Quim Torra
¡Marchando otra multa para el señorito!
Uno de los momentos que más gracia me hacía de las aventuras animadas del gallo Claudio, personaje señero de los cartoons de Warner Brothers, era cuando ese enorme avechucho tartaja, presa del aburrimiento, se hacía con un palo y se iba a zurrar a un chucho que le caía mal. “Vamos a pegar a ese perro tonto”, nos anunciaba Claudio (Foxhorn Leghorn en la versión original). Y enseguida lo veíamos levantándole el rabo al chucho, que dormía plácidamente sin molestar a nadie, y aporreándole los cuartos traseros, actividad que dejaba al pelmazo de Claudio muy relajado.
Salvando las distancias, la relación de la justicia española con Quim Torra me recuerda bastante a la de Claudio con el perro tonto. Cada equis tiempo, algún estamento judicial se acuerda de Torra y trata de buscarle la ruina por alguna de sus chorradas de cuando era presidente de la Generalitat (o hacía como que lo era, más bien). La principal diferencia entre el perro tonto y el no menos bobo Torra es que éste, a diferencia del primero, no es inofensivo. Otro se hubiera conformado con ese palacete que hemos puesto a su disposición en Girona para que se toque los cataplines a dos manos y se estaría callado, disfrutando de ese chollo que incluye secretaria, asistentes, chófer y no sé cuántas cosas más, pero Quim se pasa el día opinando sobre asuntos que ya no le competen. Yo creo que esa ausencia de un low profile contribuye a que la justicia española no se olvide de él y le busque periódicamente las cosquillas.
Ahora le acaban de caer 8.000 euros de multa de parte de la Junta Electoral por algunas tonterías (el hombre nunca ha dado para más que chorradas patrióticas de escaso alcance) cometidas cuando la campaña electoral del 28A. ¿Pancartas y lazos amarillos?: 3.000 eurillos (rima fácil, pero disculpable). ¿Carta institucional a los funcionarios de la Chene por Sant Jordi?: 2.500 tronchos. ¿Discurso vehemente del día de Sant Jordi?: otros 3.000 machacantes. A pagar y a callar, Quim.
Pero el hombre se resiste y se agarra a cada euro como si sintiera un amor especial por él. Se queja, reniega y porfía para no aflojar la mosca. Y ve conspiraciones en su contra, cuando lo único que hay es, a lo sumo, un remedo de la manera de hacer del gallo Claudio. Resulta difícil, además, ponerse de su parte, ya que, a diferencia del perro tonto, Quim Torra está especializado en incordiar y en seguir pintando algo en el panorama político catalán, cuando todo el mundo, empezando por los suyos, lo da por amortizado. Con la pasta que le estamos soltando por no hacer nada de provecho, 8.500 euros no representan precisamente un atentado mortal a su línea de flotación financiera, pero el hombre se agarra a ellos para insistir en la manía que le tienen los españoles, aunque los pocos que lo tuvieron presente hace un tiempo, ya no se acuerdan de él. De hecho, si no fuera por las maniobras a lo gallo Claudio de la justicia española, el pobre Quim solo saldría en los diarios digitales del régimen, donde siempre se agradecen los exabruptos contra el país vecino.
Cuesta sacarle un duro, eso sí, y estoy convencido de que hará todo lo posible para evitar aforar los monises que se le piden. Ese es capaz de recurrir al Tribunal de Derechos Humanos europeo para ahorrarse unos euros. Más le valdría considerar los multazos como gastos de representación que le ayudan a no desaparecer del todo del imaginario colectivo y encajar los palos en el trasero con el mismo estoicismo que distinguía a aquel pobre chucho cuya misión en la vida era sacar del aburrimiento a un gallo descomunal.