Mi abuela me decía: “no quieras saber”
En ‘Mantellina de Llana’, Alejandra Orrit recrea la historia de su abuela, una niña catalana exiliada en Bélgica durante la guerra civil.
1 septiembre, 2024 00:00Noticias relacionadas
Alejandra Orrit recuerda que cuando a su abuela le servían un plato muy caliente a la mesa, exclamaba "oh la la!" con acento francés. “Mi abuela nunca quería hablar de su exilio en Bélgica, pero de repente se le escapaban expresiones en francés que la delataban. Y si le preguntabas por qué lo hacía, te decía, “ay, niña, no quieras saber, no quieras saber”, explica con sonrisa nostálgica esta técnica de laboratorio barcelonesa, que acaba de publicar una novela en honor a su abuela y “a todos los niños refugiados de la guerra civil”.
"Después de su muerte, en 2017, me lancé de cabeza a investigar sobre ese episodio tan traumático de su vida. Estuve dos años reuniendo documentación de todo tipo, hasta que me di cuenta de que podía escribir un libro”, explica la autora de Mantellina de Llana (Llop Roig Edicions, 2024), una novela que intercala realidad y ficción para contar la historia de su abuela, Josefa Trueque, uno de los miles de niños españoles cuyas familias optaron por alejarlos del foco belicista y enviarlos a un lugar más seguro mientras durase la guerra civil.
“Al final tuve que inventarme casi toda su historia, porque sobre ella apenas encontré nada”, admite la autora, lamentando el silencio de su abuela. Un silencio habitual en la mayoría de estos niños de la guerra, “ya que quedaron traumados al ser separados de sus familias sin saber a dónde iban”, explica. Y eso que la historia de su abuela tuvo un final feliz, ya que volvió sana y salva a su casa, a diferencia de los que se refugiaron en México o la ex URSS, que nunca regresaron, o los que perecieron en campos de refugiados.
“Mi intención es dejar constancia escrita de la información que he ido encontrando. Del camino al exilio que tuvieron que seguir tantos niños y niñas, con la más absoluta tristeza y soledad. De lo que tuvieron que vivir y que nunca contaron, ni tan solo de adultos, para poder sobrevivir a los recuerdos”, escribe Orrit en el prólogo.
A medio camino entre novela histórica y novela de ficción con tintes epistolares, Mantellina de Llana narra la historia de Lali, una mujer de Barcelona de mediana edad, que tras quedarse viuda decide irse a vivir con su abuela, a quien — igual que la autora— está muy unida. Cuando “la iaia” fallece, Lali entra en una depresión profunda, de la que solo logrará salir volcando toda su energía en descubrir el pasado de su abuela.
“Bienvenidos sean los historiadores, esa gente que no te conoce de nada y se vuelca en ayudarte, te dan ideas, pistas, consejos sobre libros u otra gente a quién contactar. Aunque también hay los que te contestan con un email seco que no saben nada o ni siquiera te contestan”, se ríe Orrit, recordando su propio proceso de investigación, que la llevó a contactar con historiadores, embajadas e instituciones de diversa índole, como el Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, que logró dar con la ficha de su abuela entre los documentos de la Delegación del Servicio Exterior de la Falange, el organismo que se encargó de la repatriación de menores al terminar la guerra civil. “Así descubrí que mi abuela estuvo primero en una Colonia infantil en Sitges, desde noviembre de 1938, y que en enero de 1939 fue evacuada a Olot. Después, “no se ha vuelto a saber más de la niña”, explica, repitiendo literalmente la frase con la que finaliza la ficha de la Falange. “La Lali no puede hacerse una idea del dolor que debían sentir todas esas madres con hijos desaparecidos. Sin saber si están vivos o muertos, esperando una carta, un aviso, cualquier cosa”, escribe Orrit en la novela, donde alterna la voz del narrador con las cartas imaginarias que se escriben mutuamente Lali y su abuela fallecida.
“En realidad descubrí muy poco sobre la trayectoria de mi abuela, por eso tuve que inventar”, dice.
Tanto en la novela como en la realidad, su abuela se crio en el seno de una familia humilde cerca de Plaza España. En noviembre de 1938, con apenas 11 años, su familia decidió mandarla a las colonias infantiles de Sitges organizadas por la República. Dos meses después, cuando las bombas del bando franquista alcanzaron la costa catalana, los niños refugiados en Sitges fueron trasladados a Olot, desde donde cruzaron a Francia. “En el libro imagino que lo hizo a través del port de Molló, porque era un paso muy concurrido”, explica, aunque también podría haberlo hecho por la Jonquera-El Pertús. “Me gustaría saberlo algún día”, dice. Una vez en Francia, su abuela tuvo la suerte de no tener que permanecer en uno de los campos de internamiento del sur del país, “donde las condiciones eran horribles y muchos perecieron”, ya que fue apadrinada enseguida por una familia de Bélgica. “Tuvo mucha suerte”, insiste. El 10 de octubre de 1939, Josefa Trueque regresó a Barcelona, con 12 años, y retomó su vida como si aquel exilio nunca hubiera ocurrido. “Este libro no es solo un homenaje a los niños de la guerra, sino también a los actuales, a todos aquellos que se ven forzados a abandonar a sus familias por un conflicto bélico y han perdido su infantez”, comenta.