Laura Borràs
Quiero ser califa en el lugar del califa
Cada nueva iniciativa de Pere Aragonès es escarnecida, burlada y vilipendiada por la presidenta del parlamentillo regional. Yo diría que esa mujer se ve como mandamás de la Generalitat en un futuro próximo (y alternativo, un futuro en el que no la juzguen por dar dinero a los amigos en un pasado no muy remoto) y que, a diferencia del Gran Visir Iznogud, que disimulaba arteramente sus deseos de sustituir al califa Haroun el Poussah, manifiesta claramente su ambición en cuanto puede, poniendo verde públicamente a su superior de una manera que exige una contundente llamada al orden.
A diferencia del niño barbudo, la Geganta del Pi cree que la independencia de Cataluña no es solo posible, sino inevitable. Probablemente, también se cree que hubo 400.000 compatriotas en la manifestación de ayer. De todos los representantes del sector magufo del soberanismo, es la que mejor infiltrada está en el mundo real, donde apenas tiene competencia de los suyos: Puchi no volverá nunca a Cataluña por decisión propia, nadie se acuerda del primario Graupera, Alay está muy bien para conspirar, pero no da para mucho más, Cuixart (vi que se había recortado un poco el mullet para la Diada) es un iluminado al que solo le falta echarse a la calle envuelto en una túnica y gritando “¡arrepentíos!” a los transeúntes, nadie le hace sombra en el partido (entre otras cosas porque nadie tiene su colosal envergadura física) y ella se ve como la única persona que puede conducir al pueblo catalán hacia la independencia.
Esta mujer vive de ilusiones, pero hay que reconocer que vive muy bien. Su conexión con la realidad es escasa, pero le da igual porque se ha creado su propia realidad, que le gusta más que aquella en la que vivimos los demás. Yo diría que, en su delirio, hasta cree que la justicia española se ha olvidado de ella, cuando solo es de una lentitud desesperante. Pero el día menos pensado la llamarán a declarar y, si la pillan en un previsible renuncio, pasará a engrosar la lista de políticos catalanes inhabilitados y/o embargados. A Aragonès le quitarán un peso de encima. Y también a los diputados de la oposición, a los que Borràs trata a patadas en el parlamentillo o contribuye a denigrar en las redes sociales (señorial su decisión de darle un like a ese troglodita de su partido que comparó a Anna Grau con una trabajadora de puticlub de La Junquera). Sin un cargo público de la importancia del que ocupa, la señora Borràs sería una hiperventilada más con derecho a tertulia en los medios de agit prop del régimen, una versión expandida de Pilar Carracelas. Es el cargo lo que le ha llevado a crecerse, a venirse arriba, a creer que le puede hacer la pascua impunemente al presidente de la Generalitat.
A una persona tan arrogante, intolerante, despectiva y absurda como ella no se la puede poner a presidir ni una comunidad de vecinos. Lo suyo es una sobreactuación constante que a veces ni siquiera sale bien: la concesión de la Medalla de Oro del Parlament a los millones de represaliados del 1 de octubre ha molestado a la oposición, lógicamente, pero también ha cabreado a parte de los talibanes a los que iba dirigida: no hay más que ver cómo se han puesto Roger “Pierda usted un ojo para esto” Español y Vicent “Quiero chupar aún más del bote” Partal. Por no hablar de la nueva estrella del independentismo juvenil, Marcel Vivet, que también se ha ciscado en la medalla pese a vivir en el único lugar del mundo en el que por pegar a un policía con el palo de una bandera te premian con una plaza de tertuliano en la emisora de radio oficial del régimen. Pandilla de desagradecidos, debe decirse nuestra Laura mientras piensa que ya les arreglará las cuentas cuando llegue a presidenta de la nación milenaria. Algo que, en su mente enferma, debe estar tan al caer como la independencia.