Oriol Pla: “Desactivar a la población como colectivo es la gran victoria del poder”
El actor catalán muestra su lado más reivindicativo y comprometido en 'Ragazzo', obra en la que se pone en la piel de Carlo Giuliani
15 enero, 2023 00:00Oriol Pla (Barcelona, 1993) ama el teatro. Sólo hace falta escucharlo hablar de su profesión para darse cuenta. Eso y ver la agenda que tiene. Más allá de estar nominado a los premios Gaudí por aplaudido papel del Girasoles silvestres, este enero no descansa ni un día a la semana. Lunes y martes está en La Villarroel y el resto de la semana en la Sala Beckett con Travy.
Esta última obra sale de su puño y letra y es un canto a su familia y a su profesión de payaso. En la sala del Eixample regresa con Ragazzo, la obra que escribió Lali Álvarez sobre la muerte de Carlo Giuliani, el joven activista italiano que falleció tras ser disparado en una manifestación contra el G-8.
Intensidad
La obra es una maratón en todos los sentidos. Por un lado, está la parte más física en la corre, salta, se golpea… por otro, el interprete canaliza el mensaje del personaje fallecido, reflexiona sobre los miedos, el poder, la violencia del Estado…
El actor reconoce que no espera que la gente comulgue con lo que se dice, sólo le espeja ante unos hechos que sucedieron y unas situaciones que, si bien se dieron en 2001 se siguen dando 22 años después. Eso sí, ahora hay menos manifestaciones y protestas en las calles. ¿Una victoria del poder?
--Pregunta: ¿Cómo vive este reencuentro con ‘Ragazzo’?
--Respuesta: Con mucha emoción y ganas de compartirla y volver a vivir cada día el viaje propuesto por Lali Álvarez.
--Un viaje duro y basado en hechos reales. ¿Cómo llegó a esta propuesta y meterse en el papel?
--Lali Álvarez me lo propuso. Habíamos trabajado en Jo mai y me dijo que quería hacer una obra con el caso de Carlo Giuliani. Estuvimos dos años en que ella hizo un trabajo de investigación excepcional, iba escribiendo, yo leyendo… Fue un proceso de escritura muy tierno y humano y a través de su visión pude entrar en este personaje y dejando salir afuero lo que me resonaba a mí.
--En la fecha de su estreno, por 2015, resonaba todavía en la sociedad los ecos de esos hechos, porque en su estreno salíamos de los 15-M, se salió a la calle contra la aprobación de la ley mordaza, ¿pero ahora?
--La obra habla de muchísimas cosas, pero en mi opinión y en relación a la obra y los hechos del 2001 desde entonces cualquier defensa popular a la violencia del Estado y la policía se le ha llamado terrorismo; hasta entonces, taparse la cara era un derecho, ahora es terrorismo; ofrecer cualquier tipo de resistencia defensiva es terrorismo… La pandemia es verdad que ha desactivado mucho la implicación colectiva, la ocupación del espacio público y su legitimidad y hay una demostración constante de que ya pueden estar malversando, incumpliendo o violando derechos sociales que a los poderosos no les pasa nada y parece que salir a la calle no tiene sentido. Y lo tiene. Desactivar a la población como colectivo es una gran victoria del poder. La individualización creciente del capitalismo tardío, las tecnologías y la era digital ha cambiado mucho la situación. No sé si el 15-M podría ser ahora, pero es necesario recordar que estamos en nuestro derecho y que el terrorismo de estado no puede impune, y sucede. La obra da para reflexionar sobre los movimientos de protesta.
--¿Hemos cambiado tanto desde entonces?
--Yo creo que no. Todo vuelve. Lo que pasó allí y pasa en las reuniones de estos líderes mundiales, que son económicos al final, se suceden. Son los Estados corporativistas, donde mandan más las corporaciones, quienes toman más partido de las decisiones que nos afectan a nosotros y al gobierno que podamos tener que los políticos que votamos. Por eso es vigente y creo que es bueno pararse y reflexionar al respecto y descubrir una historia que desconocía.
--¿Para reflexionar o para posicionarse a favor y ser algo ideológica?
--Cualquier obra o pieza de arte es ideológica y política y para parlar o no de ciertos temas. Da para reflexionar porque no es un libro, es una historia en la que uno puede plantearse si está de acuerdo o no. Se explica la historia de una persona activista, con un posicionamiento político, presa de su momento, del movimiento antiglobalización, antisistema o anticapitalista… pero no olvidemos que todas las personas han querido cambiar el mundo, también las de derechas que han sido soñadores y han salido a la calle. La obra habla más de la juventud y de las ganas de participar y creen en un mundo mejor y más justo e incluso del idealismo. El personaje sí se posiciona ante una reunión de G-8 por la que se limitan los derechos fundamentales en una ciudad, la sitian, hay armas en las calles y los considera violencia y un ataque a su manera de vivir. Como dice Lali, ya han hablado suficiente los reyes y los príncipes, ¿Por qué no habla un punky ahora?
