Pepe Viyuela: "Vivimos un momento de acoso al humor tratando de ponerle límites por todas partes"
El actor se mete en la piel del 'Tartufo' de Molière con una puesta en escena actualizada y un texto de vigencia absoltua
26 junio, 2022 00:00Pepe Viyuela (Logroño, 1963) podría tener dos caras, la del audiovisual y la del teatro. Él, en cambio, tiene muy claro lo que es: un payaso. Con todas las letras y todo el respeto a esta profesión, aunque la palabra se use como algo despectivo. Le da igual.
El actor continúa explorando nuevos personajes y, desde hace más de un año, se mete en la piel de Tartufo. Es su primer Molière y, además, le da un toque nada clásico, a pesar del cartel de la obra.
Filosofía, clásicos y teatro
El intérprete recuerda la vigencia de una obra que para algo es un clásico, así como el papel del teatro para reflexionar sobre nuestra sociedad. Sin dar respuestas, sólo plantear preguntas. Lo mismo que hace la filosofía, carrera que estudió y que, asegura, ha sido crucial también en su vida.
Crónica Directo mantiene una conversación con él para hablar de todas estas caras y de este montaje de Ernesto Cabellero que se puede ver en el Teatre Goya de Barcelona hasta el 10 de julio y que llega a su fin. Claro que ya piensa en más proyectos.
--Pregunta: Pisa Barcelona con Tartufo tras su paso por Madrid. ¿Cómo afronta esta entrada?
--Respuesta: Con una ilusión tremenda, porque es una ciudad con un público conocedor del teatro. En este caso, supone un colofón, un broche de oro a este Tartufo que está cerca del final de su recorrido. Esperamos que guste mucho y con una sensación buena que corrobore el trabajo previo.
--¿Cómo abordó este mítico personaje?
--Con mucha ilusión también porque nunca hice un personaje de Molière y tenía muchas ganas de probar este registro. Tartufo es uno de los personajes más atractivos y complicados que escribió y, por eso mismo, de los más apetecibles. Estaba muy bien acompañado desde el principio con Ernesto Caballero y el resto de la compañía. Llegamos con la función muy madura e incluso echándola de menos, porque no le queda mucho recorrido.
--Le cogió mucho cariño al personaje, entonces.
--Sin duda. Ya se lo tenía de antes: el misántropo, el avaro, aquí Tartufo. Pero también Orgón es muy atractivo. Hacer Tartufo, meterte en sus tripas, su forma de pensar y actuar hace que lo llegues a comprender muy bien e incluso a justificarlo aunque sea un personaje despreciable. A los actores no nos queda más remedio que defender los personajes que llevamos a cabo. Si el personaje lo requiere hemos de defender aquello que luego como seres humanos podemos criticar. En escena tenemos que estar muy convencidos de que hacemos lo que debemos y no dar nuestro punto de vista, sino el del personaje.
--El actor se enfrenta al personaje y el espectador se plantea preguntas.
--La función está llena de preguntas. Hay un punto de vista clarísimo de Molière en contra de los hipócritas y la mentira y las malas artes. Una sociedad construida sobre la hipocresía y la mentira no es una buena sociedad. Molière, lejos de hacer esta crítica o exposición de forma agria, lo hace a través del humor, lo hace de forma amable, llega endulzado con la sonrisa al espectador. Uno se pregunta hasta qué punto tú no eres también un poco Tartufo. Todos tenemos algo de hipócritas, de falsos y utilizamos la mentira para conseguir cosas que necesitamos y queremos. El problema es cuando eso se magnifica y se convierte en una forma habitual de ir por la vida, de manipular o engañar a consumidores. Estamos en un mundo en el que la posverdad, la mentira está servida a todas horas a nuestro alrededor. Ante todo ello Molière nos las pone de manifiesto para que cada cual decida qué hacer con ello.
--De hecho, uno se plantea hasta qué punto la posverdad es una mentira para maquillar lo que realmente oculta la palabra.
--(Ríe) Nunca hubo una época en la que la verdad triunfara y se erigiera. Pero es cierto que ahora mismo vivimos rodeados de basura mediática, de marketing político, comercial y de todo tipo. Todos llevamos en nuestro bolsillo nuestro pequeño Tartufo, ese teléfono móvil que nos engatusa, nos engaña, nos quita todo el tiempo y nos lleva al huerto permanentemente. Por eso esta función nos lleva a reflexionar sobre la capacidad del ser humano para moverse en el fango de la mentira y usar todos los adelantos tecnológicos para seguir haciendo lo que hemos hecho desde que salimos de la cueva.
--Cierto, la obra tiene ciertos guiños al mundo móvil.
--Sí, hay pequeños guiños, apariciones de teléfonos móviles. No los aludimos a través del verbo, pero hay ciertos ejercicios de metateatro en el que nos salimos de los personajes y hablamos de todo esto. Igual no haría falta: la obra está tan bien escrita que sería innecesario explicitar. Ernesto Caballero quería usarlo para detonar en el espectador la idea de la actualidad y vigencia del texto. No hablamos de arqueología teatral, sino de un texto muy vivo y palpitante. Ernesto lo quiso poner de manifiesto a través de la puesta en escena con un vestuario contemporáneo, móviles, redes sociales y esta "posverdad" que realmente es mentira en la que nos movemos a diario.
