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Las prisas no son buenas consejeras. Este dicho, que le va como anillo al dedo al presidente Joan Laporta --muy acostumbrado a tomar sus decisiones por sorpresa, de forma impulsiva o apurando hasta el último momento (su participación en las elecciones, la composición de los avales, los fichajes sobre la bocina en cada cierre del mercado o la fallida continuidad de Xavi)--, es el que ha tomado por bandera el FC Barcelona en relación al Espai Barça. Mientras en muchas otras cuestiones el club apela a la paciencia, con las obras del Camp Nou se ha decidido apostar por hacerlo todo cuanto antes y, nunca mejor dicho, a cualquier precio.

Los costes de la operación fueron desglosados el año pasado en una rueda de prensa liderada por dos piezas clave del organigrama que ya no están en la actual estructura directiva del club, Eduard Romeu y Maribel Meléndez. Se presentó un crédito financiado por Goldman Sachs y otros 20 inversores por ahora desconocidos por valor de 1.450 millones de euros. 50 menos de los inicialmente previstos --supuestamente como garantía-- y un coste total a largo plazo, sumando los intereses, de unos 2.800 millones de euros. Recordemos que 960 millones irán destinados a la reforma del estadio, otros 200 son para contingencias y 178 están pensados para cubrir los primeros intereses derivados del crédito. Ahí dentro se supone que está incluido el nuevo Palau. 

Intereses al alza

Estos elevados intereses son la primera consecuencia negativa de querer cerrar el acuerdo de financiación con prisas. Lo avisaban muchos expertos en el mercado financiero: no era el mejor momento para negociar intereses. Laporta estaba empeñado en comenzar cuanto antes, porque sin financiación no había obras, y ello comportó una hipoteca con los intereses más elevados de los últimos años. Resultado: el coste real de la operación prácticamente se duplica. 

Sobrecoste en las obras 

Otra decisión controvertida de Laporta consistió, al poco de asumir el cargo, en modificar el proyecto de reforma aprobado por la junta de Bartomeu. El nuevo presidente tomó decisiones que obligaban a modificar las licencias que se habían estado luchando durante años con el Ayuntamiento de Barcelona y, además, comportaba un importante encarecimiento de las obras.

El cambio más significativo consistió en paralizar la reforma de la primera gradería --con Bartomeu iba a ser toda nueva y mucho más vertical-- para derrumbar la tercera, que abarca mucho más espacio y asientos que la primera, y construirla de cero. El incremento, en números, es impactante: de los 815 millones que costaba todo el Espai Barça de Bartomeu, a los 1.500 kilos de Laporta. Casi el doble. 

Caída drástica de los ingresos

El tercer elemento de discordia, también marcado por las prisas, consistió en buscar un estadio alternativo para acelerar las obras. Los expertos consultados por el presidente le aseguraron que si quería estrenar nuevo campo en 2026, era inviable construirlo entre partido y partido. Había que trasladarse, por lo menos, un año. Laporta optó por movilizar a los culés hasta Montjuïc y está por ver si será un año y medio o dos completos. Por ahora, el 15 de diciembre es la fecha de regreso fijada. 

El estadio de Montjuïc durante un partido del Barça en la Liga FCB

Como ya es conocido, el traslado a Montjuïc ha supuesto una importante pérdida de ingresos por taquillas, ya que el aforo es mucho más reducido que el del Camp Nou. Prácticamente, la mitad. Pero, además, el cambio de feudo ha perjudicado los ingresos de BLM procedentes de la tienda principal del Camp Nou y la recaudación del Museo del Barça, que recibe muchos menos visitantes. 

El triple impacto 

Laporta quería volver al Camp Nou a finales de 2024, porque se celebra el 125 aniversario de la fundación del club, y quería que la obra estuviese terminada en 2026 porque es cuando termina su mandato actual. El abogado quiere pasar a la historia como el presidente que hizo el estadio más moderno y grande del mundo, y debe estar él para estrenarlo. Por este motivo, los tiempos tenían que ser estos y no otros. El coste, como hemos comentado, ha tenido un triple impacto negativo: intereses financieros mucho más elevados que los actuales, coste de obras multiplicado por dos y caída drástica de los ingresos por ticketing, merchandising y museo. 

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