Fermín López Marín, campeón de Europa y goleador olímpico, es uno de esos futbolistas de los que es muy fácil enamorarse. Efervescente y descarado, distinguido con los rasgos filosos y la expresión melancólica de uno de esos escolares de la posguerra española que Carlos Giménez retrató en sus inolvidables cómics, Fermín siempre será un muchachito que volvió del Linares para enseñar al mundo cómo de grandes son los bocados que hace falta dar para comérselo. Aunque esa es solo una pequeña parte de la historia que ya ha hecho en su primera temporada con el Barça. 

Marcar un gol cada 178 minutos en Liga y también uno cada 136 en la Champions está demasiado cerca del ideal que se le puede pedir a un suplente en un equipo como el Barcelona. Especialmente en una época como la presente, en la cual la mayoría de culés duermen con un libro de autoayuda en el cajón de la mesilla. El rubio flequillo del onubense ha sido una de las pocas notas de calidez en una temporada glaciar, a lo largo de la cual Xavi Hernández trató de convencernos una y otra vez de que los dedos de los pies se nos ponían morados porque las botas no eran de nuestro número, y no porque anduviéramos descalzos sobre la nieve. 

El rol natural de Fermín durante el curso que viene debe estar entre el último titular y el primer suplente del Barcelona, listo para asumir galones en cualquier posición como interior o atacante a poco que las lesiones vuelvan a hacer de las suyas. Y así será mientras siga haciendo las tres cosas que mejor sabe hacer: correr sin parar con sentido y orientación, apretar al rival y no perder nunca de vista la portería. 

Lo bueno de Fermín no es solo que su sonrisa luce como un millón de euros dentro de un maletín en cualquiera de las fotos que se hace con sus compañeros, sino que reproduce esa fotogenia natural a la hora de encajar en cualquier esquema, dibujo y variante del ordenamiento azulgrana, lo diseñen Xavi, Hansi Flick o su porquero.

Lo malo, que quizá la cima de su progresión no sea tan alta como esperamos. O aún peor, que sí lo sea pero llegue un mercado de fichajes derrochón y el Barça extravíe una de las lecciones más valiosas de su historia reciente como institución: la que debió destilar de la marcha de Pedro Rodríguez al Chelsea. Pero eso ya es mucho aventurarse. De momento solamente le pido a Flick una cosa para el muchacho: todos los minutos de Sergi Roberto, Ferrán y alguno más. En ningún caso me parece que sea demasiado.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana

Noticias relacionadas