Gonzalo Boye
A recibir, a un banco del Retiro
El escritor norteamericano Michael Connelly se hizo célebre con las novelas protagonizadas por el inspector Harry Bosch, convertidas posteriormente en una estupenda serie de televisión protagonizada por Titus Welliver (Amazon Prime), pero tiene otro personaje al que ha dedicado también varias entregas, el leguleyo Mickey Haller, quien se dio a conocer en la novela The Lincoln lawyer (llevada al cine con Matthew McConnaughey en el papel principal), un abogado que carecía de despacho y recibía a sus clientes en el asiento trasero de su coche con chófer (el Ford Lincoln del título). Algo parecido va a tener que hacer ahora ese enemigo del Estado que atiende por Gonzalo Boye, pues la justicia le acaba de chapar el bufete por insolvente y moroso. Como Boye solo se trata, como bien sabemos, con lo mejor de cada casa, está pendiente de abonar una onerosa indemnización por el secuestro, años ha, del industrial Emiliano Revilla, en el que colaboró como cómplice de la banda terrorista ETA y por el que le cayó una condena de 14 años de cárcel (que aprovechó, arteramente, para sacarse la carrera de Derecho a costa del sufrido contribuyente de ese país que detesta, pero en el que se empeña en vivir). Al chileno alopécico también le están buscando las cosquillas por su entrañable relación con el narcotraficante gallego Sito Miñanco. Y no sería de extrañar que también le acabaran pidiendo explicaciones por su papel en la trama rusa del prusés, cuando se encargaba de hablar con los mafiosos moscovitas a los que a Alay le daba cosa frecuentar.
Boye suele quejarse de que la justicia española le tiene manía al independentismo en general y a él en particular. Incluso se lamenta de que no puede pisar un restaurante de Madrid sin que algún comensal se cisque en todos sus muertos fritos. Para ejercer de enemigo del Estado, demuestra no conocer muy bien el funcionamiento de un Estado: si tú le amargas la vida, él te la amargará a ti, y lo más probable es que salgas perdiendo (le recomiendo la atenta escucha de la vieja canción I fought the law, versionada en su momento por los Clash y, traducida al español, por Loquillo). Reconozco que, con su historial, es milagroso que este hombre aún no haya vuelto al talego del que, probablemente, nunca debió salir. Digamos que, como todo buen tahúr, lleva tiempo disfrutando de una buena racha. Versión siniestra del descacharrante Rodríguez Menéndez (con ése, por lo menos, te reías, entre sus trapisondas y el intento de asesinato a cargo de su esposa de hace años, por no hablar de su romance malogrado con Malena Gracia), Gonzalo Boye se ha especializado por defender únicamente a delincuentes e indeseables, y me temo que esa actitud es de las que se acaban pagando.
De momento, se ha quedado sin despacho y, si no se puede permitir un coche con chófer, como Mickey Haller, va a tener que recibir a sus glamurosos clientes en un banco del parque del Retiro (mientras esquiva los escupitajos de los paseantes). Por mi parte, me pregunto qué va a ser del recepcionista. Según me contó un amigo de Madrid --que había tenido tratos con Boye tiempo atrás y todavía lo lamentaba--, ese cargo lo ocupaba un exetarra de escasas luces y torpeza inverosímil acogido a la versión Boye del Socorro Rojo. Si se impone la alternativa Haller, igual acaba de chófer, pero si la actividad profesional de su jefe se desarrolla a partir de ahora en un parque, dudo que se recoloque. En fin, así soy yo: siempre preocupado por los elementos más desfavorecidos de la sociedad capitalista.