--Habla del idealismo de esa juventud que si bien puede parece naif se topa con una realidad implacable.
--La imaginación y el soñar está cada vez más desarticulado. Ahora, todo es más racional, aceptado e individualizado, cada uno se ocupa de sí y de los suyo. Se convierte la revolución en moda y sale una revuelta estéril, porque es más estética que profunda. Evitan que haya idealismo, pero lo peor es cuando no nos lo permitimos y nos autocensuramos. Esa es la victoria más feroz que puede tener el poder, que le interesa que eso siga así.
--¿Qué papel juega allí el teatro en este sentido para la revolución?
--El teatro son espacios generados por el pueblo y del pueblo y para el pueblo para encontrarnos con desconocidos a escuchar una historia. A los poetas les toca plantear preguntas y los filósofos, más tarde, quizás, plantear las respuestas. Al final son espacios sagrados que nos permiten disentir y que pasen cosas peligrosas en un espacio seguro y espejarnos y ver más allá de nosotros mismos a la vez. El teatro es un encuentro con el otro, con uno mismo, empático, es un pequeño paréntesis en el que través de esta ficción pactada jugamos a observar la vida. Si no tenemos esta necesidad de entender que es la belleza y nos emociona no se habrían escrito los libros que escribe ni se harían las cosas que se hacen en el arte. La cultura es un parlamento de las almas, un lugar donde encontrarnos como comodidad. Es alimento para el alma y el intelecto.
--Claro pero la cultura ahora parece amenazada por esta autocensura ¿y por el poder?
--Lo más peligroso ahora es la autocensura. En los 70s y 80s se hacían y decían cosas que no se dejarían hacer que ahora parecen más peligrosas que otra cosa. Els Joglars fueron enviados ante un tribunal de guerra por hacer una obra sobre Salvador Puig Antich y la gente salió a la calle para pedir libertad de expresión. Era el 78 y todavía la estamos pidiendo. La autocensura es peligrosa porque la portada ya no es que la policía te persiga, sino que han conseguido que todos nos convirtamos en delatores. En pro de la aceptación y de la no cancelación hay gente que se autocensura y es una pena. Prefiero que la gente no se autocensure, se equivoque y podamos decir en qué estamos de acuerdo o no, pero no esta corrección sistémica. Y luego está el poder, porque si meten a un rapero como Hasel en la cárcel, ¿quién se atreverá a salir a la calle? Le ponen un puro porque si a ese le condenan por sólo una canción, si tú te atreves a hacer algo más contundente te acojonas.
--Estos valores de la cultura también resuenan en 'Travy', la obra que tiene también en la Sala Beckett. En este caso es una historia más personal, en la que habla y está implicada su familia. ¿No es así?
--Es un homenaje a esa gente de los 70, a esas compañías independientes que, tras el parón cultural que supuso la dictadura, se inventaron el sistema cultural y las fiestas mayores que tenemos ahora. Ellos salieron a la calle, pintaron de colores un mundo en blanco y negro, generaron cultura, discurso, juego y espacio crítico. Es la misma gente que inventaron las instituciones, las escuelas, las asociaciones, sindicatos, sacó adelante la propiedad intelectual. Y en Cataluña, los Pujol, desarticularon esa parte más humana y artesana, la pusieron más burocrática. Era una rebelión en pro de la libertad que ahora contrasta porque está todo tan medido…
--Y en cambio, ahora a los actores y la gente de la cultura se les condena por salir en la calle, cuando siempre lo hicieron y fueron apoyados. ¿No es contradictorio que antes se les apoyara y ahora si hacen lo mismo se les acuse?
--La gente ahora lo que quiere es atención, tanto da el cómo. Se trata de hacer un tuit potente o se trata del ego de la persona que quiere liarla que en pro de un bien común. Yo estoy a favor de la libertad de expresión, la del facha y la del no facha, por desgracia, porque eso lo tiene también. Eso sí, llega la duda de si se ha de tolerar la intolerancia. No, claro, porque la intolerancia se lo puede comer todo, y así crecen los fascismos. La figura del bufón, del artista, del poeta son los únicos que dicen las cosas más locas a veces y tiene una función. Si censuramos el bufón en un contexto de broma o poético, nos equivocamos. A un político sí, porque habla de la vida, nosotros hablamos de la vida desde lo poético, desde el mundo de las ideas y de la ignorancia también. Por eso se plantean las preguntas “porque los locos abrirán los caminos que más tarde recorrerán los sabios” y si nos cargamos a los locos no habrá camino por recorrer. Por eso es peligroso. Yo estoy a favor del diálogo que provoca el arte. El arte ha de generar discurso, porque si una pieza artística es estéril pasará sin pena ni gloria, pero si genera discurso y debate nos abre a una idea, nos invita a encontrarnos para responder una pregunta a la que tendremos que encontrar respuesta. Pero la culpa no es de quién lo ha escrito.