El cine es imagen. Imagen en dos dimensiones. Aun así, los grandes directores quieren que todo eso pase desapercibido y que todo aquello que se muestra en 2D sea percibido como real. Otros, como Lois Patiño, buscan llevar todo eso más allá.
“Por suerte siempre ha habido cineastas exploradores del lenguaje cinematográfico, que han ido empujando lo que entendemos por cine hacia nuevas posibilidades”, recuerda el realizador gallego. Él menciona a contemporáneos como Pedro Costa, Sokurov, Béla Tarr o Apichatpong Weerasethakul a modo de ejemplo y reconoce que su “voluntad es intentar ser uno de esos cineastas que proponen”.
La potencia cinematográfica
¿Cómo lo hace? “El cine tiene tantos ingredientes con los que jugar”, responde. “El relato, los diálogos, la interpretación, la imagen, el sonido, el montaje, y tan poca historia, que no tenemos ni idea de todo lo que puede llegar a expresar”. Sostiene. Ahora él ha “hecho una peli con los ojos cerrados” una idea que cuando le surgió “la veía muy radical y que, de una manera muy esencial, conectaba con mi idea de un cine introspectivo, meditativo y espectral”.
Este humilde redactor incorpora también lo trascendental, lo espiritual. La nueva película de Patiño, presentada en el festival de cine L'Alternativa de Barcelona, es un acercamiento a aquello intangible. A aquello que se pierde, que no se ve. A la vida, pero sobre todo a la muerte. De un cuerpo humano, de un estilo de vida, de una cultura. Samsara es, directamente, una pura experiencia visual que lleva al espectador a otro plano. A otro cine.
Dos historias, una experiencia
Patiño presenta dos historias. La primera, la de un joven animista que es educado en el budismo y trata de ayudar a su abuela en sus últimos días leyéndole el Bardo Thodol o, lo que es lo mismo, El libro de los muertos, para ayudarla en su tránsito en el más allá. La segunda parte nos traslada a Zanzíbar (África). Allí se ve a mujeres adaptarse a la nueva realidad turística del país. Aquella que le contamina las aguas, al sedentarismo establecido en el continente que obliga a pueblos nómadas como los Masai a limitar sus movimientos. Cuerpos, almas, costumbres, finitud y posibilidad. Todo ello se da la mano en Samsara.
Y en medio, de estas dos historias, de estas dos vidas, una invitación, una exploración, un viaje a ciegas. A mitad de la cinta, el director propone al espectador cerrar los ojos durante 15 minutos, sentir la oscuridad. Un tránsito necesario. Acorde a lo que cuenta. Una exploración. Una parada increíble e imprescindible en este viaje que es Samsara y la vida.
- ¿De dónde parte la idea de 'Samsara'?
- Mis proyectos siempre comienzan desde la voluntad de una exploración del lenguaje cinematográfico. Yo veo el lenguaje cinematográfico como una exploración del modo de estar en el mundo. En Costa da Morte explore sobre todo la distancia, en Lúa vermella, la duración, la inmovilidad. Aquí exploro la idea de lo invisible y cómo reflejar lo invisible en el cine. Y luego, a nivel temático, me interesa la idea de lo espectral, lo fantasmagórico y cómo distintas culturas también han reflexionado sobre la muerte y los muertos. La idea parte de ahí, de hacer una película con los ojos cerrados para explorar la idea de lo invisible.
- ¿Cómo se filma eso? ¿Cómo se encuentra ese lenguaje cinematográfico del que habla para poder filmar a lo invisible?
- Para empezar, trabajé con dos directores de fotografía. Mauro Herce en la primera parte y Jessica Sarah Rinland en la segunda. Entonces, para tratar de despertar una idea de espiritualidad desde la materia, la estrategia que siempre considero que logra hacer emerger eso es una contemplación pausada. Una demora en la mirada permite hacer emerger esa espiritualidad, ver un poco como el más allá de la imagen. Esto lo he ido aprendiendo y comprendiendo, que la mirada necesita tiempo para que la imagen te devuelva, precisamente, la mirada precisamente. La imagen en sí no es la meta, sino la semilla. Desde donde luego ya va a empezar a brotar esta espiritualidad. La posibilidad de que emerja parte de una contemplación pausada. Mauro Herce lo entiende así también y Jessica Sarah Rinland lo entiende así desde lo táctil, desde la proximidad.