--Es también una manera de atraer a gente joven.
--El comentario de los docentes que venían a ver la obra era que los alumnos tenían que verla. Por esa actualización evidente era fácil convencer al alumnado de que Molière no es un dramaturgo muerto sino que sigue muy vivo. Y tras ver la reacción de los más jóvenes hemos comprobado que llega muy fácil. No lo contemplaban como un tostón. Además, se ha apostado por que Dorina, la criada, sea una persona joven. Que sean los ojos de los jóvenes los que ven claramente y diagnostiquen el mal que entró en esa casa de la mano de Tartufo. Así que la heroína de la función está interpretada por una mujer muy joven.
--¿Ese guiño es más un deseo o una realidad?
--(Ríe). Se acerca más al deseo de que sean los jóvenes los que abran más los ojos, porque, probablemente, sean los que más engatusados están y los que más posibilidades tienen de ser engañados. Ellos son los que tienen la responsabilidad de futuro para que el mundo cambie. Quizás sea una invocación, una llamada a abrir los ojos ante esta turbamulta de mentiras y mundo engañoso que nos ha tocado vivir. Siempre ha sido así, pero ahora estamos muy saturados y resulta difícil distinguir si lo que estás viendo o escuchando no es una manera de mentirte para conducir tu vida hacía mundos, ideologías o lugares donde se está muy manipulado.
--¿La comedia ayuda a que el mensaje cale mejor entre los jóvenes (y no tan jóvenes)?
--Yo siempre he creído eso. Cuando lees a Molière te das cuenta de que es un hecho. Él pone el dedo en los lugares más dolorosos, pone el dedo en la llaga de una manera muy cruel pero al mismo tiempo muy graciosa. Nos reímos de esa condición humana tan rastrera, avara, misántropa y tartufa que nos caracteriza. No tiene compasión y a la vez lo hace de una manera dulce que permite no amargarse sino pensar en cómo podemos cambiar las cosas y no darle la vuelta al mundo pero quizás sí a tu tortilla, individualmente. Invita a la reflexión a través del humor que permite mirarse a sí mismo sin tanto sufrimiento siendo más tolerantes con nuestros propios errores e invitándonos a cambiar.
--En este momento, se está siendo muy escrupuloso con el humor. ¿Es lo que debe ser o estamos siendo hipócritas?
--El humor es indestructible, porque cuánto más lo ataques más herramientas le proporcionas para que quien se dedica a ello te la devuelva y te ridiculice. Siempre han existido los bufones que han recibido los golpes del poderoso cuando utilizaban su humor para criticarle. Ahora que la intolerancia está presente en tantos aspectos de la vida, también se manifiesta en el humor. En cambio, no es peligroso para el humor sino para quien ejerce esa represión, porque se mete en un lío, echa más leña al fuego. Es mucho más fácil reírse del poderoso que intenta reprimirte que de aquel que convive y dialoga contigo, porque a ese no quieres hacerlo objeto de tu burla. A quien intenta reprimirlo, el humor actúa en defensa propia. El humor es una herramienta valiosísima, cuánto más se reprima más se revolverá. Para mí, uno de los momentos más florecientes del humor se dio durante la dictadura: había humoristas magníficos que burlaban la censura para escaparse de la represión y se ponían en riesgo. Ahora sí, vivimos un momento de acoso al humor tratando de ponerle límites por todas partes, pero no lo van a poder conseguir, sino todo lo contrario. Al humor no se le gana con la represión, al contrario: resurge. Se puede hacer daño al humorista pero el humor se reencarnará en otro humorista por un sentido de la supervivencia.
--A usted se le ha caracterizado por dos cosas: su defensa del humor, ya que se considera o payaso. No sé si sigue siendo así...
--Sí, sí.
--... y por su compromiso social contra la intolerancia. Aunque ahora lo vemos más apartado de la política.
--Sí, mi humor no es corrosivo, es blanco. Porque es mi estilo, me muevo más bien desde allí. Y aún desde la blancura el payaso es transgresor. Nos pone delante el espejo en el que vernos ridículos, perdedores y muy limitados. El payaso es un elemento social irreductible. Ha existido en todas las épocas. Así que, aunque no quiera pretendidamente ser transgresor, por el mero hecho de moverme de los ámbitos y territorios del payaso ya transgredo. Para muchos ser un payaso es un insulto, un agravio, porque es un personaje que siempre está en los márgenes. Es un ser humano extraño, distinto, que habla, viste y se comporta de manera diferente y que, en un momento dado te suelta una verdad como un puño sin que se le mueva un pelo.
--¿Y sobre su acercamiento político?
