Pere Aragonès
Presidente, pero no del todo
Tengo la impresión de que, en su cargo de presidente de una nación milenaria (o de presidentillo de una comunidad autónoma del Reino de España, como ustedes prefieran), Pere Aragonès es un hombre que nunca acaba de hacer lo que quiere ni de adoptar la posición que le apetece, sometido como está a la presión del sector más talibán del independentismo, que tan bien representa la presidenta del Parlament, Laura Borràs, quien no pierde ocasión de llevarle la contraria y hacerle la puñeta. Estoy convencido de que, al igual que su líder espiritual, el beato Junqueras, el niño barbudo se ha dado cuenta de que la independencia ni está ni se la espera (de ahí sus vagas promesas de un nuevo referéndum para el 2030), y que, si le dejaran, llevaría su pragmatismo a cotas mucho más altas que las actuales. No hay más que ver lo mucho que insiste en esa mesa bilateral en la que, según él, le va a cantar las cuarenta al gobierno español y le va a decir que se imponen la amnistía y el referéndum de autodeterminación a la voz de ya. Nuestro hombre piensa presentarse a esa mesa (en la que no hay mucho que rascar, algo evidente hasta para los no independentistas) aunque Sánchez no aparezca y acabe delegando su presencia en Leticia Sabater.
Cada vez que lo veo por TV3 --debe haber firmado un contrato de exclusividad con Can Sanchis, pues no se le ve el pelo en ningún otro canal-- veo a un hombre que dice una cosa y piensa otra. Su cara explicando el desastre de la ampliación del aeropuerto de Barcelona es un poema: resulta evidente que los patitos de la Ricarda se la soplan, que lamenta la desaparición de esos 1.700 millones de euros previstos y que se hace el ecologista para que no le riñan las chicas de la CUP y Laura Borràs vuelva a ponerle de vuelta y media. De hecho, a Aragonès ya le va bien el sistema autonómico y cree en el famoso peix al cove de los tiempos de Pujol. Igual que Junqueras, sobre todo tras su estancia en el talego de los últimos años. Pero el hombre no se atreve a dejar clara su postura y está quedando como un pusilánime que dice cosas para la galería en las que es el primero en no creer (bueno, el segundo después del beato). Le tienen comida la moral los devotos de la unilateralidad y se desvive por complacerles sin meterse en problemas, lo cual le hermana extrañamente con Ada Colau, que también va de guay con los indepes, pero luego se le escapa en una entrevista que lo del referéndum le parece una tontería.
Ya va siendo hora de que el señor Aragonès se crea el cargo que ocupa y obre en consecuencia. Se impone la sinceridad. Debe seguir el ejemplo de Quim Torra, quien reconoció la otra noche en el Fossar de les Moreres que su gestión presidencial fue un claro caso de incompetencia (ya lo sabíamos, pero se agradece la autocrítica, no sabemos si espontánea o motivada por la ingesta de un exceso de ratafía) y decirle a la gente que no hay más cera que la que arde, que la unilateralidad lleva directamente al trullo y que se hará lo que se pueda para pillar cacho sin irritar al perverso Estado español, cuyas malas pulgas tan bien conocen todos los patriotas que fueron convenientemente apaleados el 1 de octubre. Si Aragonés no quiere abandonar Cataluña metido en el maletero del coche, como su ilustre antecesor, sabe que le toca pactar con Madrid y abstenerse de machadas si no quiere quedarse sin autonomía. Y yo creo que no habría desdoro alguno en ello. Las majaradas que se las deje a Borràs, Cuixart, Paluzie y demás iluminados. ¡Seny, Pere, seny!
Aragonès sabe que va a Madrid a ver qué pilla. También sabe que no hubo 400.000 personas en la manifestación de la Diada. Y es consciente de que no hay quorum en Cataluña para la independencia. Le agradeceríamos, pues, un acto de valor al reconocer en público esas cosas de las que es plenamente consciente en privado. Ya sé que todo le resultaría más fácil con Puchi en Soto del Real y Laura Borràs inhabilitada por sus supuestas corruptelas de cuando estaba al frente de la Institució de les Lletres Catalanes, pero aquí se imponen el puñetazo en la mesa y la sinceridad con la población. Total, tampoco perdería nada --en Junts y la CUP ya lo detestan-- y ganaría a cambio un poco de autoridad moral, que falta le hace.