- Esa segunda o tercera parte de ella se acerca mucho más a los cuerpos.
- La llamé por eso. Ella es cineasta y en sus películas trabaja de ese modo. Venimos de la parte central, que es tan etérea, tan intangible, que quería que volviéramos a tocar las cosas y sentir la espiritualidad, pero desde la materia.
- ¿Esta exploración del lenguaje, de la mirada pausada es una reivindicación o llamada a detenernos?
- Sí, no lo hago como un acto de provocación, desde luego. Es un gesto de resistencia, finalmente, y una invitación a vivir de un modo un poco más pausado. También el hecho de grabar en dos culturas distintas refleja mucho más ese tempo, este ritmo de Zanzibar y Laos tan lejos a nuestra cultura occidental o al mundo del cine mayoritario que vemos representado. En ese sentido, es un gesto de resistencia frente a esta hegemonía de la cultura.
- Por tanto ¿el cine también puede ayudar a esa ralentización de los tiempos o está difícil?
- Yo creo que sí. Yo trabajo en esa línea. He intentado explorar siempre un cine contemplativo, un cine íntimo, introspectivo. Aquí intenté ir un paso más allá y tratar, por un periodo de tiempo, durante 15 minutos, que la sala viviera una experiencia de meditación colectiva.
- Hablamos de un momento en el que usted, a través de la película, invita al espectador a cerrar los ojos. ¿Hay voluntad de que la gente obedezca ese llamado o es una provocación?
- No, normalmente, el 90% de las personas los cierra. Algunos los abren un momento por curiosidad de ver qué hay, pero la propuesta radical es esta. Lo que se crea con una sala entera con los ojos cerrados es una energía muy potente. El párpado se convierte en una pantalla de cine retroiluminada, que se empapa de colores y de luz.
- Y tras esto, la película se pone política. ¿Hay una voluntad de denuncia?
- Bueno, hay algo político en lo espiritual también. Aunque el cineasta, siempre toma una importante decisión política o social en el momento en que orienta el tema de conversación. Aquí, en mi caso, hay una voluntad de alteridad. De ponernos en la piel de culturas minoritarias que además están en este proceso de globalización y están siendo erosionadas. Pero eso surgió de esta voluntad documental de esta parte de la película. Me parecía muy importante dejar espacios donde los retratados expresaran muy libremente sus preocupaciones, sus deseos, sus sueños, sus quejas. Y vemos a las mujeres que trabajan con las granjas de algas que se quejan del gobierno, de los hoteles que contaminan las aguas.
- ¿Y comporte que también estos espacios que parecen tan alejados del mundo occidental se están contaminando y perdiendo parte de su cultura?
- Yo como director no juzgo, permito que entre en su queja. Luego más o menos empatizamos con los personajes y nos ponemos de su lado, o no. Nosotros no silenciamos las quejas y me parecen pertinentes. Los masáis, por ejemplo, introducen esta queja de que se están quedando sin tierras y no pueden llevar sus ritos y creencias a cabo.
- ¿Es fácil rodar, financiar este tipo de películas?
- No es fácil. Tienes ayuda, pero tiene un límite. Esta peli se hizo con una ayuda al cine experimental, cuyo tope eran 300.000 euros. Samsara se hizo con cuatro personas en el rodaje y todo muy limitado todo. Es verdad que ayudaba para no invadir la realidad, pero creo que a nivel de financiación, normalmente, uno está “obligado” a vehicular sus proyectos hacia cosas un poco más convencionales, industriales. Además, casi un poco de manera inevitable, porque como tienes que presentar unos dosieres, hay unos comités que valoran esto y demás… Aun así, comparado con otras épocas, la Administración, incluso la televisión, está apostando, al menos en Galicia, por el llamado Novo Cinema Galego. En cualquier caso, es fundamental que exista una diversidad en el cine. Desde Marvel para entretener a la sociedad a otras películas que te hagan reflexionar, entender o ver la vida y la realidad desde otra perspectiva. Lo más importante es tratar de preservar esta diversidad, y para ello la Administración ha de apoyar a los minoritarios, porque las pelis de Marvel ya se van a hacer solas.