Josep Sort aún 'vive' en la Universitat de Barcelona y en la Ramon Llull
El estrafalario Josep Sort, el expresidente de Reagrupament que formaba parte de la lista electoral de JxCat por Barcelona, ha tenido que renunciar a sus cargos políticos por las barbaridades que había llegado a lanzar durante años a través de las redes sociales contra personajes de la vida pública catalana que no pertenecían al mundo independentista. Sus insultos y comentarios odiosos, que se centraban fundamentalmente en las mujeres, no habían suscitado ninguna reacción entre sus jefes de filas hasta que Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, cansada de sus improperios, apeló directamente a los dirigentes del partido de Carles Puigdemont.
Al final, el personaje fue repudiado por Reagrupament y por JxCat, no por las cabezas visibles del partido en la lista electoral, Laura Borràs, ni en el Ayuntamiento de Barcelona, Elsa Artadi.
No obstante, las dos universidades por las que ha pasado Sort y de las que ha estado viviendo en las últimas décadas le mantienen en sus directorios, como queda recogido en las capturas que ilustran esta información: la Universitat de Barcelona, la pública donde había sido acogido tras su expulsión de su empleo anterior, y la Ramon Llull, privada. Pese a su comportamiento y deficiente praxis, en la Llull no fue apartado por iniciativa del cuadro docente ni por los responsables de la Facultad de Relaciones Internacionales, donde daba clases, sino por las protestas de los alumnos, hartos de su sectarismo político, la nula calidad de sus clases y sus comentarios xenófobos y racistas.
Además, era muy conocido en el centro docente por su presencia estrafalaria. En cuanto llegaba el buen tiempo, cambiaba las chirucas por chancletas y se adornaba con bermudas y vistosas camisas abiertas; un aspecto que daba la nota antes incluso de ser visto, especialmente cuando subía la temperatura y el aire acondicionado no lograba calmar sus sofocos.
Cuentan los viejos del lugar que Sort causó sensación en la Ramon Llull un año cuando fue requerido para que explicara a los alumnos --y quizá también a algunos profesores-- cómo abordar La montaña mágica, la lectura recomendada aquel curso. Su gran aportación consistió en explicar que la mejor forma de entender a Thomas Mann era leerlo como si fuera una cebolla, por capas. Nadie entendió nada más allá de que el profesor era incapaz de interpretar al difícil autor de Las cabezas trocadas. Y mucho menos de reconocerlo: lo que ahora se llama impostor y entonces se conocía como farsante. Era de las primeras cuñas que el independentismo ponía en la recién estrenada universidad privada.