¡Inconcebible!
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Tanto el empate en Nápoles para inaugurar los octavos de la Champions como la goleada al Getafe en Liga han asomado en los últimos días a los labios del barcelonismo no solo resultados sino sensaciones que recuerdan a épocas más amables de su equipo. Y, sobre todo, más ilusionantes. Hay que ser muy duro de corazón para no dejarse envolver por la nostalgia de, probablemente, los años más felices de la vida futbolística culé. Aunque los achaques y el insufrible atolondramiento en el último toque de Raphinha insistan en atornillarle a uno a su desabrida rutina, es justo y necesario aprovechar que el Barcelona ha roto a jugar a un nivel respetable para rehogarse en una solaz tan esquiva en estos tiempos, por tenue que sea.
Una película que inevitablemente cosquillea las ternillas añorantes de cuarentones como quien le escribe es La Princesa Prometida (1987), una historia sobre el valor de ahondar en la esperanza y creer en la existencia del amor verdadero para afrontar los obstáculos de la vida. Pero no es la fuerza de voluntad del enamorado Westley lo que me hace recordar ahora esta historia de superación, sino la insistencia del siciliano Vizzini en usar la expresión "¡Inconcebible!" como apostilla sobre prácticamente todo lo que sucede en la narración. Hasta el punto de que el espadachín Iñigo Montoya se ve obligado a interpelarlo con la segunda frase más famosa de su repertorio: "Dices mucho esa palabra, y no creo que signifique lo que tú crees que significa".
Algo parecido le ocurre a Xavi Hernández cuando repite machaconamente que la ya palpable mejoría de su equipo se relaciona directamente, como causa y efecto, con su decisión de anunciar que ya no será el entrenador del Barça cuando acabe esta temporada. "Está claro que ha sido la decisión correcta", lleva aduciendo ya un tiempo para justificar que su claudicación extemporánea fue en realidad un obsequio a sus jugadores, quienes ahora sí saltan al campo como samuráis iluminados por el conocimiento profundo de su inevitable destino. Pero su argumento no se sigue, puesto que entre el anuncio de marras tras el cataclismo contra el Villarreal y los tímidos brotes verdes que, ahora sí, todos vislumbramos, su Barcelona ha despachado varios partidos deleznables en cuanto a juego y no mucho mejores en cuanto a resultados. Encadena una racha positiva, sí, pero algunos tropiezos los evitó in extremis. Y eso no puede obviarse porque convenga al relato.
Es de suponer que Xavi piensa que le hacía falta estar dimitido para poner a jugar a Cubarsí, colocar de mediocentro a Christensen, subir a Gündogan y Pedri lo más cerca posible de la zona de último pase o dar partidos enteros a Lamine Yamal. Si era, en efecto, inconcebible que hubiera pensado en esas alternativas de no mediar su dimisión, sin duda debemos aplaudirla. De no ser el caso, y fundamentarse entonces la tímida reacción del Barça que su técnico tanto publicita en un desempeño más adecuado de sus futbolistas, entonces opino lo mismo que el bueno de Montoya. Porque si yo fuera entrenador de un grupo de jugadores de élite y estos empezaran a mejorar desde el momento en que hago público que no seguiré dirigiéndolos, estaría, como mínimo, un poco moscatel.
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana