Hay muy pocas dudas en el seno del Fútbol Club Barcelona sobre la idoneidad de fichar a Vitor Roque. El delantero del Atlético Paranaense combina el sacrificado oficio de la presión con la indulgencia del oportunismo en cuanto otea la red. Unas virtudes cardinales que rivalizan con las de aquel joven Samuel Eto'o que se desterró del Madrid, despuntó en el Mallorca y lideró una rebelión en el Camp Nou que se saldó con tres Ligas, una Copa y dos Champions. Poca broma.
Exportar a un '9' trabajador desde el corazón de Brasil suena a entelequia, pero los informes del chico son taxativos: O Tigrinho muerde, araña, no da un balón por perdido, y tiene fama de indetectable cuando camina por el lado débil de la jugada. Necesita ampliar agenda de recursos rematadores, pero en su nuevo equipo le espera Robert Lewandowski, un espléndido mentor que ya tiene el último tomo de su propia e infalible guía telefónica para conectar con el gol listo para encuadernar.
En el precio a pagar por el muchacho también hay consenso: es oportunidad de mercado, puesto que viene directamente de Brasil y no previo paso por el Dortmund o el Arsenal. Y además empieza a trascender que el montante contante y sonante se podrá abonar al club de Curitiba en relativamente cómodos plazos. A estas alturas ya está de sobra demostrado que Laporta y su junta tienen menos miedo a las deudas que a la mediocridad. Cuestión distinta es la capacidad del Barcelona para cumplir con el plan de viabilidad que presentó a la Liga, muy tensionado por la falta de salidas de descartes tan extraordinariamente bien retribuidos como poco cotizados.
La situación afecta de lleno al propio Roque, quien parece que no llegará hasta enero y es posible que incluso entonces tenga dificultades para ser inscrito. La estrategia del Barcelona, sin embargo, mira al medio plazo en un Año del Tigre que se prevé largo: igual que la Liga sacó partido de la vulnerabilidad financiera de los clubes para seducirlos masivamente con un acuerdo de venta de derechos televisivos a largo plazo ahora judicializado, esta vez es el Barça el que espera una entente cordial entre el organismo y las entidades para evitar casos sangrantes en lo reputacional. Por ejemplo, la quiebra técnica de una S. A. D. como el Sevilla, que jugará la Champions.
De hecho, Tebas y los suyos ya han aflojado un poco las mandíbulas del control salarial este mismo verano. Pero el equilibrio deseado entre sostenibilidad y competitividad sigue lejos. Si el Barça supera la fase de grupos de la Champions, un objetivo que ha pasado de mínimo a prioritario, es razonable pensar que el prestigio para el fútbol español de que aliste con todos los honores a una de las estrellas emergentes de Brasil sea motivo suficiente para encontrar fórmulas que lo permitan. Aunque sean excepcionales. De otro modo, La Liga se convertirá en esclava de su rigidez, y con frecuencia la rigidez no es sino el primer e inequívoco síntoma de la decrepitud.
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