la justicia que vive en Bélgica y no da un palo al agua, salvo para vaciar el Parlamento europeo con su verba amena cada vez que ejerce de parlamentario español. Puchi será un fantasioso quimérico y un pelmazo, pero hay que reconocer que, si trabajas para él, no te vas precisamente a deslomar: ordenar las tareas de alguien que no da golpe tiene que resultar bastante descansado. De ahí que el señor Alay se busque entretenimientos más estimulantes que encargarse de gestionar una agenda prácticamente vacía. Como irse de observador internacional al referéndum de independencia de Nueva Caledonia de hace unos meses (perdido por los separatistas, por cierto), asuntillo por el que ahora le busca las cosquillas la justicia española: parece que la broma costó un dinero (tampoco tanto, poco más de 4.000 eurillos) que no debería haberse invertido en viajes turístico-patrióticos porque era público y estaba destinado a otros fines. Alay, naturalmente, se lo ha tomado como un nuevo ataque del ladino Estado español a los pobres independentistas, pero ha reaccionado gallardamente afirmando que luchará por la libertad del terruño hasta el día de su muerte en fecha no especificada.
El lazismo ya tiene otro mártir que añadir a la causa y el señor Alay puede hacerse la ilusión de que es relevante. La justicia intentará meterlo tres años en el trullo. Cada uno a lo suyo y todos contentos. De hecho, era extraño que el amigo Alay se hubiera salido de rositas hasta ahora de todos los fregados en que se ha metido por el bien de la patria: recordemos que ya interpretó un papel destacado en el vodevil ruso cuyo argumento era el supuesto apoyo de Putin a la independencia de Cataluña, en compañía de cracks como el inefable Terradellas (el que se hacía con 10.000 soldados rusos en un tres i no res) y el turbio Dmitrenko (al que algunos tildan de estafador, aunque él lo niega y aún no se ha llegado al fondo del asunto).
Josep Lluís Alay es historiador, un oficio tan digno como necesario con el que podría haberse contentado tranquilamente. En vez de eso, ha optado por ejercer de conspirador patriótico (se centró en políticos e intermediarios rusos, dejándole los mafiosos a Boye, que de eso entiende un rato), de supervisor de referéndums en los DOM-TOM (DOMaines et Territoires d´OutreMer) y de liante a gran escala. A las órdenes de su caudillo providencial, el hombre prosigue su labor de zapa para jorobar al opresor, pero el opresor parece llevarle ventaja: no creo que el pollo acabe entre rejas por un viajecito al país de los canacos, pero algo me dice que va a perder algunas plumas por el camino.