--Nunca he tenido ambiciones de cargo, pero siempre he tenido el deseo de poder expresar mis opiniones cuando y como quiera. Estaría bueno que nos limitáramos a hablar de política sólo en casa por miedo a tener que pagar un precio por criticar a uno y al otro, o que no te dieran trabajo. Eso me parece muy mezquino, cobarde y empobrece la sociedad. Es bueno que cada uno tenga la libertad y comodidad de decir lo que quiera, aunque esté equivocado. Si eso tiene un precio a pagar, ¡qué se le va a hacer! En aras de una sociedad más limpia es bueno que cada uno diga lo que piensa siempre que se mantenga dentro de los límites del respeto. A mí me han dicho alguna vez que no me manifieste porque me va a costar caro. Eso me parece terrible, porque habla de una sociedad enferma de miedo y de autocensura. Eso no quiero hacerlo.
--¿A usted le ha significado un precio?
--Yo no he sentido una persecución en este sentido, Sí en redes sociales, Y tampoco está mal, eso significa que la sociedad está viva. En cuánto a la afectación al trabajo, yo nunca he dejado de hacerlo. Puede que no le caiga bien a alguien, sí, pero no ha habido una caza de brujas contra mi.
--Acerquémonos entonces a la vertiente del payaso. Usted debutó en la tele. ¿Echa de menos los payasos en la tele?
--Sí. El humor, en general, ha desaparecido bastante de la televisión, programas dedicados al humor, a dar visibilidad a personas que se dediquen al humor. No hablamos de series, ficciones y demás, sino que hubo una época en la que se podían ver payasos y monologuistas y ya no se ven. También hay olas y momentos para todo. Parece que el humor no está muy de moda, y sí lo está los talents y programas de cocina. Echarlo de menos no sé, me gustaría que estuviera. También es cierto que me muevo por otros ambientes y gente cercana al mundo del humor y no lo echo de menos. Ya volverá.
--Para el público hay dos Pepe Viyuela. El del cine y la tele, que es humor puro, y otro del teatro, más refinado e incluso más serio: ha hecho Shakespeares, Ionescos, Becketts...
--Sí hay esa diferenciación, pero porque me gusta todo y soy un culo de mal asiento. Yo empecé haciendo teatro y el humor llegó después. Me sirvió para empezar a trabajar, a ser conocido, a salir en televisión y para que todo lo que ha venido después relacionado con esta profesión sea posible. Me enamoré del humor, del payaso y no he podido dejarlo. No ha sido una disociación pretendida, en cualquier caso. Es que nunca he querido elegir y quiero todo. Si tuviera que elegir, ahora, me quedaría con el payaso como lugar de referencia profesional y de conciencia. Seguramente, los años me harán que quiera descansar más y elegir y, probablemente, me quede con el payaso como personaje único. Mientras me acompañen las fuerzas, por eso, seguiré con todo.
--Y con estas fuerzas y vislumbrando el final del Tartufo, ¿qué otros proyectos prepara?
--En enero empezaremos a ensayar Uz: el pueblo, del dramaturgo uruguayo Gabriel Calderón, dirigido por Natalia Menéndez para El Español, con la que puede que volvamos a Barcelona. Es una comedia muy loca, divertida y ácida. Interpreto a un padre de familia descolocado por las circunstancias. También estamos con un documental que estrenamos hace unos meses, Un viaje hacia nosotros, que trata el tema de los refugiados. Viajamos desde el pasado, con la figura de mi abuelo que fue refugiado de la Guerra Civil en Francia y llegamos a los actuales y, al final, nos centramos en los saharauis. Lo distribuimos en universidades, en lugares relacionados con la memoria como Camprodón, Belchite... y queremos hacer una gira muy extensa por centros educativos para tratar la crisis global de los refugiados invitando a la reflexión sobre la xenofobia y el racismo.
--¿Se le podría llamar también en vez de payaso militante del humor y contra la intolerancia?
--No lo sé. Todo lo acabas relacionando. Para mi, el teatro como expresión artística ya merece la pena, pero si ya la relacionas con temas sociales y la solidaridad o herramientas que pueden servir a otras personas, mejor. No sé si es militancia o exploración permanente de las posibilidades del escenario, la escena y lo dramático no sé si para mejorar pero sí para conocer mejor nuestra condición humana.
--¿La filosofía ha tenido algo que ver en concebir el teatro de este modo?
--Sí, porque la filosofía para mí es un gran saco de preguntas que cada vez se hacen más grande en la vida. Mientras las respuestas cada vez más han desaparecido poco a poco, cada vez dudo más. Eso es lo que más me ha enseñado y es lo que hace que me sienta más humano y menos poderoso. En el sentido de desoír la voz de la ambición para centrarme en lo más cotidiano y cercano. Llegué de casualidad, igual, era la asignatura que más me gustaba y en la facultad lo pasé muy bien estudiando, precisamente por los desequilibrios a los que te somete, porque te hace dudar de todo lo que piensas. Te hace estar muy vivo y el teatro también sirve para eso. Filosofía y teatro están unidos por lo menos desde los griegos.