Corinna Larsen
La feminista alternativa
Los que se empeñan en salvarle mínimamente el pellejo a don Juan Carlos I gustan de presentar a éste como un mujeriego bobalicón que constituye la presa ideal para todas esas malas pécoras que andan sueltas por el mundo en busca de alguien con pasta que no sepa mantener el pene dentro de los pantalones durante mucho rato seguido. Desde ese punto de vista, Corinna Larsen --falsa aristócrata agarrada a un título heredado de un marido del que poca cosa se sabe-- es el Mal con mayúsculas, la perversa Jezabel contemporánea, la cazafortunas implacable, la perdición de los hombres... Y algo de eso hay, a no ser que prefiramos considerarla la única representante de una escuela del feminismo muy peculiar, consistente en abrirse paso por la vida con el cuerpo serrano que Dios le dio, llevándose por delante, de paso, a sujetos venales (y banales) que no merecen nada mejor.
Por propia voluntad o azuzado por las urgencias de la carne --el emérito engaña mucho: parece un frágil ancianito a punto de desplomarse en cualquier momento, pero luego resulta que aún le pica el nardo cosa mala--, Juan Carlos I cubrió de oro a su querida Corinna, creyendo que así compraba también su silencio con respecto a las trapisondas borbónicas con jeques árabes y otra gente de mal vivir, pero da la impresión de que le puede salir rana y ponerse a largar cosas ante un juez que no le van a hacer ninguna gracia ni a él, ni a su hijo, ni a su sufrida esposa, Sofía “a mí no me echan de palacio por segunda vez” de Grecia, ni a nadie que prefiera la monarquía parlamentaria a una república presidida por lumbreras como Iglesias, Sánchez o Casado (entre los que me cuento: llámenme facha, que es un improperio que en España sirve para un barrido y para un fregado). Ah, y si por si la cosa no tuviera suficiente mal aspecto, asoma tras su proverbial carpeta el careto siniestro del excomisario Villarejo, del que un día de éstos descubriremos que algo tuvo que ver con el asesinato de los hermanos Kennedy (y hasta con el incidente de Chappaquidick del superviviente Edward).
Nadie sabe a estas alturas cómo se va a resolver el embrollo de Corinna y el emérito. Que él es un metepatas extraordinario está fuera de toda duda, pero hay que reconocer que ha interpretado a la perfección el papel del badulaque borbónico que piensa con el rabo y que no se ha coscado todavía de que la vida de un rey en el mundo moderno no tiene nada que ver con la que disfrutaba su abuelo, don Alfonso XIII, en Roma, ya fuese solo o en compañía de su fiel conde de Romanones. La que no está haciendo lo que debe es Corinna, quien debería haberse esfumado --toma el dinero y corre-- con la pasta obsequiada (o sustraída taimadamente) y no dedicarse a poner en peligro la institución monárquica, cual versión de pago de Lady Di. Por mal que suene, Corinna no deja de ser la versión más reciente y seudo respetable de esta figura que siempre se ha conocido como la puta del rey. Pero, a este paso, va a conseguir lo que no logró Diana Spencer, que un poco más y se lleva por delante a los Windsor; es decir, acabar con la monarquía española (lo siento, Sofía, pero igual tienes que volver a hacer las maletas) y precipitar el advenimiento de una tercera república, con lo bien que acabaron las dos primeras, ¿verdad? En fin, supongo que el feminismo alternativo es lo que tiene. Sobre todo, si cuenta con el apoyo fundamental de Villarejo, quien todavía tiene que darnos explicaciones acerca de su posible participación en el atentado de la Calle del Turco que se cobró la vida del general Prim.