Una de las cosas que aprendió Joan Laporta durante su primera etapa como presidente del FC Barcelona es que la estabilidad institucional solo se mantiene si la pelotita entra. Es consciente de que, aún ganando y jugando bien, siempre habrá vendavales, tormentas y recios temporales que capear, pero todos se pueden combatir si el primer equipo responde en el campo. El problema viene cuando estalla una polémica y los jugadores no dan la talla. En ese escenario, el que manda está perdido. Lo sabe bien Bartomeu --a la que flojeó el equipo lo apuñalaron y convocaron una moción de censura para sacarlo antes de que tuviese tiempo de resarcirse, como hizo en 2015 de forma milagrosa-- y lo sabe el propio Jan, que superó una moción de censura con un 60% de votos en contra.
El aprendizaje que hizo Laporta entre 2003 y 2010 le ha llevado a gestionar el club de una forma familiar. Rodeado de personas de su estricta confianza --tanto en el comité de dirección como en la junta directiva--, palmeros muchos de ellos, el abogado tiene claros los errores que no puede volver a cometer. Sabe que si van mal dadas, en cualquier momento el sueño se convierte en pesadilla. Por ello, la apuesta del presidente para mantener una relativa tranquilidad institucional es clara: todo al primer equipo.
Laporta no tiene remilgos en recortar 13 millones de presupuesto a la sección de baloncesto. Es consciente de que la afición del Palau protestará, vitoreará al despedido Mirotic de turno, y le dará guerra durante dos meses, pero al final se acaba silenciando. Como se acabó sepultando el polémico despido de figuras ilustres del balonmano como David Barrufet y Xavi Pascual.
Recortes que caerán en el olvido
Laporta se puede permitir cerrar Barça TV. Y sabe que le convocarán huelgas en contra, que se quejarán algunos aficionados, pero al final, la frenética actualidad conduce el problema al olvido. El presidente es consciente de que el movimiento peñístico nunca ha simpatizado con él, y le ganaron una votación hace dos años en asamblea de compromisarios, pero el tiempo lo cura todo. Mediáticamente, ya nadie se acuerda de esos peñistas y no se sabe bien cómo se gestionan actualmente.
Ahora se quejan los vecinos de Les Corts por unas obras a horas intempestivas. El Barça ya ha pagado dos multas. Como si hay que pagar 10. Al club no le viene de 3.000 euros. Le viene de tener el nuevo estadio listo, cuanto antes, para empezar a facturar como cosacos y revertir una situación económica angustiosa.
Eso sí que preocupa a Laporta. Porque sabe que sin dinero es más difícil construir un primer equipo competitivo. Y sin un Barça ganador, sin un Barça aspirante a títulos, es cuando la gente se enfada. Es cuando empiezan a sacarle trapos sucios. Es cuando peligra verdaderamente la viabilidad de su mandato.
Todo a una carta
Laporta lo juega todo a la carta del primer equipo. Sabe bien que por poco se lo cargan en 2008, tras dos años encadenando malos resultados con Rijkaard. Y eso que venían de ganar la segunda Champions de la historia culé en 2006. Luego puso a Guardiola de entrenador, llegó el Tiki-Taka, se ganó el triplete, luego el sextete, y el pueblo se olvidó de por qué lo querían echar un año antes. Laporta estaba "tritranquilo" y aprendió una lección que hoy aplica con maestría.
En su primer año del segundo mandato no tenía plan. Llegó al poder con improvisación, una pancarta divertida y favores de amigos que aspiraban a cobrarlos más adelante, como Jaume Roures o Eduard Romeu --este último tenía el sueño de ser algún día presidente del Barça, pero viviendo desde las entrañas todo lo que se cuece, ya ha perdido toda aspiración, le basta y le sobra con su papel de vicepresidente económico--, como director general de Audax, multinacional del adinerado José Elías. Ese año, sin proyecto definido y con Koeman provisionalmente en el banquillo, Laporta se dedicó a pensar un plan de supervivencia ante las acometidas de la Liga de Tebas con el Fair Play.
Improvisación entre avales y palancas
Al verano siguiente, el abogado hizo uso de su conocida astucia, y aplicó el clásico "hecha la ley, hecha la trampa" para inventarse las palancas. Una venta de activos y derechos de cobro futuros del club que permitían anticipar dinero en cantidades importantes. Porque para Jan, lo importante era tener el dinero ahora y solventar los problemas del ayer, no tanto los del mañana. Así que se gastó más de 240 millones, entre fijos y variables, en construir un equipo que debía ser ganador. Y ganó.
Este verano, ya con la inversión hecha el año pasado y con las arcas repletas de telarañas, Laporta no ha podido gastar más. Ha pasado la tijera por donde ha podido y ha tirado de contactos --no se le puede negar ese don de gentes que siempre ha tenido para cercenar relaciones de amistad con los peces gordos del fútbol, desde los que mandaron en el pasado, como Villar, Blatter, Platini o Mino Raiola, a los que manejan el mercado todavía en la actualidad, Jorge Mendes y Pini Zahavi-- para mejorar todavía más una plantilla que queda muy corta de efectivos pero mucho más compensada.
El fichaje del presidente
Y, nuevamente, la jugada le ha salido a pedir de boca: apostó por Joao Félix, lo sedujo a precio de saldo --el club solo abona 400.000 euros anuales--, y el Menino ya le está devolviendo el cariño en forma de goles, asistencias y magia sobre el césped que provoca la trempera del nuevo tribuneru, más conformista y menos exigente que el de antaño.
La masa social del Barça, cada día más adormecida, se conforma con volver a vibrar en los partidos. Las dos manitas al Betis y el Amberes, aunque jugasen prácticamente sin defensa, han levantado el estado de ánimo... ¡¡en Montjuïc!!
Laporta se frota las manos y pocos piensan en si será posible pagar el nuevo estadio. Sabe que con un Barça vistoso y ganador, será difícil que le encuentren las cosquillas aquellos que advierten de la conversión del club en SAD. Tiene la ventaja de que Xavi también lo sabe, y juntos son más fuertes. Ambos se necesitan, como se necesitaron Núñez y Cruyff durante muchos años.
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